jueves, 27 de octubre de 2011

El Vaticano también quiere "ocupar" Wall Street. Por Sandro Magister

En vísperas del G-20, la Santa Sede invoca una autoridad política universal que gobierne la economía. Para comenzar, pide que se implemente un impuesto a las transacciones financieras.
Según el parecer del padre Thomas J. Reese, profesor en la Georgetown University de Washington y ex director de America, el semanario de los jesuitas de Nueva York, el documento divulgado hoy por la Santa Sede "no sólo está más a la izquierda de Obama: está también más a la izquierda de los demócratas liberales y más próximo a los puntos de vista del movimiento 'Ocupar Wall Street' que de cualquiera de los miembros del Congreso estadounidense".

En efecto, el documento difundido el lunes 24 de octubre por el Pontificio Consejo "Justicia y Paz" invoca el advenimiento de un "mundo nuevo" que debería tener su bisagra en una autoridad política universal.

La idea no es inédita. Ya ha sido evocada en la encíclica "Pacem in terris" de Juan XXIII, del año 1963, y ya sido relanzada por Benedicto XVI en la encíclica "Caritas in veritate", del año 2009, en el parágrafo 67.1

Pero la "Caritas in veritate" decía muchas otras cosas y el presagio de un gobierno mundial de la política y de la economía no era seguramente el centro.

Aquí, por el contrario, todo el documento gira en torno a esta idea, reclamada desde el título: "Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad pública con competencia universal"

Cuán utópico y cuán realista sea la invocación de tal gobierno supremo del mundo permite entreverlo el desorden general que nos describen diariamente las crónicas de la actual crisis económica y financiera. Pero pertenece al ámbito de lo realista y viable un elemento específico de innovación auspiciado por el documento: los impuestos a las transacciones financieras, también llamado Tobin tax (tasa Tobin).

El documento dedica pocas líneas a esa propuesta. Y sabe que ésta se ve contrarrestada por fuertes y fundamentadas objeciones. Así como también se sabe que la sostienen economistas famosos, como Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs.

Pero, al presentar el documento a la prensa, la Santa Sede ha decidido mostrarse resueltamente a favor de la tasa Tobin, no sólo pidiendo "reflexionar sobre ella", tal como se lee en el documento, sino respondiendo punto por punto a las objeciones y mostrando la viabilidad y la utilidad ya en lo inmediato.

Esta apología de la tasa Tobin ha sido confiada al economista Leonardo Becchetti, profesor en la Universidad de Roma "Tor Vergata". Él ha desarrollado su tarea con precisión y con gran cantidad de datos. (El texto de su intervención en italiano puede verse en la página web del Vaticano).

Sobre la mesa de los jefes de gobierno del G-20, que se reunirán en Cannes, en Francia, el 3 y 4 de noviembre próximos, estará presente entonces esta clara postura de la Santa Sede a favor de la introducción de la tasa Tobin, cuya recaudación "podría contribuir a la constitución de una reserva mundial para sostener las economías de los países golpeados por la crisis".






Fuente: "Occupare Wall Street". Il Vaticano sulle barricate / chiesaespressonline.it
Publicado: Infobae.com

Autor: Sandro Magister es teólogo, vaticanista y editor de la sección Chiesa del semanario italiano L'Espresso.
Traducción: José Arturo Quarracino
Fotografía: montaje Menesez Filipov / Ojo Adventista

Nota: 1. Parágrafo 67 de la encíclica de Benedicto XVI, "Caritas in veritate" (año 2009)

67. Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger [Discurso a los Miembros de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (18 abril 2008): l.c., 10-11.] y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común [Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: l.c., 293; Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 441. ], comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos [Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 82. ]. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización [Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 43: l.c., 574-575. ], que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas.





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viernes, 21 de octubre de 2011

¿Una revuelta o un movimiento social? Por Norman Birnbaum

La Edad Media europea estuvo llena de revueltas campesinas y disturbios urbanos. Los franceses llamaban a la agitación en el campo jacqueries, por su protagonista simbólico, el imperturbable campesino Jacques, que se veía abocado a la violencia por las exacciones de la nobleza. En las ciudades, los italianos tenían dos nombres: el popolo grasso frente al popolo minuto, es decir, los gordos, los ricos, frente a los pobres y más flacos. Desde luego, estos antagonismos eran específicos de cada nación y cada región, tenían unas causas y unos resultados complejos y, a menudo, tenían elementos de imaginería religiosa e ideas de justicia. El difunto héroe de la resistencia polaca Bronislaw Geremek era historiador de los movimientos sociales medievales antes de utilizar sus conocimientos como asesor de Solidarność y, posteriormente, como ministro de Exteriores.

A primera vista, pareció que todos estos movimientos habían fracasado. Para que hubiera representación política y un mínimo de justicia distributiva hubo que esperar a la aparición del concepto de ciudadanía. Los nobles y sus homólogos urbanos perdieron importancia ante la formación de Estados nacionales fuertes, en los que unos monarcas absolutistas utilizaban los nuevos poderes centralizados para supeditar tanto a nobles como a campesinos, a burgueses acomodados y esforzados artesanos. A su vez, las nuevas capas sociales (pequeños agricultores independientes, prósperos comerciantes urbanos y fabricantes) utilizaron los Parlamentos para controlar la arrogancia real. Las jacqueries se convirtieron en un recuerdo del pasado en manos de los historiadores. La industrialización acabó engendrando un proletariado mucho más amplio y con posibilidades de ser más peligroso incluso que los más desesperados de los pobres en las ciudades medievales.

La historia no avanza en línea recta. Al fin y al cabo, Inglaterra decapitó a un rey siglo y medio antes de que lo hicieran los franceses. Todavía hace unos días, un columnista del Financial Times, en un artículo positivo sobre las protestas en Wall Street, hablaba de una secta británica del siglo XVII, los Excavadores (Diggers), que, durante la Revolución Inglesa, se resistieron al cierre de las tierras que hasta entonces habían sido comunes. Es muy poco frecuente que el Financial Times publique referencias favorables a una revolución. Recuérdense las energías intelectuales y morales empleadas por los británicos a partir de 1792 para denunciar a los jacobinos. Unas denuncias que iban acompañadas de un relato de lo más orgulloso (y absurdamente distorsionado) en el que la historia británica era una historia de acuerdos y concesiones sin fin. Tal vez los que ocupan una mínima parte de Wall Street (y sus colegas de otras ciudades de Estados Unidos) han tocado fibras sensibles de la memoria en otros lugares. Desde luego, han abierto una brecha en las teorías irrefutables de que en Estados Unidos existe un consenso fundamental sobre que el capitalismo es la única vía al paraíso. ¿Qué capacidad de influir a largo plazo tiene el grupo amorfo que ocupa en estos momentos un pequeño rincón del distrito financiero de Nueva York, con el riesgo constante de sufrir la agresión de una policía brutalizada? El grupo que inició la ocupación está formado por personas que trabajan en el sector de las artes y la cultura. Se formó, en un principio, para crear y defender los derechos de los artistas en materia de contratos, empleo, seguros médicos y vivienda. Lo que les empujó a una acción colectiva fue la búsqueda de la seguridad individual. Utilizo el término "artista" pero, en realidad, el grupo incluye también a personas que trabajan en las nuevas tecnologías. Si la afinidad entre creatividad artística y protesta social, que comenzó hace dos siglos, se extiende ahora a los innovadores en las comunicaciones electrónicas, eso debe hacernos reflexionar. Al grupo se unieron enseguida estudiantes, desempleados de todas clases, miembros de sindicatos (que aún tienen una gran presencia en Nueva York) y personas llegadas desde el interior.

Como es natural, los medios de comunicación, como por instinto, han dicho que los manifestantes son desechos sociales o jóvenes sin educar. Su desprecio recuerda a la reacción de las clases dirigentes ante las primeras protestas contra la guerra de Vietnam. Si no lo hubieran mostrado, habría sido prueba de que Estados Unidos está de verdad en el umbral de una revolución.

No es así, ni mucho menos. Es más, pese a su tendencia a actuar como si fuera el presentador de un programa de variedades, el presidente puede atribuirse en parte el mérito de la protesta. Al alterar por completo su retórica en las últimas semanas, al empezar a reconocer la división de clases, ha empujado a quienes criticaban su frustrada reconciliación con los republicanos a emprender sus propias iniciativas. Ahora tendrá que aceptar que insistan en que siga él también la lógica de ese nuevo rumbo.

¿Podrán los manifestantes unirse con los demócratas que se oponen, en Wisconsin y Ohio, a unas asambleas estatales y unos gobernadores entregados a la soberanía de los mercados? Es posible que la conciencia despertada por las protestas haga que muchos ciudadanos estén más dispuestos a abandonar la pasividad.

Uno de los recursos más valiosos de los movimientos sociales es la memoria. La memoria social no es una investigación histórica minuciosa. Es una destilación moral del pasado. Muchos de los comentarios entusiastas sobre las manifestaciones hacen referencias a Estados Unidos durante el New Deal y las décadas posteriores, cuando la economía estaba regulada, la tercera parte de la fuerza laboral pertenecía a sindicatos y las expectativas, tanto individuales como colectivas, no dejaban de crecer. Los participantes más cultos habrán estudiado el New Deal en sus clases de la Universidad. Otros tendrán recuerdos familiares de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, transmitidos por unos abuelos ya fallecidos. De lo intensos que sean esos recuerdos puede depender la suerte de las protestas. Pueden convertirse en una jacquerie moderna. O, tal vez, puedan renovar la persistente y profunda tradición de protesta en Estados Unidos y marcar el inicio de una nueva etapa en la política.

Aunque sean efímeras, por lo menos, han acabado con la atrofia actual de la cultura estadounidense. Al final, las jacqueries medievales proporcionaron elementos imaginativos a las revoluciones modernas. La historia contemporánea de Estados Unidos ha estado llena de sorpresas, en su mayoría decepcionantes. Cualquier mejoría, por pequeña que sea, sería de agradecer.






Fuente: El País.com
Autor: Norman Birnbaum (1926-) es un sociólogo, doctorado en la Harvard University. Es catedrático emérito de la Georgetown University Law Center, y miembro del consejo editorial de La Nación. Ha enseñado en la London School of Economics and Political Science, Oxford University: y la Strasbourg University, Amherst College. Tambien ha servido en la Facultad de Posgrado de la New School for Social Research. Un miembro del consejo editorial de la fundación de la New Left Review, ha sido activo en la política a ambos lados del Atlántico. Ha sido asesor de los sindicatos de América y miembros del Congreso, así como a una serie de movimientos sociales y partidos políticos en Europa. Contribuye regularmente a una serie de publicaciones, entre ellas la Open Democracy, El País de España, y el diario alemán Tageszeitung.
Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.




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domingo, 2 de octubre de 2011

Cómo prevenir una depresión. Por Nouriel Roubini

Los últimos datos económicos sugieren que la recesión está regresando a las economías más avanzadas, con los mercados financieros llegando a niveles de estrés no se veían desde el colapso de Lehman Brothers en 2008. Son significativos los riesgos de una crisis económica y financiera aún peor que la anterior - ya que ahora involucra no sólo al sector privado, sino también la cuasi insolvencia de bonos soberanos. ¿Qué se puede hacer para reducir las posibilidades de caer en otra contracción de la economía y evitar una depresión y una crisis financiera más profundas?

En primer lugar, debemos aceptar que las medidas de austeridad, necesarias para evitar una caída fiscal en cadena, tienen efectos recesivos. Por lo tanto, si los países de la periferia de la eurozona se ven obligados a adoptar medidas de austeridad fiscal, los países capaces de ofrecer estímulos a corto plazo deben hacerlo, y posponer sus esfuerzos de austeridad propios. Entre ellos se encuentran Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, el núcleo de la eurozona y Japón. Además, se hace necesaria la creación de bancos que apunten a financiar la infraestructura pública.

En segundo lugar, si bien la política monetaria tiene un impacto limitado cuando los problemas son la deuda excesiva y la insolvencia en lugar de la falta de liquidez, puede ser útil la flexibilización del crédito, en lugar de una distensión sólo cuantitativa. El Banco Central Europeo debe revertir su decisión equivocada de elevar las tasas de interés. Un mayor nivel de flexibilización monetaria y del crédito también es necesario para la Reserva Federal de EE.UU., el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra y el Banco Nacional Suizo. La inflación pronto será el último problema que los bancos centrales deban temer, a medida que nuevamente una menor actividad en los mercados de bienes, trabajo, vivienda, materias primas y alimentos genere presiones antiinflacionarias.

En tercer lugar, para restaurar el crecimiento del crédito, los bancos y sistemas bancarios de la eurozona que no están suficientemente capitalizados se deben reforzar con financiamiento público en un programa que abarque a toda la Unión Europea. Para evitar una crisis del crédito adicional a medida que los bancos de desapalancan, deberían contar con una cierta indulgencia de corto plazo en cuanto a exigencias de capital y liquidez. Además, dado que sigue siendo poco probable que los sistemas financieros de EE.UU. y la UE proporcionen crédito a las pequeñas y medianas empresas, es esencial la prestación directa de créditos a las PYME solventes pero sin liquidez.

En cuarto lugar, es necesaria la prestación a gran escala de liquidez a los gobiernos solventes para evitar un repunte de los diferenciales y una pérdida de acceso al mercado que termine por convertir la falta de liquidez en insolvencia. Incluso con cambios de políticas, se necesita tiempo para que los gobiernos restablezcan su credibilidad. Hasta entonces, los mercados mantendrán la presión sobre los diferenciales soberanos, haciendo probable que se produzca una crisis autoinfligida.

Hoy en día, España e Italia están en riesgo de perder acceso al mercado. Se deben triplicar los recursos oficiales -a través de un mayor Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, Eurobonos, o medidas masivas del BC - para evitar un segundo y desastroso ataque sobre estos bonos soberanos.

En quinto lugar, la carga de deuda que no se pueda mitigar mediante el crecimiento, el ahorro o la inflación se debe hacer sostenible a través de su reestructuración ordenada, su reducción y su conversión en capital. Esto debe llevarse a cabo del mismo modo para los gobiernos insolventes, los hogares y las instituciones financieras.

En sexto lugar, incluso si Grecia y otros países periféricos de la eurozona reciben ayudas importantes para paliar su deuda, el crecimiento económico no se reanudará hasta que se restablezca la competitividad. Y, sin un rápido retorno al crecimiento, será imposible evitar más impagos y un mayor nivel de agitación social.

Hay tres opciones para restablecer la competitividad dentro de la eurozona; todos requieren una depreciación real... y ninguno de ellos es viable:

Un fuerte debilitamiento del euro, apuntando a una paridad con el dólar estadounidense, lo cual es improbable, ya que EE.UU. se encuentra también en una posición débil.

• Tampoco es probable una reducción rápida de los costes laborales unitarios, mediante la aceleración de la reforma estructural y crecimiento de la productividad en relación con el crecimiento de los salarios, ya que fueron necesarios 15 años para que ese proceso restableciera la competitividad de Alemania.

• Una deflación acumulada del 30% a cinco años en los precios y los salarios -en Grecia, por ejemplo- lo que significaría cinco años de profundización de una depresión socialmente inaceptable; incluso si fuese posible, este nivel de deflación agravaría la insolvencia, dado un aumento del 30% en el valor real de la deuda.

Debido a que ninguna de estas opciones puede funcionar, la única alternativa es que Grecia y algunos otros miembros actuales abandonen la eurozona. Sólo la vuelta a una moneda nacional -y una fuerte depreciación de la misma- puede recuperar la competitividad y el crecimiento.

Por supuesto, el abandono de la moneda común podría causar daños colaterales para el país que lo haga y aumentar el riesgo de contagio para otros miembros débiles de la eurozona. Por consiguiente, los efectos sobre la hoja de balance de las deudas en euros causados por la depreciación de la nueva moneda nacional se tendrían que manejar a través de una conversión ordenada y negociada de los pasivos en euros a las nuevas monedas nacionales. Se necesitaría un uso adecuado de los recursos oficiales, lo que incluye la recapitalización de bancos de la eurozona, para limitar los daños colaterales y el contagio.

En séptimo lugar, las razones que explican el alto desempleo y el anémico crecimiento de las economías avanzadas son estructurales, y entre ellas se encuentra el aumento de la competitividad de los mercados emergentes. La respuesta adecuada a tales cambios masivos no es el proteccionismo. En cambio, las economías avanzadas necesitan un plan de mediano plazo para restaurar la competitividad y el empleo a través de nuevas inversiones masivas en educación de alta calidad, capacitación laboral y la mejora del capital humano, infraestructura, y energías alternativas/renovables. Sólo un programa así puede proporcionar a los trabajadores de las economías avanzadas las herramientas necesarias para competir a nivel mundial.

En octavo lugar, las economías de mercado emergentes cuentan con más herramientas de políticas que las economías avanzadas, y deben flexibilizar la política monetaria y fiscal. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial pueden servir como fuentes de crédito de último recurso para los mercados emergentes en riesgo de perder acceso al mercado, condicionado a reformas políticas adecuadas. Y los países que, como China, dependen excesivamente de las exportaciones netas para el crecimiento deben acelerar las reformas, incluida una apreciación más rápida de la moneda, con el fin de impulsar la demanda y el consumo internos.

Los riesgos por delante no son solo de una leve recaída en la recesión, sino de una severa contracción que podría convertirse en una Gran Depresión II, especialmente si la crisis de la eurozona se convierte en desorden y conduce a un colapso financiero global. Las políticas erróneas durante la primera Gran Depresión generaron guerras comerciales y monetarias, impagos desordenados de la deuda, deflación, un aumento de la desigualdad del ingreso y la riqueza, pobreza, desesperación y una inestabilidad social y política que condujo a la aparición de regímenes autoritarios y la Segunda Guerra Mundial. La mejor manera de evitar el riesgo de repetir una secuencia así es adoptar hoy mismo medidas audaces y proactivas de políticas globales.






Fuente: Project-Syndicate.org / Copyright: Project Syndicate, 2011.
Autor: Nouriel Roubini también conocido como Dr. Doom debido a que en el año 2005 proyectó que habría una crisis en el sector hipotecario de Estados Unidos. Presidente de Roubini Global Economics, profesor en la Escuela Stern de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York y coautor del libro Crisis Economics [Cómo salimos de ésta, Ediciones Destino, Barcelona, 2010] entre otros.
Traducción: David Meléndez Tormen




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