martes, 21 de diciembre de 2010

Teoría del presidente gay. Por Lluís Bassets

La democracia americana siempre nos lleva unos cuantos cuerpos de delantera. Incluso sus arcaísmos suelen señalar al futuro, a pesar de la aparente superioridad con que los europeos solemos juzgarles. Los militares norteamericanos serán ahora los primeros del mundo en admitir a ciudadanos abiertamente homosexuales en sus filas, rompiendo la prohibición implantada hace 17 años que les impedía de salir del armario. Había homosexuales, como no podía ser de otro modo y como los hay en todos los ejércitos y en todas las instituciones del mundo, pero estaban obligados a seguir la regla de la discreción vergonzante sintetizada en las siglas DADT (Don’t ask don’t tell: no preguntes, no cuentes).

La legislación que permitía el ingreso de homosexuales en el ejército bajo la estricta condición de que no manifestaran su condición sexual fue aprobada durante el primer mandato de Clinton; e involuntariamente por culpa de Clinton. Es probable que esta ley, que ha permitido expulsar del ejército a 13.000 hombres y mujeres en sus años de vigencia, no se hubiera aprobado si en la primera rueda de prensa presidencial no le hubieran preguntado si mantendría su promesa electoral de que los homosexuales sirvieran abiertamente como tales en las fuerzas armadas.

Clinton dijo que sí, se armó la gran escandalera, y luego, gracias al Congreso, fue que no. Se presentó como un compromiso que superaba la situación anterior de exclusión abierta, pero se solventó de forma tan inconveniente que se convirtió en una prohibición más explícita. Fueron gajes de un presidente inexperto. Y quien lo ha podido corregir ahora, tantos años después, es otro presidente sin mucha experiencia que, habiendo fracasado en muchos puntos de su programa, se ha podido finalmente resarcir cumpliendo una promesa de su antecesor demócrata.

Nadie puede discutir que estamos ante un nuevo hito, que se apunta en la cuenta de Obama en el preciso momento en que sus cuentas se hallan bastante desequilibradas. Así se ha hecho Estados Unidos. Allí los combates políticos suelen cargarse de historia y de emoción, siempre siguiendo un guión dramático. Habrá películas y series sobre los nuevos militares gays, sus familias, sus sacrificios y su patriotismo.

Esta es una legislación que enriquece y actualiza el relato de la emancipación americana. Sus valores fundacionales salen reforzados y proyectados al mundo. Cabe interpretar incluso que este reconocimiento confirma el excepcionalismo americano, la idea de que Estados Unidos es una nación aparte, destinada siempre a convertir en realidad los sueños más ambiciosos de la humanidad. Pero la entrada de los gays en el ejército plantea también una pregunta, que la columnista del New York Times, Maureen Dowd ya ha lanzado: ¿Estamos preparados para un comandante en jefe gay?

El comandante en jefe es el presidente. Muchos ciudadanos estadounidenses todavía dudaban hace dos años de que su país estuviera preparado para tener un presidente afro americano. No fueron pocos los que interpretaron el resultado de las primarias como una expresión de los reflejos antifeministas, como si el país no estuviera preparado para una presidenta mujer. Nadie puede dudar de que lo está y sobradamente para uno y otra. Ahora la pregunta es si entre los próximos candidatos cabe pensar que aparezca ya un político que se confiese homosexual y que incluso nos presente a su pareja. Y luego la siguiente duda: ¿qué es mejor, matar dos pájaros de un tiro, y contar con una presidenta gay, o meramente con un presidente gay?

No son futilidades. En Europa ya tenemos alcaldes homosexuales en muchas grandes ciudades. Pero nadie ha osado todavía presentarse a una elección nacional con una identidad sexual distinta a la convencional. Es más: cada vez es más frecuente la utilización de la imagen de familia convencional como parte del bagaje personal del candidato a presidir un país. Hasta tal punto, que se hace difícil imaginar una campaña electoral que funcione de otra forma y no exalte, en el fondo y en la forma, los roles tradicionales y las formas de familia de siempre. Y por cierto, el único que escapa a esta convención y que cultiva una imagen sexual desordenada es alguien como Berlusconi, uno de los políticos más populistas y derechistas que Europa ha dado en años.




Fuente: "Del alfiler al elefante" / El País.com
Autor: Lluís Bassets es periodista. Director adjunto de EL PAÍS / España. Se ocupa de las páginas, artículos de Opinión y también publica el blog "Del alfiler al elefante".


+ Leer más...

jueves, 2 de diciembre de 2010

Un festín de secretos. Por Timothy Garton Ash

Los documentos de Wikileaks muestran lo graves que son las amenazas y el escaso control que tiene Occidente. Pero queda por responder una pregunta: ¿Cómo ejercer la labor diplomática en estas condiciones?
Es el sueño del historiador. Es la pesadilla del diplomático. Aquí están, al alcance de todo el mundo, las confidencias de amigos, aliados y rivales, aderezadas con las opiniones francas, a veces brillantes, de diplomáticos estadounidenses. Durante las dos próximas semanas, los lectores de periódicos de todo el mundo van a disfrutar de un banquete con numerosos platos sacados de la historia del presente.

Lo normal es que el historiador tenga que esperar 20 o 30 años para encontrar esos tesoros. En este caso, los cables más recientes tienen poco más de 30 semanas de antigüedad. Y en conjunto forman un auténtico tesoro. Son más de 250.000 documentos. La mayoría de los que he visto, en mis incursiones en una base de datos que ha creado The Guardian para buscarlos, tienen más de 1.000 palabras de extensión. Si esa muestra es representativa, debe de haber un total de al menos 250 millones de palabras, tal vez hasta 500 millones. Como saben bien los acostumbrados a investigar en archivos, cuando se tiene acceso a un gran volumen de documentos -ya sean cartas de un novelista, papeles de un ministerio o cables diplomáticos, aunque gran parte de ese material sea rutinario e incluso, en parte, por eso-, es más fácil comprender a fondo al sujeto de nuestra investigación. Con una inmersión prolongada, uno se hace una idea bastante clara de sus prioridades, su carácter y sus pautas de pensamiento.

Este material consiste, en su mayor parte, en informes políticos de nivel medio y alto enviados desde todo el mundo, además de las instrucciones de Washington. Es importante recordar que no figuran secretos de las máximas categorías: NODIS (acceso exclusivo para el presidente, secretario de Estado, jefe de misión), ROGER, EXDIS, DOCKLAMP (mensajes secretos entre los consejeros de Defensa y el Servicio de Inteligencia de la Defensa). Aun así, lo que tenemos es un verdadero festín.

No es extraño que el Departamento de Estado haya puesto el grito en el cielo. Sin embargo, por lo que he visto, los profesionales del servicio exterior de Estados Unidos tienen pocas cosas de las que avergonzarse. Es verdad que se perciben ciertos tejemanejes marginales, sobre todo en los años de Bush y la "guerra contra el terror". Necesitamos preguntas y respuestas concretas. Ahora bien, en su mayor parte, lo que nos encontramos aquí es a unos diplomáticos que hacen el trabajo que les corresponde: averiguar qué está ocurriendo en los lugares en los que están destinados y trabajar para promover los intereses de su país y las políticas de su Gobierno.

Es más, mi opinión del Departamento de Estado ha mejorado bastante. En los últimos años, he tenido la impresión de que el servicio exterior estadounidense dejaba bastante que desear, me parecía casposo y decepcionante, en especial al compararlo con otras ramas de la Administración más sólidas como el Pentágono y el Tesoro. Pero lo que tenemos ahora ante nosotros es un trabajo de primera categoría.

El hombre que en la actualidad ocupa el máximo puesto de la carrera diplomática estadounidense, William Burns, aportó desde Rusia un relato de lo más entretenido -casi digno de Evelyn Waugh- sobre una enloquecida boda daguestaní a la que asistió el mafioso presidente de Chechenia, que bailó en ella "con su pistola automática chapada en oro metida en la parte posterior de sus vaqueros".

Los análisis de Burns sobre la política rusa son perspicaces. Como lo son los informes de sus colegas en Berlín, París y Londres. En un cable enviado en 2008 desde Berlín, se compara el Gobierno de la gran coalición de democristianos y socialdemócratas con "la típica pareja que se odia pero permanece casada por los hijos". Desde París se envía una divertidísima descripción de los numeritos de Nicolas (y Carla) Sarkozy. Y a los británicos nos vendría bien examinar nuestra obsesión neurótica por la llamada "relación especial" con Washington con la misma frialdad y la misma falta de sentimentalismo que se advierten en los cables confidenciales de la Embajada de Estados Unidos en Londres.

Por suerte, también encontramos indicios ocasionales de que el Foreign Office (Ministerio de Exteriores británico) defiende nuestros valores. Según un informe de 2008, un alto diplomático británico, Mariot Leslie, "dijo con gran franqueza que HMG [el Gobierno de su Majestad] se oponía a algunas de las cosas que hace el USG [el Gobierno de Estados Unidos] (por ejemplo, las rendiciones) y que, por consiguiente, tiene algunos límites".

Es muy preocupante encontrar cables con la firma de Hillary Clinton que parecen indicar que se pide a los diplomáticos normales y corrientes que hagan cosas que parecen más propias de espías de base, como rebuscar hasta descubrir los datos biométricos y de tarjetas de crédito de altos funcionarios de la ONU. Es urgente que Foggy Bottom (la sede del Departamento de Estado) aclare exactamente quién recibía instrucciones de hacer qué de acuerdo con estas Directivas sobre espionaje personal.

Más en general, lo que se observa en este tráfico de mensajes diplomáticos es hasta qué punto la seguridad y la lucha antiterrorista han penetrado en todos los aspectos de la política exterior estadounidense en los últimos 10 años. Pero también se ve lo graves que son las amenazas y el escaso control que tiene Occidente. Hay informaciones demoledoras sobre el programa nuclear iraní y el grado de miedo que provoca, no solo en Israel, sino sobre todo entre los árabes ("Cortad la cabeza de la serpiente", instó el rey saudí a los estadounidenses, según un embajador suyo); la vulnerabilidad del arsenal nuclear paquistaní frente a islamistas descontrolados; la inmensidad de la anarquía y la corrupción en Afganistán (un dirigente afgano saca millones de dólares del país en efectivo); Al Qaeda en Yemen; e historias reales del poder de las mafias rusas junto a las que la última novela de John Le Carré parece casi tímida.

Existe un genuino interés del público por conocer estas cosas. The Guardian, The New York Times, EL PAÍS y otros medios de comunicación responsables se han esforzado al máximo para intentar garantizar que los datos que publiquen no supongan un riesgo para nadie. Deberíamos exigir a Wikileaks que haga lo mismo.

Sin embargo, queda por responder una pregunta. ¿Cómo es posible ejercer la labor diplomática en estas condiciones? No cabe duda de que tiene razón el portavoz del Departamento de Estado al decir que las revelaciones "van a crear tensión en las relaciones entre nuestros diplomáticos y nuestros amigos de todo el mundo". El temor a las filtraciones ya está haciendo que sea más difícil gobernar. Un profesor amigo mío que trabajó en el Departamento de Estado durante el mandato de Bush me ha contado que en una ocasión sugirió escribir una nota en la que hacía preguntas fundamentales sobre la política de Estados Unidos en Irak. "Ni se te ocurra", le advirtieron, porque seguro que aparecía en The New York Times del día siguiente.

La gente está interesada en comprender cómo funciona el mundo y qué cosas se hacen en nuestro nombre. La gente está interesada por los manejos confidenciales de la política exterior. Y los dos intereses se contraponen.

De una cosa estoy seguro: el Gobierno de Estados Unidos debe de estar lamentando y revisando con urgencia su extraña decisión de colocar todo ese volumen de correspondencia diplomática reciente en un sistema de ordenadores militares tan seguro que un chico de 22 años podría descargarlo y pasarlo a un CD de Lady Gaga. ¿No les parece gagá?




Fuente: ElPais.com / TheGuardian.co.uk - "US embassy cables: A banquet of secrets"
Autor: Timothy Garton Ash (1955-) es un escritor, editorialista y periodista británico, autor de ocho libros como analista político,documentando la transformación de Europa durante el último cuarto de siglo. Es profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y Senior Fellow del Instituto Hoover, en la Universidad de Stanford. Sus ensayos aparecen regularmente en el New York Review of Books, y escribe una columna semanal en The Guardian que se distribuye por multitud de publicaciones en Europa (en España, el diario El País), Asia y América. También escribe con frecuencia en el New York Times, el Washington Post o el Wall Street Journal.




+ Leer más...

lunes, 22 de noviembre de 2010

La rebelión de las clases medias. Por Lluís Bassets

Hay una rebelión en marcha. De las clases medias contra los poderes establecidos. Su enemigo es el nuevo mundo incubado por la globalización, que acaba de romper la cáscara con la crisis económica. La caída de rentas, el desempleo, la pérdida de ventajas sociales y el horizonte de un bienestar decreciente que sufren europeos y norteamericanos se corresponde con la aparición de unas nuevas clases medias globales en los países emergentes, con una voracidad consumidora y una actitud ante el futuro tan ambiciosa como sus homólogas occidentales en el momento de su ascensión.

El desplazamiento del centro de gravedad del planeta transfiere poder económico y político, pero también capacidad para imponer pautas y valores. Las clases medias chinas están más ocupadas en el glorioso enriquecimiento que les prometió Deng Xiaoping que en la defensa de los derechos humanos y las libertades públicas. Las de los países islámicos, incluidas democracias como Indonesia y Turquía, sienten más preocupación por la llamada difamación de la religión, que identifican con la libertad de expresión occidental, que con la discriminación, e incluso, el maltrato de la mujer que todavía practican en sus familias patriarcales, apoyándose en muchas ocasiones en textos religiosos.

Ya no cuenta aquella clase obrera que inspiró a Marx. Las clases medias urbanas son ahora los sujetos de la historia. Los regímenes que quieren asegurar su estabilidad se basan en un pacto que garantiza la prosperidad de estas clases que ahora marcan el paso del mundo. Este pacto se está agrietando en las sociedades europeas y norteamericana, donde los partidos e ideologías que lo han cementado durante los últimos 60 años no consiguen hacer pasar sus mensajes y encuadrar a sus antiguas clientelas. Lo expresa el populismo rampante, que se moviliza en la contención de la inmigración, la lucha ideológica contra el islam y la protesta contra los partidos e instituciones que hasta hace bien poco habían asegurado la prosperidad y el futuro.

Las clases medias occidentales se rebelan contra una pérdida de poder que sufren directamente. Pero su actitud tiene algo de suicida. No quieren inmigrantes, cuando necesitan mano de obra cualificada y abundante para asegurar el futuro de sus economías y sistemas sociales. No quieren musulmanes, cuando la única posibilidad de organizar sociedades plurales en paz y democracia es aislar a los violentos y a los ultras de la gran masa de creyentes. No tienen apego a lo público, cuando han sido el mercado y la desregulación los que las han dejado a la intemperie. En Europa reniegan de la unidad europea y en Estados Unidos coquetean con el aislacionismo o el belicismo, pero su única salida es una fuerte alianza transatlántica que compense el naciente desequilibrio del mundo sin caer en una nueva guerra fría.




Fuente: "Del alfiler al elefante" / El País.com
Autor: Lluís Bassets es periodista. Director adjunto de EL PAÍS / España. Se ocupa de las páginas, artículos de Opinión y también publica el blog "Del alfiler al elefante".






+ Leer más...

lunes, 8 de noviembre de 2010

La xenofobia en países europeos


El crecimiento electoral de partidos y figuras de extrema derecha inquieta a las sociedad europeas al afectar principios y valores de la organización social que fueron una de sus mayores conquistas desde la última posguerra. La crisis económica, el aumento del desempleo, la aplicación de drásticas medidas de ajuste y recortes en la seguridad social son fuentes de este malestar cultural que impacta sobre los comportamientos políticos.

Quienes sacan mayor rédito de la crisis son figuras demagógicas y mensajes reactivos, con respuestas simplistas o falaces. Estas prédicas apuntan a las minorías musulmanas y los inmigrantes como responsables de la inseguridad. Se presentan como defensores de valores y conquistas que ven peligrar y no dudan en reclamar la expulsión de residentes extranjeros y leyes restrictivas contra la inmigración. La propia canciller alemana Angela Merkel se hizo eco de este discurso al señalar que el modelo multicultural ha fracasado.

Esto pone en serio entredicho pilares de la Unión Europea, como la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la libertad religiosa y la universalidad de los derechos humanos. Existe una crisis social que atraviesa a los países europeos de distinta manera pero con un mismo hilo conductor. Los partidos de extrema derecha que han ingresado al Parlamento en países como Holanda, Suecia, Bélgica y Austria, en algunos casos definiendo la mayoría y el sostén de los gobiernos, expresan un serio llamado de atención y una señal de alarma.

El crecimiento de una nueva ultraderecha xenófoba, protagonizada por figuras demagógicas y mensajes reactivos, pone en entredicho pilares de las sociedades europeas.



Fuente: Clarin.com / Columna editorial del 25 de octubre de 2010
Fotografia: LaVozDelMigrante.com


+ Leer más...

martes, 19 de octubre de 2010

La quiebra de la moralidad occidental. Por Paul Craig Roberts

Sí, lo sé. Muchos lectores van a apresurarse a informarme: Occidente nunca tuvo moral. Sin embargo las cosas han empeorado.

Con la esperanza de que se me permita exponer mis argumentos, me gustaría recordar que Estados Unidos lanzó bombas nucleares sobre dos ciudades japonesas; que Gran Bretaña y EE.UU. incineraron Tokio a base de bombas incendiarias; que Gran Bretaña y EE.UU. bombardearon Dresde y buen número de otras ciudades alemanas por el mismo método, empleando más fuerza destructiva, según algunos historiadores, contra la población civil alemana que contra los ejércitos nazis; que el presidente Grant y sus criminales de nuestra Guerra Civil, los generales Sherman y Sheridan, cometieron el genocidio de los indios de las llanuras; que Estados Unidos permite hoy día que Israel lleve a cabo sus políticas genocidas contra los palestinos que un funcionario israelí ha comparado a las políticas homónimas estadounidenses del siglo XIX contra los indígenas norteamericanos; que en pleno siglo XXI, EE.UU. ha invadido Iraq y Afganistán con pretextos banales, asesinando a un número incontable de civiles; y que el primer ministro británico Tony Blair prestó el ejército británico a sus amos estadounidenses, al igual que otros países de la OTAN, todos los cuales están cometiendo crímenes de guerra tipificados en Nuremberg en tierras en las que no tienen intereses nacionales pero por los reciben un estipendio estadounidense.

No pretendo que estos pocos ejemplos sean exhaustivos. Sé que la lista es mucho más larga. Sin embargo, a pesar de la extensa lista de horrores, la degradación moral está alcanzando nuevos mínimos. Ahora Estados Unidos tortura rutinariamente a los prisioneros, a pesar de la estricta ilegalidad de estos actos tanto con arreglo a las propias leyes del país como al derecho internacional, y una encuesta reciente muestra que el porcentaje de estadounidenses que aprueban la tortura va en aumento. De hecho es bastante alto, aunque esté todavía un poco por debajo de la mayoría.

Y ahora tenemos lo que parece una nueva experiencia emocionante: los soldados estadounidenses utilizan la cobertura de la guerra para asesinar civiles. Recientemente fueron arrestados soldados estadounidenses por el asesinato de civiles afganos por pura diversión y por hacer ostentación de trofeos como dedos y cabezas.

Esta revelación tuvo lugar poco después de que el soldado Bradley Manning, presuntamente, filtrase un vídeo del ejército de EE.UU. que mostraba a soldados de este país desde helicópteros y sus controladores a miles de kilómetros de distancia divirtiéndose en asesinar a miembros de la prensa y civiles afganos. Manning tiene sobre sí la maldición de una conciencia moral que tanto su gobierno como su ejercito han perdido, y ha sido arrestado por obedecer la ley e informar al pueblo estadounidense de la comisión de un crimen de guerra.

El diputado estadounidense por el estado de Michigan Mike Rogers –republicano, por supuesto–, que forma parte del Subcomité de Terrorismo de la Cámara de Representantes, ha pedido la ejecución de Manning. Según Rogers, ha cometido un acto de traición a la patria al reportar un crimen de guerra estadounidense.

En otras palabras, obedecer la ley constituye una “traición a los Estados Unidos”.

El diputado Rogers dijo que las guerras de Estados Unidos están siendo socavadas por “una cultura de la revelación” y que sólo podría ponerse fin a este “problema grave y creciente” mediante la ejecución de Manning.

Si Rogers representa realmente a Michigan, entonces Michigan es un estado del que podríamos prescindir.

El gobierno de Estados Unidos, una fuente de arrogancia imperial, considera que no hay acto que cometa, por vil que sea, que pueda constituir un crimen de guerra. Un millón de iraquíes muertos, un país en ruinas y cuatro millones de desplazados están justificados, ya que la “amenazada” superpotencia que es EE.UU.tuvo que protegerse de las inexistentes armas de destrucción masiva que el propio gobierno sabía a ciencia cierta que no estaban en Iraq, y que ni siquiera habrían sido una amenaza si hubieran estado allí.

Cuando otros países intentan hacer cumplir las leyes internacionales que los propios estadounidenses dictaron con el fin de ejecutar a los alemanes derrotados en la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Estados Unidos se pone en funcionamiento y bloquea el intento. Hace un año, el 8 de octubre, el Senado español, obedeciendo a su amo estadounidense, limitaba en España la ley de jurisdicción universal a fin de sabotear una acusación legítima de crímenes de guerra contra George W. Bush, Barack H. Obama, Tony Blair y Gordon Brown.

Occidente incluye a Israel y sus historias de horror que duran ya 60 largos años. Por otra parte, si usted menciona alguna de estas historias le van a colocar la etiqueta de antisemita. Yo sólo las menciono para demostrar que no soy ni antiestadounidense, ni antibritánico ni anti-OTAN, sino que simplemente estoy en contra de los crímenes de guerra. Fue el distinguido juez Richard Goldstone, judío y sionista, quien elaboró el informe de la ONU que establece que Israel cometió crímenes de guerra cuando atacó a la población civil y la infraestructura civil de Gaza. Por sus esfuerzos, Israel calificó al sionista Goldstone como “un judio que se desprecia a sí mismo”, y el Congreso de EE.UU., siguiendo instrucciónes del lobby israelí, votó a favor de ignorar el Informe Goldstone presentado a la ONU.

Como el funcionario israelí dijo, sólo estamos haciendo a los palestinos lo que los estadounidenses hicieron a los indios americanos.

El ejército israelí utiliza a mujeres soldado que se sientan delante de pantallas de vídeo y disparan sus ametralladoras por control remoto desde las torres de control, y con ello asesinan a palestinos que vienen a trabajar sus campos a 1.500 metros del perímetro que encierra el gueto de Gaza. No hay noticias de que estas mujeres israelíes reciban ninguna reprimenda por matar a tiros a niños pequeños y a ancianos que sólo vienen a cuidar de sus campos.

Si los delitos se limitaran a la guerra y el robo de tierras tal vez se podría decir que estamos ante un caso de desviación patriotera de una moralidad tradicional que por otra parte sigue en vigor.

Por desgracia, la quiebra de la moralidad está demasiado extendida. Algunos equipos deportivos mantienen ahora una actitud de ganar a toda costa que incluyen intenciones deliberadas para perjudicar a los jugadores estrella de los equipos rivales. Para evitar todas estas controversias, vamos a ver el caso de las carreras de Fórmula Uno en las que velocidades de 300 kilómetros por hora son habituales.

Antes de 1988, hace 22 años, las muertes se debían a errores del conductor, fallos mecánicos del coche o diseño deficiente de los circuitos, todo lo cual implicaba riesgos de seguridad. El campeón del mundo Jackie Stewart hizo mucho por mejorar la seguridad de las pistas, tanto para los conductores como para los espectadores. Pero en 1988 todo cambió. Un piloto de élite, Ayrton Senna, empujó a otro, Alain Prost, contra un muro mientras rodaban a 190 kilómetros por hora. Según AutoWeek (30.8.2010), nunca se había visto nada parecido. “Los funcionarios no castigaron la acción de Senna aquel día en Portugal, con lo que dieron inicio a un cambio significativo en las carreras”. Lo que el gran Stirling Moss calificó de “conducción sucia” se convirtió en la norma.

Nigel Roebuck, en un artículo publicado en AutoWeek, señala que el campeón del mundo de 1996 Damon Hill manifestó que la táctica de Senna de ganar a cualquier precio “fue la responsable de un cambio fundamental en la ética del deporte.” Los pilotos comenzaron a usar “tácticas terroristas en la pista.” Damon Hill afirmó: “Tuve que abandonar enseguida las actitudes que había aprendido al frecuentar las carreras con mi padre [el doble campeón del mundo Graham Hill] y con gente como él al darme cuenta de que nadie ponía coto a los individuos capaces de intentar matarte con tal de poder ganar”.

Cuando se le preguntó sobre la ética de las modernas carreras de Fórmula Uno, el estadounidense campeón del mundo Phil Hill manifestó: “En mi época, hacer ese tipo de cosas era impensable. En primer lugar, considerábamos ciertas tácticas inaceptables".

En el clima moral occidental imperante, estampar a otro buen piloto contra un muro a 300 kilómetros por hora es sólo parte de la victoria. Michael Schumacher, nacido en enero de 1969, ha sido siete veces campeón del mundo, un récord sin igual. El 1 de agosto en el Gran Premio de Hungría, AutoWeek informa de que Schumacher intentó empujar a su ex compañero de Ferrari Rubens Barrichello contra la pared a una velocidad 300 kilómetros por hora.

Frente a este intento de asesinato, Schumacher dijo: “Esto es la Fórmula Uno. Todo el mundo sabe que yo no hago regalos”. Tampoco los hace el gobierno de Estados Unidos, ni los de otros Estados o regiones, ni el gobierno del Reino Unido, ni el de la Unión Europea.

La deformación de una policía que muchos estadounidenses, en su ignorante existencia de ingenuos creyentes en el Estado de derecho, cree que está de su lado, ha adquirido nuevas dimensiones con la militarización de la fuerza pública para luchar contra los “terroristas” y “extremistas internos”.

La policía ha actuado impunemente desde que los conservadores consiguieron neutralizar las juntas municipales de control policial. Niños de sólo seis años han sido esposados y llevados detenidos por infracciones escolares que pueden o no haber ocurrido. También han detenido a madres que conducían un coche lleno de niños.



Cualquier persona que consulte en la red videos sobre la brutalidad policial en Estados Unidos tendrá acceso a decenas de miles de ejemplos, después de que se introdujeron leyes que hacen que la filmación de la brutalidad policial sea constitutiva de delito grave. Hace un año o dos, una búsqueda de este tipo daba como resultado cientos de miles de videos.

En uno de los más recientes abusos policiales, que se producen a miles cada día, un hombre de 84 años de edad acabó con el cuello roto porque se oponía a que la grúa se llevara su coche en plena noche. El matón uniformado de policía arrojó al anciano contra la pared y le rompió el cuello. El departamento de policía de Orlando, estado de Florida, asegura que el anciano era una amenaza para el bien armado matón, mucho más joven que él, porque le había mostrado el puño apretado.

Los estadounidenses serán los primeros en ir directamente al infierno pensando que son la sal de la tierra. Los estadounidenses incluso han ideado un título para sí mismos que compite con el de los israelíes: la designación de “pueblo elegido de Dios”, los estadounidenses se llaman a sí mismos “los imprescindibles”.





Fuente: CounterPunch.com / The Collapse of Western Morality
Autor: Paul Craig Roberts (EEUU, 1939 -) Economista. Fue secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Ronald Reagan. Ademas fue redactor jefe del Wall Street Journal y Business Week. Ha escrito 8 libros, el último de ellos How the Economy Was Lost (Cómo perdimos la economía).
Traducción: S. Seguí / Rebelión.org

+ Leer más...

lunes, 11 de octubre de 2010

Muerte por globalización. Por Paul Craig Roberts

¿Se han hecho los economistas a sí mismos irrelevantes? Si tiene alguna duda, eche un vistazo a la edición actual de la revista The International Economy, una publicación de excelente presentación que cuenta con el respaldo de los ex presidentes de la Reserva Federal Paul Volcker y Alan Greenspan, además del presidente del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet, el ex secretario de Estado George Shultz, el New York Times y el Washington Post, diarios que aseguran que la revista se encuentra “a la cabeza del pelotón.”

El artículo principal del último número es El gran debate sobre el estímulo (The Great Stimulus Debate) ¿Contribuye el estímulo fiscal de Obama a la mejora de la economía o es un obstáculo para ésta?

El profesor de economía de Princeton y columnista del New York Times Paul Krugman y el jefe economista de Moody's Analytics Mark Zandi representan la perspectiva keynesiana según la cual el gasto de público a cuenta del déficit es necesario para sacar la economía de la recesión. Zandi afirma que gracias al estímulo fiscal la economía ha hecho enormes progresos desde principios de 2009, una opinión compartida por el Consejo presidencial de asesores económicos y la Oficina de Presupuestos del Congreso.

El punto de vista opuesto, defendido por el profesor de economía de Harvard Robert Barro y otros economistas europeos como Francesco Giavazzi y Pagano Marco así como el Banco Central Europeo, asegura que los excedentes presupuestarios logrados por el Gobierno mediante el recorte del gasto estimulan la economía al reducir la ratio de la deuda respecto al producto Interno bruto. Se trata de la escuela de economía del tipo “[si no tienen pan,] que coman torta.”

Barro asegura que el estímulo fiscal no tiene ningún efecto, porque la gente anticipa los futuros incrementos fiscales que implica el déficit público y aumenta su ahorro personal para compensar la deuda pública. Giavazzi y Pagano llegan a la conclusión de que, dado que el estímulo fiscal no se extiende a la economía, la austeridad fiscal basada en un aumento de los impuestos y una reducción del gasto público podría ser la cura para el desempleo.

Si uno pasa por alto el mundo real y la necesidad vital de obtener un sustento, uno puede llegar a encandilarse con este debate. Sin embargo, en cuanto uno mira el mundo por la ventana se da cuenta de que los recortes de la Seguridad Social, Medicare, Medicaid, los cupones de comida y los subsidios a la vivienda en un momento en que 15 millones de estadounidenses han perdido sus empleos, su cobertura médica y sus hogares significan un camino seguro a la muerte por inanición, enfermedades curables o congelación, además de la pérdida de los insumos de mano de obra productiva de 15 millones de personas. Aunque algunos defensores de esta política anti keynesiana niegan que dé lugar a trastornos sociales, la observación de Gerald Celente está más cerca de la realidad: “Cuando la gente no tiene nada que perder, lo pierde.”

La escuela keynesiana Krugman es igualmente ilusa. Ninguna de las partes participantes en El gran debate sobre el estímulo tiene idea de que el problema de los EE.UU. sea que una gran parte de su PIB y los empleos, ingresos y carreras profesionales ligadas a éste han sido trasladados a ultramar y entregados a chinos, indios y otros trabajadores extranjeros de bajo nivel de salarios. Los beneficios se han disparado en Wall Street, mientras que las perspectivas de empleo para la clase media han quedado destruidas.

La deslocalización de empleo en Estados Unidos fue resultado, en primer lugar, de las presiones de Wall Street para obtener “rendimientos accionariales más altos”, es decir, más beneficios, y, en segundo, de la influencia de economistas descerebrados, como los que participan en el debate sobre el estímulo fiscal, que asocian erróneamente la globalización con el libre comercio en lugar de su antítesis: la búsqueda de un factor de más bajo costo en el extranjero o factor de ventaja absoluta, lo contrario de la ventaja comparativa que es la base de la teoría del libre comercio. Incluso Krugman, que tiene algunas credenciales como teórico del comercio ha caído en trampa de igualar la globalización al libre comercio.

Como los economistas suponen, erróneamente según las teorías del comercio más recientes como las de Ralph Gomory y William Baumol, que el libre comercio siempre es mútuamente beneficioso, no han podido examinar los devastadores efectos nocivos de la deslocalización. Los más inteligentes de entre ellos que señalan este elemento son descartados con el sambenito de “proteccionistas”.

La razón de que los estímulos fiscales no puedan salvar la economía de estadounidense no tiene nada que ver con la diferencia entre Barro y Krugman. Tiene que ver con el hecho de que un gran porcentaje de empleos de alta productividad y alto valor añadido, y los ingresos y las carreras profesionales de la clase media se han entregado a personas de otros países. Lo que antes era PIB de EE.UU. es ahora PIB de China, India y otros países.

En los casos en que los empleos han sido trasplantados al extranjero, el estímulo fiscal no es una llamada a la vuelta al trabajo de los trabajadores con el fin de satisfacer la demanda de consumo creciente. Si el estímulo fiscal tiene algún efecto, será el estímulo del empleo en China y la India.

La escuela económica del tipo “que coman torta” está igualmente equivocada. A medida que la inversión, la investigación, el desarrollo tecnológico, etc. han sido trasladados a otros países, el recorte de derechos económicos simplemente hunde a la población nacional todavía más. Los estadounidenses no pueden pagar sus hipotecas, plazos del coche, matrículas escolares, facturas de servicios públicos o para el caso cualquier factura, sobre la base de las escalas salariales de China e India. Por lo tanto, los estadounidenses son expulsados del mercado de trabajo y se convierten en dependientes del presupuesto federal. La “consolidación fiscal” significa la cancelación de un gran número de seres humanos.

Durante la Gran Depresión, muchos asalariados eran recién llegados al mercado de trabajo, procedentes de explotaciones agrícolas familiares, donde muchos padres y abuelos seguían ganándose la vida. Cuando sus puestos de trabajo en la ciudad desaparecieron, muchos pudieron volver al campo.

Hoy la agricultura está en manos de la agroindustria. No hay granjas a las que los desempleados puedan regresar.

La escuela económica “que coman torta” nunca menciona el único punto a su favor. Estados Unidos, con toda su inflada fuerza e importancia, depende del dólar como moneda de reserva. Es este papel del dólar lo que permite a Estados Unidos pagar sus importaciones en su propia moneda. Para un país cuyo comercio es tan desequilibrado como el de Estados Unidos, este privilegio es lo que mantiene el país a flote.

Las amenazas al papel del dólar son los déficit presupuestario y comercial. Ambos son tan grandes y se han acumulado durante tanto tiempo que la perspectiva de corregirlos se ha evaporado. Como he escrito desde hace ya años, EE.UU. es tan dependiente del dólar como moneda de reserva que se ve obligado a tener como principal objetivo de sus políticas la preservación de este papel. De lo contrario, al ser un país dependiente de las importaciones, no será capaz de pagar por el exceso de importaciones sobre las exportaciones.

La “consolidación fiscal”, nuevo nombre dado a la austeridad, podría salvar el dólar. Sin embargo, a menos que el objetivo a alcanzar sea el hambre, la falta de vivienda y la agitación social, la austeridad debe recaer sobre el presupuesto militar. Estados Unidos no puede permitirse el lujo de mantener sus guerras, que le cuestan millones de millones de dólares, y que sólo sirven para enriquecer aún más a los inversores en la industria de armamentos. EE.UU. no puede permitirse el sueño neoconservador de una hegemonía mundial y un Oriente Medio vencido y abierto a la colonización israelí.

¿Sorprende a alguien que ni uno solo de los defensores de la escuela “que coman torta” mencione la reducción del gasto militar? Los derechos económicos, a pesar del hecho de que son pagados por impuestos destinados a este fin específico y de que han registrado superávit desde la época de Ronald Reagan, son siempre lo que los economistas ofrecen a la guillotina.

¿Y qué opinan ambas escuelas respecto al dilema entre inflación o deflación? No tenemos que preocuparnos. Martin Feldstein, uno de los economistas de primera fila de Estados Unidos afirma: “La buena noticia es que los inversores no deberían preocuparse por ninguna de las dos.” Su explicación resume bien la despreocupación de los economistas estadounidenses.

Feldstein dice que no puede haber inflación debido a la alta tasa de desempleo y la baja tasa de utilización de la capacidad. Por lo tanto, “hay poca presión al alza sobre los salarios y los precios en Estados Unidos.” Además, “el reciente aumento en el valor del dólar respecto al euro y la libra ayuda a reducir los costos de importación.”

En cuanto a la deflación, no hay riesgo tampoco ahí. El enorme déficit impide la deflación, “por lo que la buena noticia es que la posibilidad de una inflación o una deflación significativas en los próximos años figura en un lugar bajo en la lista de riesgos económicos que enfrenta la economía de EE.UU. y los inversores financieros.”

Tenemos ante nosotros una profesión económica desconocedora. Puede haber un período inicial de deflación a medida que las existencias de viviendas y los precios bajan con la economía, que están bajando y no subiendo. La deflación será de corta duración, porque como el déficit del gobierno aumenta con la economía en declive, la perspectiva de financiar un déficit de dos billones de dólares anuales se evapora una vez que los inversores individuales han completado su huida del mercado de valores a los bonos “seguros” del Estado, una vez que las crisis griega, española e irlandesa, anunciadas a bombo y platillo, han propiciado el traslado de los inversionistas del euro al dólar, y una vez que las excesivas reservas de los bancos creadas por el plan de rescate se han utilizado en la compra de bonos del Tesoro.

Así pues, ¿cómo se financia el déficit? No busque una respuesta a uno y otro lado del gran debate del estímulo. No tienen ni idea, a pesar de que la respuesta es obvia.

La Reserva Federal monetizará el déficit del gobierno federal, y el resultado será una elevada inflación –posiblemente hiperinflación– y un elevado desempleo, de forma simultánea.

El establishment de la economía descerebrada no tiene una respuesta de política económica para evitar la gran debacle, suponiendo que sean capaces de reconocerla.

Los economistas que han pasado sus vidas profesionales racionalizando la globalización como algo bueno para Estados Unidos no tienen ni idea del desastre que han provocado.




Fuente: CounterPunch.com
Autor: Paul Craig Roberts (EEUU, 1939 -) Economista. Fue secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Ronald Reagan. Ademas fue redactor jefe del Wall Street Journal y Business Week. Ha escrito 8 libros, el último de ellos How the Economy Was Lost (Cómo perdimos la economía).
Traducción: S. Seguí / Rebelión.org

+ Leer más...

martes, 5 de octubre de 2010

¿Por qué seguimos cayendo? Por Paul Krugman y Robin Wells Krugman

La inercia de las autoridades presagia una prolongación de la crisis y del alto nivel de paro
En el invierno entre 2008 y 2009, la economía mundial estaba al borde del abismo. Los mercados de valores se hundían, los mercados de crédito estaban paralizados y los bancos quebraban como consecuencia de un contagio masivo que se extendía desde EE UU hasta Europa y que amenazaba con arrasar el resto del mundo. Durante la peor época de la crisis, EE UU perdía 700.000 puestos de trabajo al mes y el comercio mundial se reducía más deprisa de lo que lo había hecho durante el primer año de la Gran Depresión.

Sin embargo, hacia el verano de 2009, a medida que la economía mundial se estabilizaba, quedó claro que no habría una repetición de la Gran Depresión en toda su magnitud. Desde junio de 2009, aproximadamente, muchos indicadores han estado apuntando hacia arriba: el PIB ha subido en todas las economías importantes, la producción industrial mundial ha crecido y los beneficios empresariales estadounidenses han vuelto a los niveles anteriores a la crisis.

Sin embargo, el paro apenas ha descendido en EE UU y Europa (lo que significa que la precaria situación de los parados, especialmente en EE UU, donde la red de seguridad es mínima, no ha parado de empeorar a medida que las prestaciones se agotan y los ahorros se acaban). Y hay pocas perspectivas de mejoría: el desempleo sigue creciendo en las economías europeas más afectadas, el crecimiento económico de EE UU se está ralentizando claramente y muchas previsiones económicas apuntan a que la tasa de paro estadounidense seguirá siendo elevada o incluso ascenderá en el transcurso del próximo año.

Teniendo en cuenta estas sombrías circunstancias, ¿no deberíamos esperar cierta urgencia por parte de los políticos y los economistas, cierta prisa por presentar planes que fomenten el crecimiento y creen empleo? Por lo visto, no: un análisis informal de libros y artículos recientes no muestra nada parecido.

Los libros sobre la gran recesión siguen saliendo a raudales de las imprentas; pero, en su mayoría, tienen una visión retrospectiva y se preguntan cómo nos hemos metido en este lío, en vez de decirnos cómo salir de él. Para ser justos, muchos libros recientes sí que dan recetas sobre cómo evitar la siguiente burbuja; pero no ofrecen mucha orientación acerca del problema más acuciante: el de cómo hacer frente a las consecuencias no resueltas de la última.

Esta extraña dejadez tampoco puede explicarse enteramente por los mecanismos del comercio editorial. Es cierto que la mayoría de los libros sobre economía que aparecen ahora llegaron a las imprentas antes de que se hiciese plenamente evidente la naturaleza decepcionante de nuestra mal llamada recuperación. No obstante, incluso un análisis de artículos recientes muestra una llamativa falta de disposición por parte de la abatida ciencia para ofrecer soluciones a los problemas de un paro persistentemente elevado y una economía floja. Ha habido un encendido debate sobre la efectividad de las medidas monetarias y fiscales adoptadas en los peores momentos de la crisis; también ha habido ruidosas declaraciones acerca de lo que no debemos hacer (las advertencias sobre el supuesto peligro de los déficits presupuestarios o de la política monetaria expansiva son incontables). Pero las propuestas de medidas positivas que nos saquen del agujero en el que estamos son pocas y muy distanciadas entre sí.

En las páginas siguientes presentaremos un análisis relativamente breve sobre un tema en el que se ha hecho mucho hincapié, pero que sigue siendo controvertido: los orígenes de la crisis de 2008. Luego nos fijaremos en los debates políticos en curso acerca de la respuesta a la crisis y sus consecuencias. Para no dejar a los lectores en suspenso: creemos que la relativa ausencia de propuestas para hacer frente al paro masivo es un caso de "parálisis autoinducida" (una expresión utilizada por el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, hace una década, cuando era un investigador que criticaba a los responsables políticos desde fuera).

Hay margen para la acción, tanto monetaria como fiscal. Pero tanto los políticos como los funcionarios y los economistas han sufrido una crisis nerviosa, una crisis por la que millones de trabajadores pagarán un alto precio.

1.


Podríamos llamarlo la gran burbuja inmobiliaria del Atlántico Norte: en la primera década del tercer milenio, los precios de las viviendas y los inmuebles comerciales se dispararon en algunas zonas de Europa y Norteamérica. Entre 1997 y 2007, el precio de la vivienda subió un 175% en EE UU, un 180% en España, un 210% en Reino Unido y un 240% en Irlanda.

¿Por qué subieron tanto los precios de los inmuebles y en tantos sitios? Hablando de manera general, hay cuatro explicaciones populares (que no son excluyentes entre ellas): la política de tipos de interés bajos de la Reserva Federal después de la recesión de 2001; la "superabundancia mundial de ahorros"; las innovaciones financieras que disfrazaban el riesgo, y los programas gubernamentales que generaban riesgo moral.

La política de tipos de interés bajos de la Reserva Federal

Después del estallido de la burbuja tecnológica a finales de los años noventa, los bancos centrales rebajaron drásticamente los tipos de interés a corto plazo que controlaban directamente en un intento por contener la consiguiente recesión. La Reserva Federal tomó la medida más radical al rebajar el tipo diario de los préstamos interbancarios del 6,5% registrado a principios de 2000 a un mero 1% en 2003, y al seguir manteniéndolo muy bajo durante 2004.

Y hay una escuela de pensamiento -con la que Raghuram Rajan simpatiza claramente en su libro Fault Lines (Líneas de falla, no publicado en España), y que recibe un apoyo más matizado por parte de Nouriel Roubini y Stephen Mihm en Cómo salimos de ésta (Destino)- que considera que este periodo prolongado de tipos bajos fue un terrible error político que sentó las bases para la burbuja inmobiliaria.

Sin embargo, este punto de vista presenta algunas pegas importantes. Para empezar, había buenos motivos para que la Reserva Federal mantuviese bajo su tipo interbancario, o político. Aunque la recesión de 2001 no fue especialmente profunda, la recuperación fue lenta; en EE UU, el empleo no recuperó los niveles anteriores a la recesión hasta 2005. Y con una inflación que alcanzó su valor más bajo en 35 años había razones para preocuparse por una posible trampa deflacionista en la cual una economía deprimida hace que bajen los salarios y precios, lo que a su vez deprime aún más la economía. Resulta difícil imaginar, incluso con la perspectiva que da el tiempo, de qué manera podría haber justificado la Reserva Federal el hecho de no mantener los tipos bajos durante un periodo prolongado.

El hecho de que la burbuja inmobiliaria fuese un fenómeno más noratlántico que puramente estadounidense también hace que resulte difícil achacar la culpa de esa burbuja principalmente a la política de los tipos de interés. El Banco Central Europeo no fue ni mucho menos tan agresivo como la Reserva Federal, y redujo los tipos de interés que controlaba solo la mitad de lo que lo hizo su homóloga estadounidense, pero no obstante, las burbujas inmobiliarias europeas fueron perfectamente comparables en escala a la de EE UU.

Estos argumentos dan a entender que sería un error atribuir toda o parte de la culpa por la burbuja inmobiliaria a una política monetaria descaminada.

La superabundancia mundial de ahorros

La expresión "superabundancia mundial de ahorros" proviene en realidad de un discurso que pronunció Ben Bernanke a principios de 2005. En dicho discurso, el futuro presidente de la Reserva Federal sostenía que el gran déficit comercial de EE UU -y los grandes déficits de otros países como Reino Unido y España- no reflejaba tanto un cambio en el comportamiento de esos países como un cambio en el comportamiento de los países con superávit.

Históricamente, los países en vías de desarrollo han tenido déficits comerciales respecto a los países desarrollados, ya que compran maquinaria y otros bienes de equipo con el fin de aumentar su nivel de desarrollo económico. En los albores de la crisis financiera que golpeó Asia en 1997 y 1998, esta práctica habitual se invirtió: las economías en vías de desarrollo de Asia y Oriente Próximo tenían grandes superávits comerciales respecto a los países desarrollados, con el fin de acumular enormes reservas de activos extranjeros como seguro contra otra crisis financiera.

Alemania también contribuyó a este desequilibrio mundial al alcanzar grandes superávits comerciales respecto al resto de Europa a fin de financiar la reunificación y el rápido envejecimiento de su población. En China, cuyo superávit comercial equivale a la mayor parte del déficit comercial de EE UU, el deseo de protegerse contra una posible crisis financiera ha dado forma a una política en la que la moneda se mantiene infravalorada, lo cual beneficia a las empresas exportadoras con conexiones políticas, a menudo a expensas de la población trabajadora en general.

Para los países con déficit comercial como EE UU, España y Reino Unido, la otra cara del desequilibrio comercial fueron unos grandes flujos de capital entrante debido a que los países con superávit compraban cantidades ingentes de bonos y otros activos estadounidenses, españoles y británicos. Estas entradas de capital también hicieron bajar los tipos de interés; no los tipos a corto plazo fijados por las políticas de los bancos centrales, sino los tipos a largo plazo, que son los que importan con vistas al gasto y al precio de la vivienda y que dependen de los mercados de bonos. Tanto en EE UU como en los países europeos, los tipos de interés a largo plazo experimentaron un drástico descenso después de 2000 y permanecieron bajos incluso cuando la Reserva Federal empezó a subir su tipo a corto plazo. Su presidente en aquel momento, Alan Greenspan, llamó a esta divergencia el "enigma" del mercado de obligaciones, pero es perfectamente comprensible, dadas las fuerzas internacionales implicadas. Y merece la pena señalar que, aunque, como hemos dicho, el Banco Central Europeo no fuese ni mucho menos tan agresivo como la Reserva Federal a la hora de rebajar los tipos a corto plazo, los tipos a largo plazo cayeron igual o más en España e Irlanda que en EE UU, un hecho que invalida la idea de que fue la política monetaria flexible la causante de la burbuja inmobiliaria.

De hecho, en aquel discurso de 2005, Bernanke reconocía que el impacto de la superabundancia de ahorros se estaba dejando sentir principalmente en el sector de la vivienda: durante estos últimos años, las principales repercusiones de la superabundancia mundial de ahorros en el precio de los activos parece haberse producido en el mercado de la inversión residencial, ya que los tipos hipotecarios bajos han propiciado unos niveles récord de construcción de casas y unas fuertes subidas del precio de las viviendas.

Algo en lo que, por desgracia, no reparó fue que los precios de las casas estaban subiendo mucho más de lo que deberían haber subido, incluso teniendo en cuenta los tipos hipotecarios bajos. A finales de 2005, tan solo unos meses antes de que la burbuja inmobiliaria estadounidense empezase a deshincharse, declaraba -desechando implícitamente los argumentos de diversas Casandras prominentes- que los precios de la vivienda "son, en gran medida, el reflejo de unas bases económicas sólidas". Y como casi todos los demás, Bernanke no se percató de que tanto las instituciones financieras como las familias estaban asumiendo riesgos que no comprendían, porque daban por hecho que los precios de las viviendas nunca bajarían.

A pesar de la extraordinaria falta de clarividencia de la que ha hecho gala Bernanke con respecto a la crisis que se nos venía encima, la historia de la superabundancia mundial ofrece, no obstante, una de las mejores explicaciones sobre cómo tantos países se las arreglaron para meterse en problemas tan parecidos.

La innovación financiera descontrolada

Mary tenía un corderito y, cuando vio que estaba enfermo, lo envió al polígono industrial de Packingtown, y ahora es pollo envasado.

La famosa cancioncilla que resume La jungla de Upton Sinclair parece muy apropiada como descripción de las prácticas financieras que contribuyeron a alimentar la burbuja inmobiliaria, especialmente en el caso de las hipotecas subpreferenciales. A estas alturas, la letanía resulta familiar: el viejo modelo de banca, según el cual los bancos se quedaban con los préstamos que concedían, fue sustituido por la nueva práctica de generar y distribuir. Los generadores de hipotecas -que, en muchos casos, no poseían un negocio bancario tradicional- concedían préstamos para comprar casas y, acto seguido, vendían esos préstamos a otras empresas.

Luego estas empresas reempaquetaban esos préstamos agrupándolos, y a continuación vendían participaciones de estos paquetes de valores; y las agencias de calificación estaban dispuestas a etiquetar el producto de pollo resultante, es decir, a poner su sello de aprobación, la calificación AAA, en los más privilegiados de estos valores hipotecarios, aquellos que tenían preferencia para reclamar el interés y el reembolso del capital principal.

Todo el mundo desconocía tanto los riesgos que planteaba un retroceso general del mercado inmobiliario como la degradación de las reglas sobre garantía bancaria a medida que la burbuja se inflaba (esa ignorancia, sin duda, se veía favorecida por las enormes cantidades de dinero que se ganaban). Cuando llegó la crisis resultó que gran parte de ese papel de categoría triple A apenas valía unos cuantos céntimos por dólar.

Es una historia vergonzosa. Sin embargo, es importante volver atrás y preguntarse por la importancia que tuvieron estas prácticas financieras poco fiables a la hora de sentar las bases de la crisis.

Hay tres puntos que nos parecen importantes. Primero, la versión habitual de la historia transmite la impresión de que Wall Street no tenía ningún incentivo para preocuparse por los riesgos de los préstamos basura, porque era capaz de deshacerse de los residuos tóxicos y encajárselos a inversores incautos de todo el mundo.

Pero esta afirmación parece ser en gran parte errónea, aunque no del todo: aunque había muchísimos inversores ingenuos comprando valores hipotecarios complejos sin comprender sus riesgos, las empresas de Wall Street que emitían estos valores mantenían los activos de más riesgo en sus propios libros de cuentas. Además, muchos de los activos relativamente menos arriesgados los compraban otras instituciones financieras, normalmente consideradas inversores especializados, y no los ciudadanos corrientes. El efecto final fue el de concentrar los riesgos en el sistema bancario, no el de cargar a otros con ellos.

Segundo, la comparación entre Europa y EE UU es instructiva. Europa se las arregló para inflar unas burbujas inmobiliarias gigantescas sin recurrir a complejos esquemas financieros como los de EE UU. Los bancos españoles, en concreto, ampliaron enormemente el crédito; lo hicieron vendiendo garantías sobre sus préstamos a inversores extranjeros, pero estas garantías eran simples, contratos sin florituras que, en última instancia, dejaban el pasivo en manos de los prestamistas originales, los propios bancos españoles. La relativa simplicidad de sus técnicas financieras no impidió que se creara una burbuja enorme ni el estallido posterior.

Un tercer argumento en contra de la idea de que las finanzas complejas desempeñaron una función esencial es el hecho de que la burbuja inmobiliaria vino acompañada de una burbuja simultánea de los inmuebles comerciales, que seguían financiándose fundamentalmente mediante préstamos bancarios tradicionales. De modo que las finanzas exóticas no fueron una condición necesaria para el descontrol de los préstamos, ni siquiera en Estados Unidos.

Lo que sí es posible es que esa innovación financiera hiciera que los efectos de la crisis inmobiliaria fuesen más generalizados: en vez de quedarse en una crisis concentrada geográficamente, en la que solo las instituciones crediticias locales estaban en peligro, la complejidad de la estructura financiera extendió la crisis a instituciones financieras de todo el mundo.

El riesgo moral generado por los programas gubernamentales


La idea de que la culpa fue del Gobierno -que los préstamos avalados por el Gobierno, las órdenes gubernamentales y las garantías gubernamentales explícitas o implícitas condujeron a compras irresponsables de casas- es un dogma de fe de la derecha política. También es un tema central, aunque no el único, del libro Fault Lines, de Raghuram Rajan.

En el mundo, según Rajan, catedrático de Finanzas en la escuela de empresariales de la Universidad de Chicago, las raíces de la crisis financiera se hunden en la creciente desigualdad adquisitiva en EE UU y en la reacción política a esa desigualdad: los congresistas, con la intención de ganarse el favor de los votantes y mitigar las consecuencias de la creciente desigualdad, canalizaron fondos hacia familias con pocos ingresos que querían comprar casas. Fannie Mae y Freddie Mac, las dos instituciones crediticias patrocinadas por el Gobierno, facilitaron el crédito hipotecario; la Ley de Reinversión en la Comunidad, que animaba a los bancos a adaptarse a las necesidades crediticias de las comunidades en las que operaban, les obligó a prestar dinero a prestatarios con pocos ingresos, independientemente del riesgo; y de todas formas, a los bancos no les preocupaba mucho el riesgo porque creían que el Gobierno les respaldaría si algo salía mal.

Rajan afirma que el Programa de Eliminación de Activos Problemáticos (TARP, por sus siglas en inglés), convertido en ley por el presidente Bush el 3 de octubre de 2008, ratificaba la creencia de los bancos de que no tendrían que pagar ningún precio por su desenfreno. Aunque Rajan tiene la precaución de no dar nombres y echa la culpa a los "políticos" en general, está claro que los demócratas son los principales culpables, según su visión del mundo. En general, quienes afirman que el Gobierno ha sido el responsable tienden a centrar su ira en Bill Clinton y en el congresista Barney Frank, que supuestamente estaban detrás de la gran campaña para dar préstamos a los pobres.

No obstante, a pesar de ser una historia en la que todo encaja a la perfección, choca claramente con los hechos. Y resulta decepcionante ver que Rajan, un economista respetado por todos que fue uno de los primeros que advirtieron sobre el descontrol de Wall Street, se traga algo que esencialmente es un mito con motivaciones políticas. El libro de Rajan se basa en gran medida en estudios del American Enterprise Institute, un comité de expertos de derechas. No menciona ninguno de los numerosos estudios y comentarios que demuestran la falsedad de la tesis que echa la culpa al Gobierno.

Roubini y Mihm, por el contrario, captan bien la idea: el enorme crecimiento del mercado de las hipotecas basura estuvo respaldado principalmente no por Fannie Mae y Freddie Mac, sino por instituciones privadas de crédito hipotecario como Countrywide. Además, la Ley de Reinversión en la Comunidad es muy anterior a la burbuja inmobiliaria. Las afirmaciones exageradas sobre que Fannie Mae y Freddie Mac provocaron por sí solos la crisis de las hipotecas subpreferenciales son sencillamente descabelladas.

Como han señalado otros, Fannie y Freddie representaban en realidad una parte muy reducida del conjunto del mercado de los préstamos inmobiliarios durante los años de mayor crecimiento de la burbuja. En la medida en que compraron préstamos inmobiliarios dudosos, lo hicieron buscando beneficios, no persiguiendo objetivos sociales (de hecho, estaban tratando de alcanzar a los prestamistas privados). Por otra parte, pocas de las instituciones implicadas en la concesión de préstamos hipotecarios subpreferenciales -como Countrywide Financial- eran bancos comerciales sujetos a la Ley de Reinversión en la Comunidad.

Aparte de eso, había otras burbujas; la burbuja de los inmuebles comerciales de EE UU, que no estaba en absoluto promovida por políticas públicas, y las burbujas en Europa. El hecho de que los inmuebles residenciales estadounidenses solo fuesen parte de un fenómeno mucho mayor parece ser una presunta prueba en contra de cualquier opinión que dependa demasiado de supuestas distorsiones creadas por los políticos estadounidenses.

¿Era la política gubernamental completamente inocente? No, pero sus pecados eran más de omisión que de acción. A Fannie y Freddie no se les debería haber permitido tratar de obtener beneficios en las últimas etapas de la burbuja inmobiliaria; y los reguladores no fueron capaces de usar la autoridad que tenían para impedir que se asumieran riesgos excesivos. Pero por mucho que los conservadores quieran colocar a los políticos bondadosos en el centro de esta historia, ese no es su lugar. Y el respaldo que da Rajan a la versión conservadora de la historia, sin siquiera reconocer los problemas de dicha versión, resulta poco fiable y evasivo.

La burbuja como un cisne blanco

Sean cuales sean las causas exactas de la burbuja inmobiliaria, es importante darse cuenta de que las burbujas en general no son ni mucho menos algo fuera de lo habitual. Por el contrario, como explicaba detalladamente Robert Shiller, de Yale, en su libro Exuberancia irracional (Turner), elogiado con razón, son una característica recurrente de los mercados financieros. (No es una coincidencia que Shiller avisase desde el principio de que estábamos experimentando una burbuja inmobiliaria masiva). Las burbujas se han producido en las economías pequeñas y en las grandes, en países concretos y en la economía mundial en su conjunto, en periodos de intensa intervención pública y en épocas de mínima injerencia gubernamental. La burbuja inmobiliaria del Atlántico Norte, como dicen Roubini y Mihm, fue un "cisne blanco", un tipo de acontecimiento normal, no uno tremendamente inusual, aunque mucho más grande que la mayoría.

Nosotros opinamos que la burbuja surgió en gran parte gracias a la superabundancia mundial de ahorros, pero que cobró bríos (que es lo que hacen las burbujas). Puede que las innovaciones financieras como la titularización de hipotecas hayan contribuido a inflar la burbuja, pero los bancos europeos se las apañaron para ampliar en exceso el crédito sin tantas florituras. Sin embargo, está claro que hubo fallos de supervisión garrafales. En concreto, Ben Bernanke ha reconocido que la Reserva Federal no empleó su autoridad reguladora para frenar los excesos de las entidades de crédito hipotecario (un descuido trágico). Greenspan hizo caso omiso de la clara advertencia que hizo un miembro de la junta directiva de la Reserva sobre los préstamos hipotecarios, que se habían vuelto peligrosamente excesivos. Y la titularización generalizada de los préstamos hipotecarios ha hecho que el problema sea mucho más difícil de resolver.

En un mercado inmobiliario que ahora está deprimido en todos los aspectos de la economía, los titulares de hipotecas y prestatarios con problemas estarían en mejor situación si pudieran renegociar sus préstamos y evitar las ejecuciones hipotecarias. Pero cuando las hipotecas se han rebanado y troceado para agruparlas y luego se han vendido en el mercado internacional, de forma que ningún inversor posee más que una fracción de cualquier hipoteca, esas negociaciones son imposibles. Y por culpa de los lobbies del sector financiero que impidieron que las hipotecas estuviesen cubiertas por los procesos de quiebra personal, ningún juez puede imponer una solución. El fenómeno de la titularización, creado con la creencia de que nunca se produciría un hundimiento a gran escala en el sector de la vivienda, ha atrapado a los inversores y a los prestatarios con problemas en una espiral descendente mutuamente destructiva.

2.

¿Qué pasa cuando las burbujas estallan? Invariablemente, un montón de riqueza en activos desaparece. Pero eso, en sí mismo, no basta para convertir el estallido de una burbuja en una catástrofe para la economía en general. La crisis de la Bolsa de 2000-2002 asestó un golpe de cinco billones de dólares al patrimonio de las familias estadounidenses. Hizo sufrir mucho a aquellas personas que contaban con las plusvalías para su jubilación, pero no desencadenó ninguna crisis sistémica generalizada. La crisis inmobiliaria representó un golpe de ocho billones de dólares, que tampoco fue mucho más grande que el del hundimiento de la Bolsa, si se tienen en cuenta la inflación y el crecimiento económico que hubo de por medio. Pero dio lugar a la peor crisis mundial desde los años treinta. ¿Por qué?

La mayor parte de Cómo salimos de ésta, de Roubini y Mihm, está, de hecho, dedicada a esta pregunta. Curiosamente, teniendo en cuenta la reputación que tiene Roubini de persona extremista y agorera, el libro depara pocas sorpresas. Pero es una muy buena introducción para explicar la manera en que unas finanzas mal encaminadas pueden destrozar una economía por lo demás saludable.

Hay dos respuestas principales a la pregunta de por qué algunas burbujas de activos hacen tanto daño cuando se pinchan. La respuesta más corta de miras se centra en el sector financiero; la de miras más amplias sostiene que la deuda y el apalancamiento entre agentes no financieros como corporaciones y propietarios de viviendas son igual de importantes. El hecho de que uno suscriba una u otra tiene consecuencias importantes para la visión que tiene sobre el modo en que deberíamos responder ante los pertinaces males de la economía.

Hablemos primero del sector financiero: los bancos y otras instituciones similares. Incluso Adam Smith sabía que los bancos están particularmente sujetos a crisis de confianza. Forma parte de la naturaleza de su negocio: un banco puede prometerle que tendrá acceso a su dinero siempre que quiera pero, dado que la mayoría de los fondos depositados en manos de cualquier banco se invierten en valores a largo plazo, ningún banco puede mantener realmente esa promesa si una gran parte de los depositantes exigen simultáneamente que se les devuelva su dinero. Por eso la banca depende de la confianza: mientras la gente crea que su dinero está seguro y solo saque fondos cuando tenga un motivo personal o empresarial para hacerlo, su dinero probablemente estará a salvo. Pero si los clientes de un banco empiezan a dudar de la solidez de la institución y deciden en masa sacar su dinero -es decir, si hay una retirada masiva de fondos del banco-, el miedo a que el banco quiebre puede convertirse en una profecía hecha realidad.

La crisis mundial del mercado inmobiliario, a diferencia del estallido de la burbuja de las punto.com, hizo que surgieran preocupaciones justificables respecto a la solidez de los bancos. Las instituciones financieras en su mayoría no estaban expuestas a las acciones tecnológicas. Sin embargo, estaban muy expuestas a pérdidas debidas a impagos hipotecarios. Por eso no resulta sorprendente, al menos retrospectivamente, que la crisis del mercado inmobiliario desencadenase una retirada masiva de fondos en grandes partes del sistema financiero. O por usar un término anticuado que vuelve a utilizarse de manera habitual, desencadenó el pánico financiero.

Pero ¿cómo podría darse un pánico de los de antes en el mundo moderno? Generaciones de instructores económicos les han dicho a sus alumnos que las retiradas masivas de fondos en los bancos -como en la famosa escena de la película Qué bello es vivir- son algo del pasado, ya que los depositantes modernos saben que su dinero está asegurado por la Corporación Federal de Garantía de Depósitos (FDIC, por sus siglas en inglés). ¿Por qué se equivocaban? La ahora familiar respuesta es que en 2007 el sistema financiero había evolucionado hasta un punto en el que tanto la regulación bancaria tradicional como la red de seguridad asociada a ella estaban llenas de agujeros.

En EE UU, la banca convencional fue sustituyéndose progresivamente por diversas alternativas, ahora frecuentemente agrupadas con la expresión "banca en la sombra". Por ejemplo, muchas empresas empezaron a colocar su dinero no en depósitos bancarios sino en repos o acuerdos de recompra (préstamos a muy corto plazo a fondos de cobertura y bancos de inversión). Los acuerdos de recompra ofrecían unos tipos de interés más altos que los depósitos corrientes, porque sus emisores no estaban sujetos a los requisitos de reservas ni a otras normas que se aplican a los bancos convencionales. Pero no estaban garantizados por el Gobierno y, por tanto, estaban expuestos a crisis de confianza. Las retiradas masivas de acuerdos de recompra hundieron a Bear Stearns y Lehman Brothers. Y, según muchos cálculos, en 2007, los acuerdos de recompra y otras formas de banca en la sombra representaban alrededor del 60% del sistema bancario estadounidense total (pero la banca en la sombra seguía estando sin regular ni asegurar en su mayoría). "No es de extrañar", escriben Roubini y Mihm, "que el sistema de banca en la sombra estuviese en el centro de lo que se convertiría en la madre de todas las retiradas masivas bancarias".

En Europa, la ruptura de la red de seguridad bancaria tradicional adquirió una forma un tanto distinta. En primer lugar, los bancos de las zonas de burbuja en España, Irlanda, Islandia y Reino Unido concedieron préstamos que superaban con creces sus depósitos, los cuales complementaron con financiación al por mayor, es decir, adquiriendo préstamos de otros bancos e inversores. Esta financiación al por mayor podía agotarse, y de hecho se agotó, cuando la solidez de los prestamistas originales se vio en tela de juicio.

Más allá de eso, los bancos europeos estaban respaldados por sus Gobiernos nacionales, no por una red de seguridad paneuropea, lo cual quiere decir que, cuando en algunos países surgieron problemas bancarios realmente graves, la capacidad de los Gobiernos de esos países para apoyar a sus bancos se vio cuestionada. Islandia, donde un puñado de banqueros desmandados asumió una deuda varias veces mayor que el PIB del país, es el ejemplo más conocido. Pero dudas similares aunque menos importantes relativas a la capacidad del Gobierno para hacer frente a las deudas de la banca han surgido en Irlanda y España.

De modo que la crisis del mercado inmobiliario generó una crisis de confianza en gran parte del sistema financiero mundial y terminó por paralizar partes cruciales de dicho sistema. Los signos de tensión empezaron a aparecer a finales del verano de 2007; el caos se desató después de la quiebra de Lehman en septiembre de 2008. Durante el invierno de 2008-2009 se dispararon los costes de los préstamos para casi todo el mundo -en el caso de que alguien consiguiera un crédito- excepto para los Gobiernos. Y la economía mundial parecía acercarse peligrosamente a una catástrofe total.

Los responsables políticos se apresuraron a evitar ese final. Se rescató a las instituciones financieras a expensas de los contribuyentes; se ampliaron las garantías para restaurar la confianza (Irlanda, por ejemplo, tomó la extraordinaria medida de garantizar toda la deuda bancaria irlandesa); los bancos centrales y los organismos gubernamentales echaron una mano como prestamistas de último recurso y ofrecían crédito cuando los bancos no podían o no querían. Estas medidas consiguieron controlar el pánico: a principios del verano de 2009, la mayoría de los índices de estrés financiero habían vuelto a valores más o menos normales. Y como señalábamos al principio de este artículo, la economía mundial dejó de caer en picado y empezó a crecer otra vez.

Pero, como también hemos señalado, no ha sido una recuperación en toda regla. Si el problema fundamental tiene que ver con una crisis de confianza en el sistema bancario, ¿por qué la restauración de la confianza en la banca no ha traído una vuelta del crecimiento económico sólido? Es probable que la respuesta sea que los bancos solo eran una parte del problema. Resulta curioso que sólo uno de los tres libros analizados aquí mencione al menos la obra del fallecido Hyman Minsky, un economista heterodoxo y durante mucho tiempo olvidado, a quien le ha llegado su momento (en más de un sentido). No obstante, Roubini y Mihm aportan una buena visión general de las ideas de Minsky (y Richard Koo, lo sepa o no, es en gran medida un minskyano).

La teoría de Minsky, en resumen, era que las épocas de estabilidad financiera sientan las bases de las crisis futuras porque incitan a una amplia variedad de agentes económicos a contraer deudas cada vez mayores y a participar en una especulación cada vez más arriesgada. Mientras los precios de los activos siguen subiendo, impulsados por las compras financiadas con deuda, todo parece marchar sobre ruedas. Pero, antes o después, la música se detiene: hay un momento Minsky en el que todos los actores se dan cuenta (o los acreedores les obligan a darse cuenta) de que los precios de los activos no van a subir eternamente y de que los prestatarios han asumido una deuda excesiva.

Pero ¿no es esta nueva prudencia algo bueno? No. Cuando un individuo intenta pagar lo que debe, no hay ningún problema; pero cuando todo el mundo trata de hacerlo al mismo tiempo, las consecuencias pueden muy fácilmente ser destructivas para todos los implicados. El proceso de destrucción se observa más claramente en el sector financiero, donde el intento por parte de todo el mundo de pagar su deuda vendiendo activos al mismo tiempo puede llevar a un círculo vicioso de precios que se hunden y angustia creciente. Pero el problema no se limita necesariamente a las finanzas.

De hecho, Richard Koo sostiene en The Holy Grail of Macroeconomics (El santo grial de la macroeconomía, sin publicar en España ) que el mayor problema al que se enfrentan las economías después de un momento Minsky (aunque él nunca usa ese término) no reside en el sector financiero, sino en los sectores no financieros con demasiadas deudas en sus balances. Koo es el economista jefe del Instituto de Investigación Nomura. Gran parte de su libro está dedicado a la larga época de estancamiento de Japón que se inició a principios de los años noventa. Este estancamiento, afirma, era en su mayoría un reflejo de los problemas que tenían con las cuentas de resultados las corporaciones no financieras, que se vieron atrapadas en grandes deudas tras el estallido de la burbuja inmobiliaria japonesa en los años ochenta. Sostiene que EE UU se enfrenta ahora a un problema similar, con problemas de deuda concentrados no en las corporaciones sino en los propietarios de viviendas que han asumido grandes deudas tanto al comprar las casas como al usarlas como cajeros automáticos, es decir, rehipotecándolas para obtener dinero en efectivo por la revalorización de la vivienda y gastando ese efectivo en un mayor consumo.

Según el análisis de Koo, los intentos simultáneos por parte de muchos actores privados de pagar sus deudas condujeron a una "falacia de la composición", que está estrechamente relacionada con la famosa (aunque muy a menudo subestimada) "paradoja del ahorro". Cada corporación o familia individual recorta el gasto en un intento por reducir la deuda; pero estos recortes del gasto reducen los ingresos de todo el mundo y mantienen la economía permanentemente deprimida.

Estos problemas más generales de deuda y desapalancamiento posiblemente expliquen por qué el éxito a la hora de estabilizar el sector financiero solo ha servido para alejar un poco la economía del abismo, sin dar pie a una recuperación sólida. La economía está atada de pies y manos, todavía paralizada por la excesiva cantidad de deuda sin pagar. Es decir, los esfuerzos simultáneos de tantas personas por pagar sus deudas al mismo tiempo hacen que la economía siga deprimida.

¿Y cuál es la solución? A corto plazo, la única forma de evitar una recesión profunda cuando casi todo el mundo en el sector privado está tratando de pagar su deuda simultáneamente es que el Gobierno se mueva en la dirección contraria: que se convierta, de hecho, en el prestatario de último recurso, emitiendo deuda y gastando más a medida que el sector privado se retrae. Cuando el momento Minsky es más intenso, los déficits presupuestarios no solo son buenos, son necesarios. En realidad, el aumento de los déficits presupuestarios en todo el mundo entre 2007 y 2009 posiblemente fue más importante aún que los rescates financieros para evitar que la crisis del mercado inmobiliario desencadenase una repetición de la Gran Depresión en toda su magnitud.

Por cierto que, este aumento repentino de los déficits presupuestarios no se debió principalmente a los esfuerzos deliberados por estimular la economía. Al contrario, los factores principales fueron la caída de la recaudación fiscal a medida que las economías se hundían y, en segundo lugar, un crecimiento de los pagos automáticos como los subsidios por desempleo. En EE UU, el déficit federal bianual de 2009-2010 rondará los 2,5 billones de dólares; el plan de estímulo de Obama representa menos de un cuarto del total.

Por tanto, los déficits presupuestarios han evitado que caigamos en el abismo.





Fuente: ElPais.com / 2010 The New York Review of Books Distribuido por The New York Times Syndicate
Autores: Paul Krugman (1953) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía. Actualmente profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times.
Robin Wells Krugman (1959)esposa de Paul Krugman, coautora, junto con Krugman, de Fundamentos de economía y ha enseñado Economía en Princeton, Stanford y el Massachusetts Institute of Technology.
Traducción: News Clips
Fotografía: ElPais.com

+ Leer más...

lunes, 27 de septiembre de 2010

Objetivos de Desarrollo del Milenio / opiniones

1. La pobreza y los Objetivos del Milenio

Los líderes del mundo se reúnen en Nueva York para evaluar el grado de cumplimiento de los "Objetivos de desarrollo del Milenio'' (ODM). Así es conocida la fastuosa campaña lanzada por Naciones Unidas para erradicar la pobreza. Es la moderna versión del antiguo pero no menos famoso "Cero Siete''.

Vamos a asistir a una catarata de declaraciones y buenas intenciones y también a datos que intentarán demostrar cuanto de beneficioso ha sido el ingente esfuerzo y cuán importante es lo que resta por hacer. Aldabonazos y llamadas a la responsabilidad y el compromiso en esa retórica tan vacía y sensiblera no faltarán.

No son pocos los que ya han determinado que eso de los "Objetivos del Milenio'' es un monumental fiasco, como el relator especial de la ONU para el derecho a la alimentación, Olivier de Schutter, que piensa que sólo han servido para afrontar los "síntomas de la pobreza'' y han ignorado "las causas profundas del subdesarrollo y del hambre''.

Olivier De Schutter, que aceptó su actual cargo en Naciones Unidas en mayo de 2008, es un profesor de la Universidad Católica de Lovaina y del Colegio de Europa. Es miembro de la Global Law School perteneciente a la Universidad de Nueva York. Presidió la Red UE de expertos independientes en materia de derechos fundamentales y fue Secretario General de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH).

De Schutter ha puesto al descubierto que si bien "los Objetivos del Milenio han sido útiles para movilizar dinero y energías sólo atacan los síntomas de la pobreza, como la malnutrición infantil, la mortalidad materna o las enfermedades, e ignoran las causas más profundas del subdesarrollo y del hambre''.

Por ejemplo, "actualmente en el mundo hay cien millones de hambrientos más que hace diez años, cuando se adoptaron los Objetivos del Milenio'', ha afirmado rotundo Schutter. Piensa que la comunidad internacional, y en particular los países más ricos, deben modificar su enfoque y atender los obstáculos estructurales que impiden el desarrollo. El apunta a la deuda, a la desigualdad comercial, a los paraísos fiscales. Pero hay más. Todos sabemos que hay más y profundas causas de la pobreza, pero pone el dedo en la llaga cuando afirma que, "se debe pasar de un enfoque meramente caritativo a otro enfoque que tenga en cuenta a las poblaciones, a la sociedad civil y, sobre todo, que esté basado en los derechos humanos''.

De Schutter es, decididamente, un experto en derechos humanos. Sus publicaciones, trabajos e investigaciones apuntan a ello y especialmente a las relaciones entre los derechos humanos y las políticas públicas. Su obra más reciente, editada por la Universidad de Cambridge este mismo año, se titula International Human Rights Law.

No le cito como argumento de autoridad pues realmente no conozco en profundidad su trabajo. Sus opiniones y declaraciones recientes me han llevado a rebuscar entre los informes de la oficina que dirige y he leído un papel sobre el hambre en el Africa Subsahariana.

Constatan que allí el principal problema estructural, la verdadera razón de las pavorosas hambrunas, es el de la propiedad de la tierra. Certifican también que, mayoritariamente, el dueño de la tierra, el señor de la tierra, es el Estado. Piden reformas estructurales urgentes para que las personas, los campesinos, puedan acceder a la propiedad de la tierra.

Hace diez años que Naciones Unidas lanzó su pomposa campaña internacional sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Burócratas, políticos de todo nivel, reyes y príncipes han abrazado con emoción y decisión esa bandera. Papeles, programas y declaraciones se envuelven para ser correctos en las buenas intenciones de los ODM.

Pues todo es un fiasco. He ido siguiendo los argumentos de De Schutter, con urgencia a repasar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por Naciones Unidas en el ya lejano 1948 y ahora, en que no pasa el año en que se descubren y proclamen "nuevos'' derechos del hombre, he vuelto a leer en ese viejo papel:

"Artículo 17. 1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. 2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad''.

No digo nada más. Seguiremos hablando del hambre en el mundo. Por mucho tiempo, me temo.*



2. Objetivos del milenio: ¿quién le pone el cascabel al gato?


¿DE QUÉ MILENIO hablamos? ¿De que la gente se muera ahora mismo de hambre y miseria por muchas zonas del planeta, mientras que a los mayores porcentajes de los que se supone estamos en el mundo rico (o en desarrollo) nos hagan pringar y pringar casi obligadamente con mejor o peor perspectiva pero siempre enganchados: 1.- a un consumismo desorbitado que en caso de reprimirse produce todavía más desgracia; 2.- a unos sistemas fiscales que hacen caer todo el peso sobre los tejidos productivos; 3.- a unas hipotecas, o cargas por tratar de trabajar, que esclavizan vidas?

Los cambios que se tendrían que producir a nivel global en principio no tienen por qué afectarnos egoístamente a la mayoría. Que los ricos (más ricos) a cuenta de sus beneficios por lo menos cubran a los más pobres (más pobres). A nosotros, que nos dejen espacios para trabajar sin sangrarnos demasiado. ¿Esto es de izquierda o de derecha?

La actuación implicaría una muy pequeña carga relativa para las grandes fortunas y aglomeraciones de capital y su aceptación depende de la decisión personal de no mucho más que una docena de personas y del poder de un par de cientos. Nada más. Son esos grupos los que manejan el meollo del cotarro. Hace unos días se ha celebrado en el edificio de las Naciones Unidas, en New York, una llamada Cumbre del Milenio que parece haber servido sólo para emitir palabras y no acciones.

Hipócritas, no tienen interés en eliminar los paraísos fiscales ni facilitar la creación de una fiscalidad mundial que intente controlar algo el flujo de blanqueos basados en la corrupción, instalada como lacra institucional en muchas economías.

Por ejemplo, la Tasa Tobin es una propuesta concreta de impuesto sobre el flujo de capitales en el mundo sugerido a iniciativa del economista estadounidense James Tobin en el año 1971, quien recibió el Premio Nobel de Economía en 1981, cuya instauración a nivel internacional ha sido propuesta e impulsada por el movimiento ATTAC -movimiento internacional altermundialista que promueve el control democrático de los mercados financieros y las instituciones encargadas de su control-, personalidades o especialistas de primer nivel y cuya implantación ha sido muchas veces considerada con motivo de la crisis económica de 2008-2010.

Los movimientos por una globalización alternativa opinan que los ingresos que este impuesto produciría podrían ser una importante fuente de financiación para combatir e incluso erradicar la pobreza extrema en el mundo. Pero otros, en especial los liberales de la escuela austriaca, lo consideran una medida intervencionista especialmente perniciosa al obstaculizar el libre comercio, perjudicando, según ellos, a los países más pobres y presentando enormes dificultades de recaudación, gestión y utilización de los fondos.

A lo peor son acertadas las inconveniencias de la Tasa Tobin, pero entonces hay que buscar algo parecido. Y si no, dejen de hacer esos discursos voluntaristas (Obama, Sarkozy, Zapatero?) que proponen conjurarse en todos los foros para buscar las nuevas fuentes de financiación.

La cumbre para revisar los Objetivos de Desarrollo del Milenio se clausuró después de tres días de inútiles debates entre los líderes mundiales, que mostraron buenos propósitos pero escasos resultados. La clave parece que tiene que ver con que muchos países, como denunció el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño, se consideran "convidados de piedra".

Aunque todos los participantes reiteraron una estupenda voluntad política para cumplir con el compromiso adoptado hace diez años para acabar con la miseria en el mundo y hacer más eficaces las ayudas al desarrollo, ideas innovadoras como crear un nuevo impuesto sobre las transacciones financieras -Tasa Tobin, defendida por los presidentes Zapatero y Sarkozy- levantaron la oposición de muchos otros estados.

Es decir, todo muy bien, cojonudo, menos ponerle el cascabel al gato, que es un dicho antiguo procedente de un cuento anónimo del siglo XIV, "De los mures con el gato", que popularizó Félix María de Samaniego en la fábula "El congreso de los ratones", y del que se deduce la audacia que se necesita para acometer determinadas tareas consideradas fundamentales pero que implican riesgo para el que las ejecuta.

Si de cien personas, cuarenta son pobres que se mueren, 59 escapamos mal que bien y una va sobradísima sin control a kilómetros de distancia por encima, pues que esta última haga el favor de poner un fisquito más, que con eso ya no se mueren.**




* Fuente: ElNuevoHerald.com
Autor: Pablo Izquierdo, Presidente de la Fundación Iberoamérica-Europa. Ex diputado del Partido Popular de España
**Fuente: ElDia.es
Autor: Jose A. Infante Burgos

+ Leer más...