domingo, 11 de diciembre de 2011

El Gobierno de Nadie (una pesadilla). Por Amador Fernández-Savater

“Consideramos un gobierno tecnocrático de unidad nacional la mejor opción para llevar a cabo las reformas y mantener la confianza de los inversores, con una composición que abarque izquierda y derecha del espectro político y cuente con líderes de confianza (…) Luchando como están las democracias modernas maduras con la crisis de la deuda soberana, los gobiernos tecnocráticos, ‘apolíticos’, pueden ser una opción imperiosa, conforme decae la confianza pública en los políticos, se afianza la resistencia a las reformas estructurales y los partidos sienten pavor por las consecuencias en las urnas de aplicar reformas dolorosas” (Tina Fordham, Citigroup)

A diario suceden mil cosas, pero ¿cómo descifrar cuáles son señales de las transformaciones que vienen? ¿Cuáles son huellas o ecos del pasado, y cuáles anuncian tendencias sociales decisivas? ¿Cómo saber cuándo hemos traspasado un umbral histórico? Me lo he preguntado estos días pensando sobre los “gobiernos técnicos” que se han impuesto en Grecia e Italia. Los veo como signos de muy mal agüero, fórmulas en experimentación que podrían luego reproducirse, rápido. Prototipos.

La verdad es que ahora mismo no me cuesta demasiado imaginar un gobierno técnico a escala europea, que se presente y justifique como única alternativa posible a un crash total inminente o incluso como el menos malo de los gestores posibles en caso de un desastre ya en curso (un corralito general, por ejemplo). Un gobierno “de transición”, sin políticos de por medio, compuesto enteramente por expertos y gestores que saben lo que hay que hacer y no tienen miedo a llevarlo a cabo, ya sin ningún vínculo por débil que fuese con la ciudadanía (voto, etc.). ¿Pesadilla?

Grecia e Italia serían los laboratorios del futuro. El experimento no va mal. Para empezar, se puede hacer. Estos dos golpes de Estado bajos en calorías militares no han provocado el escándalo en la opinión pública “demócrata”. Así me lo parece al menos. Nadie ha elegido a Monti ni a Papademos. Nadie votó los programas que van a llevar a la práctica, pero los parlamentos han refrendado ambos gobiernos y en general se percibe un clima de resignación, cuando no de entusiasmo. ¿Por qué no? Si lo que hay es lo único que puede haber, pues que al menos lo gestione alguien capaz, sin extravagancias y que sepa de cuentas, ¿no?

Hannah Arendt llamaba “Gobierno de Nadie” al dominio de la burocracia y comentaba al respecto: “no es necesariamente un no gobierno, bajo ciertas circunstancias incluso puede resultar una de sus versiones más crueles y tiránicas”. ¿Por qué? Sencillamente porque “no podemos considerar responsable de lo que ocurre a nadie, no hay auténtico autor de las acciones y de los acontecimientos. Realmente es sobrecogedor”. Lo que sigue son sólo algunas intuiciones y citas que me vienen más o menos desordenadamente a la cabeza al pensar en los gobiernos técnicos de Monti-Papademos. Notas de una pesadilla.


El Gobierno de Nadie es hijo de la crisis de la representación

“La falta de políticos nos facilita las cosas” (Mario Monti)

“Papademos nunca estuvo involucrado en política. Sabe lo que hay que hacer” (Thanos Papasavvas, jefe de Investec Asset Management)

El contexto de globalización ha hecho trizas los atributos clásicos de la soberanía del Estado-nación: fronteras, moneda, defensa, cultura, etc. Los estados se limitan cada vez más a gestionar en un territorio concreto las necesidades de la economía global. A izquierda y derecha del espectro parlamentario, se defienden en general los mismos intereses, las mismas ideas sobre el crecimiento y la competitividad. La permeabilidad de las instituciones a la participación ciudadana está bajo mínimos. A estas alturas todo esto son banalidades, secretos a voces. No son los anti-sistema, sino todo tipo de personas quienes se lanzan a la calle al grito de “lo llaman democracia y no lo es” y conspiran en la Red para hackear como pueden el sistema electoral (voto nulo, voto a los partidos minoritarios, etc.).

Los gobiernos técnicos se asimilan muy bien sobre este fondo social: rechazo masivo de la política de los políticos, inoperatividad absoluta del eje izquierda/derecha, hartazgo generalizado de la corrupción y los políticos-estrella (tipo Berlusconi), etc. Monti-Papademos anuncian gobiernos post-políticos y post-ideológicos, de pura gestión técnica. Ellos mismos sólo son máscaras como las de Anonymous, pero bajo las cuales no hay nadie de carne y hueso, sólo el poder abstracto e impersonal de los mercados financieros. No son de izquierdas o de derechas, de hecho lideran gobiernos nacionales de concentración izquierda/derecha. No son políticos, menos aún políticos-estrella, sino simples gestores, ingenieros, expertos. No están atados por fidelidades torpes a una ideología, a la gente que les votó, a su ambición personal. Aspiran a rentabilizar por su cuenta el rechazo de los políticos: son el reverso tenebroso de la crisis de la representación.


El Gobierno de Nadie, un gobierno racional

“Monti promete ser, en fin, un primer ministro mucho más normal y “aburrido” que Berlusconi. Pero lo que de él se espera es seriedad y eficacia. La fiesta ha terminado” (La Vanguardia)

“Cinco palabras definirían el programa de Monti: eficacia, urgencia, crecimiento, rigor y equidad” (Paso a paso).

A Mario Monti le llaman Il Proffesore. Tanto él como Papademos sólo hablan de eficacia en la gestión. Ambos aseguran no tener ideología: simplemente ejecutarán “lo que debe hacerse”. Lo que debe ser.

Según toda una venerable tradición filosófica que va desde Platón hasta Kant, actuar “libremente” es actuar “por deber”, es decir “necesariamente”. Es la teoría platónica de un “gobierno de la filosofía”: un gobierno de las ideas universales y necesarias, lo que debe hacerse en tanto que es racional y justo, independientemente de lo que opine o desee cada quien. Es la teoría kantiana de un “agente libre”, es decir un agente que actúa “por deber”, esto es “racionalmente”. El Gobierno de Nadie se presenta como un gobierno técnico e instrumental: pura aplicación de las verdades de la ciencia económica. Un gobierno sólido, en tanto que no actúa o decide por prejuicios o intereses privados, sino “desinteresadamente”. Un gobierno eficaz donde mandan los que saben, no los que más brillan en los medios de comunicación o los que mejor ponen la zancadilla en los pasillos del poder.

“El Gobierno de Nadie es el más tiránico de todos ya que no se puede pedir cuentas de sus actuaciones a nadie (…) es imposible localizar al responsable o identificar al enemigo” (Hannah Arendt). Quien disiente del Gobierno de Nadie no es un adversario con razones o intenciones respetables: sólo puede ser un loco o un ignorante. Porque sólo un loco o ignorante pelea contra la fuerza de la gravedad. Sería también de locos o de ignorantes pedir la opinión al pueblo sobre las políticas a ejecutar, como si la verdad de una formulación matemática pudiese elegirse por mayoría en unas elecciones. “¿Qué sabrá la gente sobre lo que le conviene?” Lo que dice la gente no puede ser más que ruido o furia. Es inútil, absurdo y altamente pernicioso escucharlo.

Por el contrario, la racionalidad del Gobierno de Nadie es la “inteligencia de lo necesario”: descifrar las leyes que rigen el mundo y actuar conforme a ellas. Pero se trata de leyes bien diferentes de las que pensaban Platón o Kant. El “imperativo categórico” de Monti-Papademos es simplemente la obediencia a las necesidades y exigencias de Goldman Sachs y los mercados financieros. Esa es hoy nuestra fuerza de la gravedad.


El Gobierno de Nadie como “potencia de salvación”

“¿Nos salvaremos? Absolutamente, sí” (Corrado Passera, súper-ministro a cargo de Desarrollo, Infraestructuras y Transportes).

“Vamos a la carrera” (Mario Monti)

“Para salvar a Italia hay que apostar por la credibilidad y la responsabilidad. Hay que ser prudentes con ir a las elecciones” (Franco Frattini, ministro de Exteriores).

El Gobierno de Nadie es el poder que nos promete el rescate de la catástrofe. El cometa de la crisis se acerca imparable a la tierra, los medios de comunicación anuncian su inminente llegada (ibex 35, prima de riesgo, calificaciones), los ciudadanos de a pie miran boquiabiertos el cielo. Sólo un puñado de héroes decididos entienden lo que pasa y actúan en consecuencia. Seguro que no pueden salvarnos a todos, eso por descontado. Hay gente que corre muy lento. Pero quién sabe, igual a mí sí, confiemos…

El poder de salvación ya no se justifica en nombre de tales o cuales valores (democracia, etc.), sino de nuestra pura y simple supervivencia como especie. Poder pastoral que vela y garantiza nuestra conservación como rebaño. Poder médico: si te rebelas contra él firmas tu propia sentencia de muerte. Poder providencial, como explica el filósofo francés Maurice Blanchot. “Nuestro destino está ahora en el poder: no un hombre históricamente destacable, sino cierto poder que está por encima de la persona, la fuerza de los más elevados valores, la soberanía, pero no de una persona soberana, sino de la soberanía misma, en cuanto que se identifica con las posibilidades reunidas en un Destino”. El gobierno técnico no es una dictadura, un poder tiránico personal: “un dictador no deja de desfilar; no habla, grita; su palabra tiene la violencia del grito, del dictare, de la repetición. (El soberano) se manifiesta, pero por deber. Incluso cuando aparece resulta como extranjero a su presencia: está retirado en sí mismo, habla, pero secretamente…”. Frente al show berlusconiano, la discreta “aparición por deber” de Il Proffesore (y señora).

Blanchot explica que el poder de salvación impone siempre una “muerte política” a cambio de la seguridad que ofrece. El soberano debe ser incuestionable, de modo que se cancela toda posibilidad de disenso (a la que se acusa además de complicidad con la catástrofe). Delegamos en el soberano todas nuestras capacidades (de expresión, pensamiento, acción) y la política queda proscrita. Porque en realidad el Gobierno de Nadie no hace política. Ni actúa, ni decide: sólo gestiona. Es decir, modula como puede un poder que le rebasa y precede. Una máquina hiper-compleja orientada por intereses económicos. Un poder inhumano que no se puede alterar, gestionar o modificar, sino simplemente obedecer lo mejor posible. Es el poder de lo automático, de lo necesario. Es nuestro Destino.


La danza de los nadie contra el Gobierno de Nadie

¿Cómo despertar de esa muerte política? Los discursos “ilustrados” que aún identifican nuestras democracias con la racionalidad política libre, voluntaria y organizada suenan cada vez más a chiste pesado. Pero todavía habrá quien aconseje, ante la amenaza del Gobierno de Nadie, que recuperemos la confianza en el sistema de partidos, la representación política, el eje izquierda/derecha, etc. Más aún. Habrá voces que responsabilicen con toda seguridad a la revolución anónima que se extiende ahora mismo por el mundo de haber allanado el terreno al Gobierno de Nadie. “Mirad, ahí está el resultado de vuestro ‘no nos representan’”.

En realidad es todo lo contrario. Entregando todo el poder a los mercados financieros, blindándose contra todo atisbo de participación ciudadana, convirtiéndose en simples gestores de lo Inevitable y lo Necesario, los políticos han cavado su propia tumba. Ya pueden quejarse todo lo que quieran Papandreu, Berlusconi o Rajoy cuando le toque: los poderes a los que se ataron han decidido de pronto prescindir de sus servicios y poner en su lugar a otros ingenieros de más confianza. Punto.

El único despertar posible de la muerte política es lo que Hannah Arendt pensó como “acción”. Actuar es interrumpir el dominio de lo automático, lo contrario de obedecer o repetir. También en la vida personal: interiorizamos los automatismos cuando hacemos lo que debemos hacer, vemos lo que tenemos que ver, decimos lo que hay que decir y pensamos lo que está prescrito pensar. Arendt lo llamó “conducta”: un comportamiento normalizado, previsible y predecible. Por el contrario, cuando actuamos “nos unimos a nuestros iguales y empezamos algo nuevo”, salimos del aislamiento y la impotencia, nos volvemos capaces.

La “política del cualquiera” de movimientos como el 15-M no es equivalente ni simétrica al Gobierno de Nadie: no confía el mando a los que saben, sino que parte del principio de que todos podemos pensar; no tiene rostro, pero precisamente para que quepan todos y cada uno de los rostros singulares; no gestiona lo que hay, sino que inventa colectivamente nuevas respuestas para problemas comunes.

Pluralidad, invención, pensamiento: así es la danza de los nadie contra el Gobierno de Nadie.





Fuente: Publico.es / Blog "Fuera de lugar".
Autor: Amador Fernández-Savater (Madrid, 1974) va y viene entre el pensamiento crítico y la acción política, buscando siempre su encuentro. Es editor de Acuarela Libros (acuarelalibros.blogspot.com), ha dirigido durante años la revista Archipiélago y ha participado activamente en diferentes movimientos colectivos y de base en Madrid (estudiantil, antiglobalización, copyleft, "no a la guerra", V de Vivienda, 15-M). Es autor de “Filosofía y acción” (Editorial Límite, 1999), co-autor de "Red Ciudadana tras el 11-M; cuando el sufrimiento no impide pensar ni actuar" (Acuarela Libros, 2008) y coordinador de "Con y contra el cine; en torno a Mayo del 68" (UNIA, 2008). Actualmente, emite semanalmente desde Radio Círculo el programa "Una línea sobre el mar", dedicado a la filosofía de garaje.







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domingo, 4 de diciembre de 2011

La larga vida del dólar. Por Sanjeev Sanyal

La actual crisis económica y los constantes déficits de los Estados Unidos hacen que cada vez más se ponga en duda el papel del dólar como divisa de referencia mundial. Las medidas que se han hecho recientemente para internacionalizar el renminbi chino han conducido a una anticipación del cambio inminente en el sistema monetario global. Muchos economistas destacados, incluidos los miembros de un panel de las Naciones Unidas, que encabeza el economista galardonado con el Premio Nobel, Joseph Stiglitz, están aconsejando un “sistema mundial de reservas” para sustituir la hegemonía del dólar. Sin embargo, la larga historia de divisas de referencia globales sugiere que los días del dólar como moneda líder no van acabar pronto.

En tiempos antiguos, India tuvo un gran superávit comercial con el imperio romano. Como escribió Plinio en el Siglo I, “No hubo un solo año en el que India no se llevara de Roma 50 millones de sestercios.” Ese desequilibrio comercial implicaba una fuga constante de moneda de plata y oro, lo que provocó escasez de estos metales en Roma. En vocabulario moderno, los romanos se enfrentaron a una restricción monetaria.

Roma respondió reduciendo el contenido de plata y oro (el antiguo equivalente de la monetización), que condujo a una inflación sostenida en el imperio. Sin embargo, el descubrimiento frecuente de monedas romanas en la India sugiere que la moneda romana se siguió aceptando internacionalmente mucho tiempo después de que resultara obvio que su contenido de oro o plata había disminuido.

En el siglo XVI, España emergió como superpotencia tras su conquista de América del Sur. Entre 1501 y 1600, 17 millones de kilogramos de plata pura y 181,000 kilogramos de oro puro salieron de América Latina hacia España, que gastó el dinero en guerras con los Países Bajos y otros lugares. Este aumento de liquidez provocó auge económico e inflación en toda Europa.

A pesar de esta riqueza, España se endeudó cada vez más, lo que en última instancia la llevó al impago tres veces –en 1607, 1627 y 1649- y sufrió una dramática decadencia geopolítica. Con todo, las monedas de plata españolas (conocidas como real de a ocho o dólares españoles) continuaron siendo la principal divisa usada en el comercio mundial hasta la guerra revolucionaria estadounidense. De hecho, la moneda española siguió siendo de curso legal en los Estados Unidos hasta 1857 –mucho tiempo después de que la propia España dejara de ser una de las principales potencias.

Para mediados del siglo XIX, el mundo operaba con un sistema de dos metales basado en el oro y la plata. No obstante, imitando el ejemplo británico, la mayoría de los países más grandes habían cambiado al sistema oro para la década de 1870.

El Banco de Inglaterra estuvo dispuesto a convertir una libra esterlina en una onza de (11/122) de oro fino a petición previa. La Primera Guerra Mundial trastocó ese sistema, pero Gran Bretaña retomó la vinculación con el oro en 1925. Sin embargo, a medida que la Gran Depresión se afianzó, el Banco de Inglaterra se vio obligado a elegir entre la oferta de liquidez a los bancos y mantener la vinculación con el oro. Optó por la primera en 1931.

Con todo, la libra esterlina siguió siendo la principal divisa mundial incluso hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Todavía en 1950 –más de medio siglo después de que los Estados Unidos sustituyera a Gran Bretaña como la potencia industrial más grande del mundo- 55% de las reservas de divisas se mantenían en libras esterlinas, y muchos países continuaron vinculando sus monedas a la libra.

Se deben notar tres aspectos de esta historia. Primero, un sistema monetario mundial basado en metales preciosos no resuelve los desequilibrios fundamentales de un sistema económico global. Segundo, los metales preciosos no son la solución al problema de la inflación. Finalmente, la divisa de referencia y el ecosistema de comercio mundial subyacente resisten a menudo el declive geopolítico del país de referencia durante décadas.

Un nuevo orden económico se estableció después de la Segunda Guerra Mundial cuyo país de referencia fue los Estados Unidos. El sistema de Bretton Woods vinculó el dólar estadounidense con el oro en 35 dólares por onza, y con otras monedas vinculadas al dólar (aunque en ocasiones permitía hacer ajustes).

La falla del sistema es que solo servía de apoyo a la expansión económica global mientras los Estados Unidos estuviera dispuesto a suministrar dólares mediante déficits –los mismos déficits que en última instancia debilitarían la capacidad de ese país de mantener el precio de la onza de oro en 35 dólares. En 1961, los Estados Unidos respondió con la creación de la Bolsa de Oro de Londres, que obligaba a otros países a pagar a los Estados Unidos la mitad de sus pérdidas de oro. Sin embargo, este acuerdo pronto creó descontento, y Francia salió de la Bolsa en 1967. El sistema de Bretton Woods se derrumbó cuatro años después.

¿O no? A pesar de los problemas de los años setenta, el dólar siguió siendo la divisa dominante en el mundo, a la que generaciones sucesivas de países asiáticos vincularon sus tipos de cambio. Al igual que con el sistema de Bretton Woods, una economía periférica (por ejemplo, China), podía crecer muy rápidamente y al mismo tiempo la economía principal (los Estados Unidos) se beneficiaba de un financiamiento asequible. El relativo auge de China no debilitó el papel del dólar –y puede haberlo fortalecido. En efecto, al igual que los japoneses durante su período de rápido crecimiento, los chinos habían resistido, hasta hace poco, la internacionalización del renminbi.

Entonces, ¿estamos entrando en una era post dólar? A pesar de todos los problemas causados por la Gran Recesión, no hay señales de que el mundo lo esté abandonando. Los inversionistas siguen dispuestos a financiar a los Estados Unidos a tasas de interés mínimas, y el índice nominal del dólar ponderado en función del comercio no se ha derrumbado.

Aunque China sustituyera a los Estados Unidos como la economía más grande del mundo en una década, una divisa de referencia puede ser más resistente que el dominio geopolítico y económico de su país de origen. Es por ello que el dólar probablemente siga siendo la divisa dominante global durante mucho tiempo, aún cuando los Estados Unidos haya sido rebasado.






Fuente: Project-Syndicate.org / Copyright: Project Syndicate, 2011.
Autor: Sanjeev Sanyal, economista indio, ambientalistas y teórico en urbanismo. Es estratega global del Deutsche Bank, y fue nombrado "Joven Líder Global 2010" por el Foro Económico Mundial en Davos. Autor del libro The Indian Renaissance: India’s Rise after a Thousand Years of Decline (El Renacimiento India: La Rebelión de la India después de mil años de decadencia).
Traducción: Kena Nequiz





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lunes, 28 de noviembre de 2011

El Heraldo golfo del Apocalipsis. Por Manuel Vicent

No le conocían, ni lo habían visto nunca en persona, pero algunos ricachones pronunciaban su nombre en voz baja, con admiración, en los campos de golf, desde Sotogrande hasta Palm Beach, en los salones enmaderados de los clubes financieros, en las suites de los hoteles de superlujo, en las popas de yates de 70 metros de eslora, en los insonorizados despachos de algunos banqueros, en los puestos de las monterías con el rifle de mira telescópica en la mano. Su nombre, Bernard Madoff, se trasmitía con medias palabras como una clave secreta que abría una extraña caja fuerte de Wall Street, solo accesible a algunos privilegiados. No era suficiente ser absolutamente multimillonario para ingresar en su orden. Al principio Madoff se daba el gusto de rechazar a clientes muy adinerados si carecían de cierto glamour. Había que tener la suerte de que te eligiera, y en ese caso debías entregarle una cantidad importante de millones, nunca menos de cincuenta, un excedente de tu riqueza, y esperar a que por arte de magia él la multiplicara, le sacara grandes beneficios incluso en años malos, mientras tú te rascabas la barriga y seguías jugando al golf, o navegando en yate, o matando venados. Nadie se explica que tiburones con cuatro filas de dientes avezados en dar dentelladas muy certeras se convirtieran en simples boquerones a merced de este estafador. No es tan raro si se tiene en cuenta que la codicia humana pica siempre el mismo anzuelo, lo mismo en Wall Street que a la salida de la estación de Atocha donde un cateto recién llegado a la ciudad es estafado con el timo de la estampita por alguien que se hace pasar por lelo.

Se sentaba visiblemente en el primer banco de la sinagoga principal de Manhattan con la familia, su mujer Ruth, sus hijos Mark y Andrew. Ejercía la caridad con los menos afortunados de la comunidad judía. Llevaba su vida dentro de un lujo preservado, sin estridencias horteras. Pasaba por ser un genio de las finanzas, pero todo su arte consistía en enmascarar su negocio, de forma que los auditores no descubrieran que se trataba de una pirámide financiera vulgar, aunque coronada con nombres estelares, gente muy sonora de Hollywood, como Spielberg, o de Elie Wiesel, superviviente del Holocausto y premio Nobel de la Paz, de banqueros europeos, de modelos, deportistas de élite, artistas famosos. Pagar los intereses a los de arriba con la inversión de los fondos y del dinero privado que recibía por la base, ese era todo el misterio. Al principio solo admitía los millones de quienes sabía que no se los iban a exigir de forma perentoria. A esta gente le bastaba con la vanidad de sentirse amparados por la fórmula mágica de este misterioso personaje rey de Wall Street, Bernard Madoff Investment Securities.

Algunos tiburones que le habían cedido su dinero para que lo multiplicara mientras ellos jugaban al golf tranquilamente en Boca Ratón comenzaron a oler a mierda cuando les llegó el rumor de que Bernard Madoff ya admitía dinero de cualquiera, blanco o negro, limpio o sucio, sin preguntar el pedigrí ni importarle su glamour. ¿Cómo Madoff anda buscando dinero a la desesperada de los salchicheros, de constructores de medio pelo, de los ahorros de amas de casa? Había que largarse. Aunque la caída final de la pirámide y la detención del faraón por el FBI no se produjo hasta el 11 de diciembre de 2008, las primeras señales del cataclismo se comenzaron a sentir al inicio de ese verano. Y en este sentido Bernard Madoff fue el heraldo que anunció el apocalipsis financiero mundial que se acercaba y solo por eso pasará a la historia, que ahora va a filmar Robert de Niro. Poco después, el 15 de septiembre, entró en quiebra Lehman Brothers y se esfumaron 430.000 millones de dólares y 100.000 entidades financieras y fondos de pensiones cayeron en el abismo.

Aunque Madoff ha sido condenado a 150 años de prisión, y su hijo Mark, un 11 de diciembre, después de felicitar la Navidad a los aparcacoches, se colgó de una tubería con un collar de perro con un hijo de dos años en la habitación de al lado, esta estafa de 50.000 millones de dólares no es distinta a la que sufre el cateto que se cree listo a la salida de la estación de Atocha. La crisis comenzó por un timo de la estampita.






Fuente: ElPais.com
Autor: Manuel Vicent (España, 1936-) Escritor, periodista y galerista de arte. Licenciado en Derecho y Filosofía por la Universidad de Valencia y Periodismo en la Escuela Oficial de Madrid. Autor de más de 15 obras y Premios Alfaguara de Novela (1966), González Ruano (1979), Nadal (1987), Francisco Cerecedo de Periodismo (1994), Alimentos de España (1994), Alfaguara de Novela (1999).
Fotografía: Bernard Madoff / autor Eduardo Arroyo






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martes, 15 de noviembre de 2011

La muerte del optimismo en EEUU. Por Antonio Caño

Un sondeo de opinión del diario 'The New York Times' refleja el bajo estado de ánimo de los norteamericanos, que se sienten mejor representados por los grupo radicales que por el Congreso
El movimiento Ocupa Wall Street puede ser pequeño y desorganizado, el Tea Party puede ser extremista y racista, pero ambos reflejan hoy el estado de ánimo de los norteamericanos mejor que el Congreso, la representación legítima del poder popular, y gozan de mayor respaldo que el Gobierno surgido de las urnas. Estados Unidos vive un momento, infrecuente en su historia, en que el pesimismo y la desconfianza en las instituciones condicionan gravemente su futuro.

Según una encuesta del diario The New York Times y la cadena CBS, un 25% de la población tiene una opinión favorable de Ocupa Wall Street y un 46% considera que sus reivindicaciones coinciden con las de una mayoría de norteamericanos. En ese mismo sondeo, un 9% apoya la actuación del Congreso, un 10% respalda al Gobierno y un 46% ve de forma favorable la gestión de Barack Obama. En otra encuesta, en febrero pasado, un 27% creía que el Tea Party es una muestra de las preocupaciones de todos los ciudadanos de este país.

Incluso admitiendo el valor relativo de las encuestas, muy influidas por la cobertura de los medios de comunicación, y aún considerando el riesgo de valorar un estado de ánimo en un sistema político cuya única expresión válida es la del voto, se puede reconocer en esas cifras, y en otras que llevan certificando esa tendencia desde hace meses, que EE UU atraviesa por una crisis de identidad que es, al mismo tiempo, reflejo y consecuencia de su crisis económica y política.

Si se observa la medición diaria de la página web RealClearPolitics, la pérdida de confianza en el Congreso ha ido en aumento, casi de forma constante, desde hace más de dos años. Ninguno de los dos partidos concita particular entusiasmo: demócratas y republicanos están empatados en cuanto a su aceptación popular, un 42%. Lo mismo se puede decir en cuanto al número de personas que consideran que el país camina en dirección equivocada, que crece sin cesar y hoy llega al 75%.

Ese pesimismo es el síntoma más grave de los nuevos tiempos. EE UU no es muy diferente, en este sentido, a otros países europeos en los que las malas condiciones económicas y la falta de respuestas de la clase política han generado escepticismo hacia las instituciones democráticas y, en algunos casos, movimientos de protesta similares a los de Ocupa Wall Street, como el de los indignados en España. El equivalente al Tea Party puede encontrarse en el ascenso de las fuerzas de extrema derecha en países de Europa, y en la germinación de una fea rivalidad cultural entre la Europa del Norte y la del Sur.

La particularidad de EE UU radica en que ese pesimismo es mucho más destructivo en un país, como este, basado en la iniciativa individual y la confianza del ciudadano en su sociedad. Los sistemas europeos, en alguna medida, funcionan por encima del ciudadano. Aquí, el éxito del país está esencialmente vinculado al éxito de sus individuos, léase Steve Jobs. El optimismo es la principal fuerza motriz de una economía cuyas dos terceras partes dependen del consumo privado, una actividad que está íntimamente relacionada con la confianza en el futuro, es decir, con el optimismo.

Los norteamericanos no encuentran muchas razones para ser optimistas. Un 66% creen que la distribución de la riqueza es injusta, y los datos les dan la razón. Un informe de la Oficina del Presupuesto del Congreso, la institución más respetada del país en materia económica, certificaba el miércoles que, tal como dicen en Ocupa Wall Street, el 1% de la población ha doblado sus ingresos en los últimos 30 años, mientras que la quinta parte más pobre los ha aumentado en un 18%.

Sin embargo, la injusticia distributiva no explica todo el abatimiento actual. De hecho, ese desequilibrio se viene produciendo desde Ronald Reagan y su famosa política del goteo, y solo ahora aparece como un inconveniente en una nación en la que hacer dinero, cuanto más mejor, nunca ha sido pecado. Ese problema ha ascendido en la lista de reivindicaciones ciudadanas en la medida en que han crecido también otros que atormentan y desmoralizan a las familias, problemas como el desempleo, los desahucios de viviendas y las deudas por estudios, que desalientan a millones de jóvenes en un terreno que es esencial para el futuro.

Sobre esos tres asuntos está ofreciendo propuestas estos días el presidente Obama. Ha presentado un plan de inversión pública para estimular la economía, otro para la refinanciación más favorable de las hipotecas y uno más, este miércoles, para reducir los pagos que los estudiantes tienen que desembolsar por sus matrículas, que suelen prolongarse durante muchos años. Todos ellos son planes que han recibido mayormente elogios entre los especialistas y que recogen ideas que en el pasado han sostenido tanto demócratas como republicanos. Pero difícilmente esos planes van a resolver los problemas porque, desgraciadamente, su autor, Obama, es hoy parte del problema.

Esta es la tercera pata de la crisis de confianza en EE UU, la decepción por la situación política. Decepción, primero, con la gestión de Obama, quien siendo todavía apreciablemente respaldado, no ha traído el gigantesco cambio que parecía anunciarse.

El carácter de los estadounidenses se ha envenenado en estos tiempos. Por primera vez en su historia reaccionan con complejos ante un competidor: China. En los años ochenta y noventa del siglo pasado estaban preocupados por la competencia de Japón, pero aquello resultó un revulsivo. Ahora están asustados ante el ascenso de sus rivales, y, tanto en la derecha como en la izquierda, claman por más proteccionismo y más aislacionismo, la dirección contraria al instinto natural de este país.






Fuente: El Pais.com
Autor: Antonio Caño lleva más de 30 años de dedicación a la cobertura y análisis de la actualidad internacional, la mitad de ellos vividos en EE UU y América Latina. Actualmente, es corresponsal en Washington y jefe del Bureau EEUU de El País de España. Editor del blog "Ala Oeste".
Fotografía: An Occupy Denver protester is handcuffed while a police officer holds his knee to his head. The protester was tackled when he called police officers a profane name while walking past them as they were arresting people on the 16th Street Mall in Denver. Hundreds of Occupy Denver protesters marched through downtown, and police eventually removed all the protesters from Civic Center Park. Another march down the 16th Street Mall resulted in more arrests / Leah Millis. AP






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martes, 8 de noviembre de 2011

La globalización de la protesta. Por Joseph E. Stiglitz

El movimiento de protesta que nació en enero en Túnez, para luego extenderse a Egipto y de allí a España, ya es global: la marea de protestas llegó a Wall Street y a diversas ciudades de Estados Unidos. La globalización y la tecnología moderna ahora permiten a los movimientos sociales trascender las fronteras tan velozmente como las ideas. Y la protesta social halló en todas partes terreno fértil: hay una sensación de que el “sistema” fracasó, sumada a la convicción de que, incluso en una democracia, el proceso electoral no resuelve las cosas, o por lo menos, no las resuelve si no hay de por medio una fuerte presión en las calles.

En mayo visité el escenario de las protestas tunecinas; en julio, hablé con los indignados españoles; de allí partí para reunirme con los jóvenes revolucionarios egipcios en la plaza Tahrir de El Cairo; y hace unas pocas semanas, conversé en Nueva York con los manifestantes del movimiento Ocupar Wall Street. Hay una misma idea que se repite en todos los casos, y que el movimiento OWS expresa en una frase muy sencilla: “Somos el 99%”.

Este eslogan remite al título de un artículo que publiqué hace poco. El artículo se titula “Del 1%, por el 1% y para el 1%”, y en él describo el enorme aumento de la desigualdad en los Estados Unidos: el 1% de la población controla más del 40% de la riqueza y recibe más del 20% de los ingresos. Y los miembros de este selecto estrato no siempre reciben estas generosas gratificaciones porque hayan contribuido más a la sociedad (esta justificación de la desigualdad quedó totalmente vaciada de sentido a la vista de las bonificaciones y de los rescates); sino que a menudo las reciben porque, hablando mal y pronto, son exitosos (y en ocasiones corruptos) buscadores de rentas.

No voy a negar que dentro de ese 1% hay algunas personas que dieron mucho de sí. De hecho, los beneficios sociales de muchas innovaciones reales (por contraposición a los novedosos “productos” financieros que terminaron provocando un desastre en la economía mundial) suelen superar con creces lo que reciben por ellas sus creadores.

Pero, en todo el mundo, la influencia política y las prácticas anticompetitivas (que a menudo se sostienen gracias a la política) fueron un factor central del aumento de la desigualdad económica. Una tendencia reforzada por sistemas tributarios en los que un multimillonario como Warren Buffett paga menos impuestos que su secretaria (como porcentaje de sus respectivos ingresos) o donde los especuladores que contribuyeron a colapsar la economía global tributan a tasas menores que quienes ganan sus ingresos trabajando.

Se han publicado en estos últimos años diversas investigaciones que muestran lo importantes que son las ideas de justicia y lo arraigadas que están en las personas. Los manifestantes de España y de otros países tienen derecho a estar indignados: tenemos un sistema donde a los banqueros se los rescató, y a sus víctimas se las abandonó para que se las arreglen como puedan. Para peor, los banqueros están otra vez en sus escritorios, ganando bonificaciones que superan lo que la mayoría de los trabajadores esperan ganar en toda una vida, mientras que muchos jóvenes que estudiaron con esfuerzo y respetaron todas las reglas ahora están sin perspectivas de encontrar un empleo gratificante.

El aumento de la desigualdad es producto de una espiral viciosa: los ricos rentistas usan su riqueza para impulsar leyes que protegen y aumentan su riqueza (y su influencia). En la famosa sentencia del caso Citizens United, la Corte Suprema de los Estados Unidos dio a las corporaciones rienda suelta para influir con su dinero en el rumbo de la política. Pero mientras los ricos pueden usar sus fortunas para hacer oír sus opiniones, en la protesta callejera la policía no me dejó usar un megáfono para dirigirme a los manifestantes del OWS.

A nadie se le escapó este contraste: por un lado, una democracia hiperregulada, por el otro, la banca desregulada. Pero los manifestantes son ingeniosos: para que todos pudieran oírme, la multitud repetía lo que yo decía; y para no interrumpir con aplausos este “diálogo”, expresaban su acuerdo haciendo gestos elocuentes con las manos.

Tienen razón los manifestantes cuando dicen que algo está mal en nuestro “sistema”. En todas partes del mundo tenemos recursos subutilizados (personas que desean trabajar, máquinas ociosas, edificios vacíos) y enormes necesidades insatisfechas: combatir la pobreza, fomentar el desarrollo, readaptar la economía para enfrentar el calentamiento global (y esta lista es incompleta). En los Estados Unidos, en los últimos años se ejecutaron más de siete millones de hipotecas, y ahora tenemos hogares vacíos y personas sin hogar.

Una crítica que se les hace a los manifestantes es que no tienen un programa. Pero eso supone olvidar cuál es el sentido de los movimientos de protesta. Son ellos una expresión de frustración con el proceso electoral. Son una alarma.

Las protestas globalifóbicas de 1999 en Seattle, en lo que estaba previsto como la inauguración de una nueva ronda de conversaciones comerciales, llamaron la atención sobre las fallas de la globalización y de las instituciones y los acuerdos internacionales que la gobiernan. Cuando los medios de prensa examinaron los reclamos de los manifestantes, vieron que contenían mucho más que una pizca de verdad. Las negociaciones comerciales subsiguientes fueron diferentes (al menos en principio, se dio por sentado que serían una ronda de desarrollo y que buscarían compensar algunas de las deficiencias señaladas por los manifestantes) y el Fondo Monetario Internacional encaró después de eso algunas reformas significativas.

Es similar a lo que ocurrió en la década de 1960, cuando en Estados Unidos los manifestantes por los derechos civiles llamaron la atención sobre un racismo omnipresente e institucionalizado en la sociedad estadounidense. Aunque todavía no nos hemos librado de esa herencia, la elección del presidente Barack Obama muestra hasta qué punto esas protestas fueron capaces de cambiar a los Estados Unidos.

En un nivel básico, los manifestantes actuales piden muy poco: oportunidades para emplear sus habilidades, el derecho a un trabajo decente a cambio de un salario decente, una economía y una sociedad más justas. Sus esperanzas son evolucionarias, no revolucionarias. Pero en un nivel más amplio, están pidiendo mucho: una democracia donde lo que importe sean las personas en vez del dinero, y un mercado que cumpla con lo que se espera de él.

Ambos objetivos están vinculados: ya hemos visto cómo la desregulación de los mercados lleva a crisis económicas y políticas. Los mercados solo funcionan como es debido cuando lo hacen dentro de un marco adecuado de regulaciones públicas; y ese marco solamente puede construirse en una democracia que refleje los intereses de todos, no los intereses del 1%. El mejor gobierno que el dinero puede comprar ya no es suficiente.





Fuente: Project Syndicate, 2011 / The Globalization of Protest
Autor: Joseph E. Stiglitz, catedrático de Economía de la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía en 2001. Autor de Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial.
Traducción: Esteban Flamini.
Fotografía: Montaje Menesez Filipov / Ojo Adventista






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jueves, 27 de octubre de 2011

El Vaticano también quiere "ocupar" Wall Street. Por Sandro Magister

En vísperas del G-20, la Santa Sede invoca una autoridad política universal que gobierne la economía. Para comenzar, pide que se implemente un impuesto a las transacciones financieras.
Según el parecer del padre Thomas J. Reese, profesor en la Georgetown University de Washington y ex director de America, el semanario de los jesuitas de Nueva York, el documento divulgado hoy por la Santa Sede "no sólo está más a la izquierda de Obama: está también más a la izquierda de los demócratas liberales y más próximo a los puntos de vista del movimiento 'Ocupar Wall Street' que de cualquiera de los miembros del Congreso estadounidense".

En efecto, el documento difundido el lunes 24 de octubre por el Pontificio Consejo "Justicia y Paz" invoca el advenimiento de un "mundo nuevo" que debería tener su bisagra en una autoridad política universal.

La idea no es inédita. Ya ha sido evocada en la encíclica "Pacem in terris" de Juan XXIII, del año 1963, y ya sido relanzada por Benedicto XVI en la encíclica "Caritas in veritate", del año 2009, en el parágrafo 67.1

Pero la "Caritas in veritate" decía muchas otras cosas y el presagio de un gobierno mundial de la política y de la economía no era seguramente el centro.

Aquí, por el contrario, todo el documento gira en torno a esta idea, reclamada desde el título: "Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad pública con competencia universal"

Cuán utópico y cuán realista sea la invocación de tal gobierno supremo del mundo permite entreverlo el desorden general que nos describen diariamente las crónicas de la actual crisis económica y financiera. Pero pertenece al ámbito de lo realista y viable un elemento específico de innovación auspiciado por el documento: los impuestos a las transacciones financieras, también llamado Tobin tax (tasa Tobin).

El documento dedica pocas líneas a esa propuesta. Y sabe que ésta se ve contrarrestada por fuertes y fundamentadas objeciones. Así como también se sabe que la sostienen economistas famosos, como Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs.

Pero, al presentar el documento a la prensa, la Santa Sede ha decidido mostrarse resueltamente a favor de la tasa Tobin, no sólo pidiendo "reflexionar sobre ella", tal como se lee en el documento, sino respondiendo punto por punto a las objeciones y mostrando la viabilidad y la utilidad ya en lo inmediato.

Esta apología de la tasa Tobin ha sido confiada al economista Leonardo Becchetti, profesor en la Universidad de Roma "Tor Vergata". Él ha desarrollado su tarea con precisión y con gran cantidad de datos. (El texto de su intervención en italiano puede verse en la página web del Vaticano).

Sobre la mesa de los jefes de gobierno del G-20, que se reunirán en Cannes, en Francia, el 3 y 4 de noviembre próximos, estará presente entonces esta clara postura de la Santa Sede a favor de la introducción de la tasa Tobin, cuya recaudación "podría contribuir a la constitución de una reserva mundial para sostener las economías de los países golpeados por la crisis".






Fuente: "Occupare Wall Street". Il Vaticano sulle barricate / chiesaespressonline.it
Publicado: Infobae.com

Autor: Sandro Magister es teólogo, vaticanista y editor de la sección Chiesa del semanario italiano L'Espresso.
Traducción: José Arturo Quarracino
Fotografía: montaje Menesez Filipov / Ojo Adventista

Nota: 1. Parágrafo 67 de la encíclica de Benedicto XVI, "Caritas in veritate" (año 2009)

67. Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger [Discurso a los Miembros de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (18 abril 2008): l.c., 10-11.] y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común [Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: l.c., 293; Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 441. ], comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos [Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 82. ]. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización [Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 43: l.c., 574-575. ], que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas.





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viernes, 21 de octubre de 2011

¿Una revuelta o un movimiento social? Por Norman Birnbaum

La Edad Media europea estuvo llena de revueltas campesinas y disturbios urbanos. Los franceses llamaban a la agitación en el campo jacqueries, por su protagonista simbólico, el imperturbable campesino Jacques, que se veía abocado a la violencia por las exacciones de la nobleza. En las ciudades, los italianos tenían dos nombres: el popolo grasso frente al popolo minuto, es decir, los gordos, los ricos, frente a los pobres y más flacos. Desde luego, estos antagonismos eran específicos de cada nación y cada región, tenían unas causas y unos resultados complejos y, a menudo, tenían elementos de imaginería religiosa e ideas de justicia. El difunto héroe de la resistencia polaca Bronislaw Geremek era historiador de los movimientos sociales medievales antes de utilizar sus conocimientos como asesor de Solidarność y, posteriormente, como ministro de Exteriores.

A primera vista, pareció que todos estos movimientos habían fracasado. Para que hubiera representación política y un mínimo de justicia distributiva hubo que esperar a la aparición del concepto de ciudadanía. Los nobles y sus homólogos urbanos perdieron importancia ante la formación de Estados nacionales fuertes, en los que unos monarcas absolutistas utilizaban los nuevos poderes centralizados para supeditar tanto a nobles como a campesinos, a burgueses acomodados y esforzados artesanos. A su vez, las nuevas capas sociales (pequeños agricultores independientes, prósperos comerciantes urbanos y fabricantes) utilizaron los Parlamentos para controlar la arrogancia real. Las jacqueries se convirtieron en un recuerdo del pasado en manos de los historiadores. La industrialización acabó engendrando un proletariado mucho más amplio y con posibilidades de ser más peligroso incluso que los más desesperados de los pobres en las ciudades medievales.

La historia no avanza en línea recta. Al fin y al cabo, Inglaterra decapitó a un rey siglo y medio antes de que lo hicieran los franceses. Todavía hace unos días, un columnista del Financial Times, en un artículo positivo sobre las protestas en Wall Street, hablaba de una secta británica del siglo XVII, los Excavadores (Diggers), que, durante la Revolución Inglesa, se resistieron al cierre de las tierras que hasta entonces habían sido comunes. Es muy poco frecuente que el Financial Times publique referencias favorables a una revolución. Recuérdense las energías intelectuales y morales empleadas por los británicos a partir de 1792 para denunciar a los jacobinos. Unas denuncias que iban acompañadas de un relato de lo más orgulloso (y absurdamente distorsionado) en el que la historia británica era una historia de acuerdos y concesiones sin fin. Tal vez los que ocupan una mínima parte de Wall Street (y sus colegas de otras ciudades de Estados Unidos) han tocado fibras sensibles de la memoria en otros lugares. Desde luego, han abierto una brecha en las teorías irrefutables de que en Estados Unidos existe un consenso fundamental sobre que el capitalismo es la única vía al paraíso. ¿Qué capacidad de influir a largo plazo tiene el grupo amorfo que ocupa en estos momentos un pequeño rincón del distrito financiero de Nueva York, con el riesgo constante de sufrir la agresión de una policía brutalizada? El grupo que inició la ocupación está formado por personas que trabajan en el sector de las artes y la cultura. Se formó, en un principio, para crear y defender los derechos de los artistas en materia de contratos, empleo, seguros médicos y vivienda. Lo que les empujó a una acción colectiva fue la búsqueda de la seguridad individual. Utilizo el término "artista" pero, en realidad, el grupo incluye también a personas que trabajan en las nuevas tecnologías. Si la afinidad entre creatividad artística y protesta social, que comenzó hace dos siglos, se extiende ahora a los innovadores en las comunicaciones electrónicas, eso debe hacernos reflexionar. Al grupo se unieron enseguida estudiantes, desempleados de todas clases, miembros de sindicatos (que aún tienen una gran presencia en Nueva York) y personas llegadas desde el interior.

Como es natural, los medios de comunicación, como por instinto, han dicho que los manifestantes son desechos sociales o jóvenes sin educar. Su desprecio recuerda a la reacción de las clases dirigentes ante las primeras protestas contra la guerra de Vietnam. Si no lo hubieran mostrado, habría sido prueba de que Estados Unidos está de verdad en el umbral de una revolución.

No es así, ni mucho menos. Es más, pese a su tendencia a actuar como si fuera el presentador de un programa de variedades, el presidente puede atribuirse en parte el mérito de la protesta. Al alterar por completo su retórica en las últimas semanas, al empezar a reconocer la división de clases, ha empujado a quienes criticaban su frustrada reconciliación con los republicanos a emprender sus propias iniciativas. Ahora tendrá que aceptar que insistan en que siga él también la lógica de ese nuevo rumbo.

¿Podrán los manifestantes unirse con los demócratas que se oponen, en Wisconsin y Ohio, a unas asambleas estatales y unos gobernadores entregados a la soberanía de los mercados? Es posible que la conciencia despertada por las protestas haga que muchos ciudadanos estén más dispuestos a abandonar la pasividad.

Uno de los recursos más valiosos de los movimientos sociales es la memoria. La memoria social no es una investigación histórica minuciosa. Es una destilación moral del pasado. Muchos de los comentarios entusiastas sobre las manifestaciones hacen referencias a Estados Unidos durante el New Deal y las décadas posteriores, cuando la economía estaba regulada, la tercera parte de la fuerza laboral pertenecía a sindicatos y las expectativas, tanto individuales como colectivas, no dejaban de crecer. Los participantes más cultos habrán estudiado el New Deal en sus clases de la Universidad. Otros tendrán recuerdos familiares de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, transmitidos por unos abuelos ya fallecidos. De lo intensos que sean esos recuerdos puede depender la suerte de las protestas. Pueden convertirse en una jacquerie moderna. O, tal vez, puedan renovar la persistente y profunda tradición de protesta en Estados Unidos y marcar el inicio de una nueva etapa en la política.

Aunque sean efímeras, por lo menos, han acabado con la atrofia actual de la cultura estadounidense. Al final, las jacqueries medievales proporcionaron elementos imaginativos a las revoluciones modernas. La historia contemporánea de Estados Unidos ha estado llena de sorpresas, en su mayoría decepcionantes. Cualquier mejoría, por pequeña que sea, sería de agradecer.






Fuente: El País.com
Autor: Norman Birnbaum (1926-) es un sociólogo, doctorado en la Harvard University. Es catedrático emérito de la Georgetown University Law Center, y miembro del consejo editorial de La Nación. Ha enseñado en la London School of Economics and Political Science, Oxford University: y la Strasbourg University, Amherst College. Tambien ha servido en la Facultad de Posgrado de la New School for Social Research. Un miembro del consejo editorial de la fundación de la New Left Review, ha sido activo en la política a ambos lados del Atlántico. Ha sido asesor de los sindicatos de América y miembros del Congreso, así como a una serie de movimientos sociales y partidos políticos en Europa. Contribuye regularmente a una serie de publicaciones, entre ellas la Open Democracy, El País de España, y el diario alemán Tageszeitung.
Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.




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domingo, 2 de octubre de 2011

Cómo prevenir una depresión. Por Nouriel Roubini

Los últimos datos económicos sugieren que la recesión está regresando a las economías más avanzadas, con los mercados financieros llegando a niveles de estrés no se veían desde el colapso de Lehman Brothers en 2008. Son significativos los riesgos de una crisis económica y financiera aún peor que la anterior - ya que ahora involucra no sólo al sector privado, sino también la cuasi insolvencia de bonos soberanos. ¿Qué se puede hacer para reducir las posibilidades de caer en otra contracción de la economía y evitar una depresión y una crisis financiera más profundas?

En primer lugar, debemos aceptar que las medidas de austeridad, necesarias para evitar una caída fiscal en cadena, tienen efectos recesivos. Por lo tanto, si los países de la periferia de la eurozona se ven obligados a adoptar medidas de austeridad fiscal, los países capaces de ofrecer estímulos a corto plazo deben hacerlo, y posponer sus esfuerzos de austeridad propios. Entre ellos se encuentran Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, el núcleo de la eurozona y Japón. Además, se hace necesaria la creación de bancos que apunten a financiar la infraestructura pública.

En segundo lugar, si bien la política monetaria tiene un impacto limitado cuando los problemas son la deuda excesiva y la insolvencia en lugar de la falta de liquidez, puede ser útil la flexibilización del crédito, en lugar de una distensión sólo cuantitativa. El Banco Central Europeo debe revertir su decisión equivocada de elevar las tasas de interés. Un mayor nivel de flexibilización monetaria y del crédito también es necesario para la Reserva Federal de EE.UU., el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra y el Banco Nacional Suizo. La inflación pronto será el último problema que los bancos centrales deban temer, a medida que nuevamente una menor actividad en los mercados de bienes, trabajo, vivienda, materias primas y alimentos genere presiones antiinflacionarias.

En tercer lugar, para restaurar el crecimiento del crédito, los bancos y sistemas bancarios de la eurozona que no están suficientemente capitalizados se deben reforzar con financiamiento público en un programa que abarque a toda la Unión Europea. Para evitar una crisis del crédito adicional a medida que los bancos de desapalancan, deberían contar con una cierta indulgencia de corto plazo en cuanto a exigencias de capital y liquidez. Además, dado que sigue siendo poco probable que los sistemas financieros de EE.UU. y la UE proporcionen crédito a las pequeñas y medianas empresas, es esencial la prestación directa de créditos a las PYME solventes pero sin liquidez.

En cuarto lugar, es necesaria la prestación a gran escala de liquidez a los gobiernos solventes para evitar un repunte de los diferenciales y una pérdida de acceso al mercado que termine por convertir la falta de liquidez en insolvencia. Incluso con cambios de políticas, se necesita tiempo para que los gobiernos restablezcan su credibilidad. Hasta entonces, los mercados mantendrán la presión sobre los diferenciales soberanos, haciendo probable que se produzca una crisis autoinfligida.

Hoy en día, España e Italia están en riesgo de perder acceso al mercado. Se deben triplicar los recursos oficiales -a través de un mayor Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, Eurobonos, o medidas masivas del BC - para evitar un segundo y desastroso ataque sobre estos bonos soberanos.

En quinto lugar, la carga de deuda que no se pueda mitigar mediante el crecimiento, el ahorro o la inflación se debe hacer sostenible a través de su reestructuración ordenada, su reducción y su conversión en capital. Esto debe llevarse a cabo del mismo modo para los gobiernos insolventes, los hogares y las instituciones financieras.

En sexto lugar, incluso si Grecia y otros países periféricos de la eurozona reciben ayudas importantes para paliar su deuda, el crecimiento económico no se reanudará hasta que se restablezca la competitividad. Y, sin un rápido retorno al crecimiento, será imposible evitar más impagos y un mayor nivel de agitación social.

Hay tres opciones para restablecer la competitividad dentro de la eurozona; todos requieren una depreciación real... y ninguno de ellos es viable:

Un fuerte debilitamiento del euro, apuntando a una paridad con el dólar estadounidense, lo cual es improbable, ya que EE.UU. se encuentra también en una posición débil.

• Tampoco es probable una reducción rápida de los costes laborales unitarios, mediante la aceleración de la reforma estructural y crecimiento de la productividad en relación con el crecimiento de los salarios, ya que fueron necesarios 15 años para que ese proceso restableciera la competitividad de Alemania.

• Una deflación acumulada del 30% a cinco años en los precios y los salarios -en Grecia, por ejemplo- lo que significaría cinco años de profundización de una depresión socialmente inaceptable; incluso si fuese posible, este nivel de deflación agravaría la insolvencia, dado un aumento del 30% en el valor real de la deuda.

Debido a que ninguna de estas opciones puede funcionar, la única alternativa es que Grecia y algunos otros miembros actuales abandonen la eurozona. Sólo la vuelta a una moneda nacional -y una fuerte depreciación de la misma- puede recuperar la competitividad y el crecimiento.

Por supuesto, el abandono de la moneda común podría causar daños colaterales para el país que lo haga y aumentar el riesgo de contagio para otros miembros débiles de la eurozona. Por consiguiente, los efectos sobre la hoja de balance de las deudas en euros causados por la depreciación de la nueva moneda nacional se tendrían que manejar a través de una conversión ordenada y negociada de los pasivos en euros a las nuevas monedas nacionales. Se necesitaría un uso adecuado de los recursos oficiales, lo que incluye la recapitalización de bancos de la eurozona, para limitar los daños colaterales y el contagio.

En séptimo lugar, las razones que explican el alto desempleo y el anémico crecimiento de las economías avanzadas son estructurales, y entre ellas se encuentra el aumento de la competitividad de los mercados emergentes. La respuesta adecuada a tales cambios masivos no es el proteccionismo. En cambio, las economías avanzadas necesitan un plan de mediano plazo para restaurar la competitividad y el empleo a través de nuevas inversiones masivas en educación de alta calidad, capacitación laboral y la mejora del capital humano, infraestructura, y energías alternativas/renovables. Sólo un programa así puede proporcionar a los trabajadores de las economías avanzadas las herramientas necesarias para competir a nivel mundial.

En octavo lugar, las economías de mercado emergentes cuentan con más herramientas de políticas que las economías avanzadas, y deben flexibilizar la política monetaria y fiscal. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial pueden servir como fuentes de crédito de último recurso para los mercados emergentes en riesgo de perder acceso al mercado, condicionado a reformas políticas adecuadas. Y los países que, como China, dependen excesivamente de las exportaciones netas para el crecimiento deben acelerar las reformas, incluida una apreciación más rápida de la moneda, con el fin de impulsar la demanda y el consumo internos.

Los riesgos por delante no son solo de una leve recaída en la recesión, sino de una severa contracción que podría convertirse en una Gran Depresión II, especialmente si la crisis de la eurozona se convierte en desorden y conduce a un colapso financiero global. Las políticas erróneas durante la primera Gran Depresión generaron guerras comerciales y monetarias, impagos desordenados de la deuda, deflación, un aumento de la desigualdad del ingreso y la riqueza, pobreza, desesperación y una inestabilidad social y política que condujo a la aparición de regímenes autoritarios y la Segunda Guerra Mundial. La mejor manera de evitar el riesgo de repetir una secuencia así es adoptar hoy mismo medidas audaces y proactivas de políticas globales.






Fuente: Project-Syndicate.org / Copyright: Project Syndicate, 2011.
Autor: Nouriel Roubini también conocido como Dr. Doom debido a que en el año 2005 proyectó que habría una crisis en el sector hipotecario de Estados Unidos. Presidente de Roubini Global Economics, profesor en la Escuela Stern de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York y coautor del libro Crisis Economics [Cómo salimos de ésta, Ediciones Destino, Barcelona, 2010] entre otros.
Traducción: David Meléndez Tormen




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