martes, 21 de diciembre de 2010

Teoría del presidente gay. Por Lluís Bassets

La democracia americana siempre nos lleva unos cuantos cuerpos de delantera. Incluso sus arcaísmos suelen señalar al futuro, a pesar de la aparente superioridad con que los europeos solemos juzgarles. Los militares norteamericanos serán ahora los primeros del mundo en admitir a ciudadanos abiertamente homosexuales en sus filas, rompiendo la prohibición implantada hace 17 años que les impedía de salir del armario. Había homosexuales, como no podía ser de otro modo y como los hay en todos los ejércitos y en todas las instituciones del mundo, pero estaban obligados a seguir la regla de la discreción vergonzante sintetizada en las siglas DADT (Don’t ask don’t tell: no preguntes, no cuentes).

La legislación que permitía el ingreso de homosexuales en el ejército bajo la estricta condición de que no manifestaran su condición sexual fue aprobada durante el primer mandato de Clinton; e involuntariamente por culpa de Clinton. Es probable que esta ley, que ha permitido expulsar del ejército a 13.000 hombres y mujeres en sus años de vigencia, no se hubiera aprobado si en la primera rueda de prensa presidencial no le hubieran preguntado si mantendría su promesa electoral de que los homosexuales sirvieran abiertamente como tales en las fuerzas armadas.

Clinton dijo que sí, se armó la gran escandalera, y luego, gracias al Congreso, fue que no. Se presentó como un compromiso que superaba la situación anterior de exclusión abierta, pero se solventó de forma tan inconveniente que se convirtió en una prohibición más explícita. Fueron gajes de un presidente inexperto. Y quien lo ha podido corregir ahora, tantos años después, es otro presidente sin mucha experiencia que, habiendo fracasado en muchos puntos de su programa, se ha podido finalmente resarcir cumpliendo una promesa de su antecesor demócrata.

Nadie puede discutir que estamos ante un nuevo hito, que se apunta en la cuenta de Obama en el preciso momento en que sus cuentas se hallan bastante desequilibradas. Así se ha hecho Estados Unidos. Allí los combates políticos suelen cargarse de historia y de emoción, siempre siguiendo un guión dramático. Habrá películas y series sobre los nuevos militares gays, sus familias, sus sacrificios y su patriotismo.

Esta es una legislación que enriquece y actualiza el relato de la emancipación americana. Sus valores fundacionales salen reforzados y proyectados al mundo. Cabe interpretar incluso que este reconocimiento confirma el excepcionalismo americano, la idea de que Estados Unidos es una nación aparte, destinada siempre a convertir en realidad los sueños más ambiciosos de la humanidad. Pero la entrada de los gays en el ejército plantea también una pregunta, que la columnista del New York Times, Maureen Dowd ya ha lanzado: ¿Estamos preparados para un comandante en jefe gay?

El comandante en jefe es el presidente. Muchos ciudadanos estadounidenses todavía dudaban hace dos años de que su país estuviera preparado para tener un presidente afro americano. No fueron pocos los que interpretaron el resultado de las primarias como una expresión de los reflejos antifeministas, como si el país no estuviera preparado para una presidenta mujer. Nadie puede dudar de que lo está y sobradamente para uno y otra. Ahora la pregunta es si entre los próximos candidatos cabe pensar que aparezca ya un político que se confiese homosexual y que incluso nos presente a su pareja. Y luego la siguiente duda: ¿qué es mejor, matar dos pájaros de un tiro, y contar con una presidenta gay, o meramente con un presidente gay?

No son futilidades. En Europa ya tenemos alcaldes homosexuales en muchas grandes ciudades. Pero nadie ha osado todavía presentarse a una elección nacional con una identidad sexual distinta a la convencional. Es más: cada vez es más frecuente la utilización de la imagen de familia convencional como parte del bagaje personal del candidato a presidir un país. Hasta tal punto, que se hace difícil imaginar una campaña electoral que funcione de otra forma y no exalte, en el fondo y en la forma, los roles tradicionales y las formas de familia de siempre. Y por cierto, el único que escapa a esta convención y que cultiva una imagen sexual desordenada es alguien como Berlusconi, uno de los políticos más populistas y derechistas que Europa ha dado en años.




Fuente: "Del alfiler al elefante" / El País.com
Autor: Lluís Bassets es periodista. Director adjunto de EL PAÍS / España. Se ocupa de las páginas, artículos de Opinión y también publica el blog "Del alfiler al elefante".


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jueves, 2 de diciembre de 2010

Un festín de secretos. Por Timothy Garton Ash

Los documentos de Wikileaks muestran lo graves que son las amenazas y el escaso control que tiene Occidente. Pero queda por responder una pregunta: ¿Cómo ejercer la labor diplomática en estas condiciones?
Es el sueño del historiador. Es la pesadilla del diplomático. Aquí están, al alcance de todo el mundo, las confidencias de amigos, aliados y rivales, aderezadas con las opiniones francas, a veces brillantes, de diplomáticos estadounidenses. Durante las dos próximas semanas, los lectores de periódicos de todo el mundo van a disfrutar de un banquete con numerosos platos sacados de la historia del presente.

Lo normal es que el historiador tenga que esperar 20 o 30 años para encontrar esos tesoros. En este caso, los cables más recientes tienen poco más de 30 semanas de antigüedad. Y en conjunto forman un auténtico tesoro. Son más de 250.000 documentos. La mayoría de los que he visto, en mis incursiones en una base de datos que ha creado The Guardian para buscarlos, tienen más de 1.000 palabras de extensión. Si esa muestra es representativa, debe de haber un total de al menos 250 millones de palabras, tal vez hasta 500 millones. Como saben bien los acostumbrados a investigar en archivos, cuando se tiene acceso a un gran volumen de documentos -ya sean cartas de un novelista, papeles de un ministerio o cables diplomáticos, aunque gran parte de ese material sea rutinario e incluso, en parte, por eso-, es más fácil comprender a fondo al sujeto de nuestra investigación. Con una inmersión prolongada, uno se hace una idea bastante clara de sus prioridades, su carácter y sus pautas de pensamiento.

Este material consiste, en su mayor parte, en informes políticos de nivel medio y alto enviados desde todo el mundo, además de las instrucciones de Washington. Es importante recordar que no figuran secretos de las máximas categorías: NODIS (acceso exclusivo para el presidente, secretario de Estado, jefe de misión), ROGER, EXDIS, DOCKLAMP (mensajes secretos entre los consejeros de Defensa y el Servicio de Inteligencia de la Defensa). Aun así, lo que tenemos es un verdadero festín.

No es extraño que el Departamento de Estado haya puesto el grito en el cielo. Sin embargo, por lo que he visto, los profesionales del servicio exterior de Estados Unidos tienen pocas cosas de las que avergonzarse. Es verdad que se perciben ciertos tejemanejes marginales, sobre todo en los años de Bush y la "guerra contra el terror". Necesitamos preguntas y respuestas concretas. Ahora bien, en su mayor parte, lo que nos encontramos aquí es a unos diplomáticos que hacen el trabajo que les corresponde: averiguar qué está ocurriendo en los lugares en los que están destinados y trabajar para promover los intereses de su país y las políticas de su Gobierno.

Es más, mi opinión del Departamento de Estado ha mejorado bastante. En los últimos años, he tenido la impresión de que el servicio exterior estadounidense dejaba bastante que desear, me parecía casposo y decepcionante, en especial al compararlo con otras ramas de la Administración más sólidas como el Pentágono y el Tesoro. Pero lo que tenemos ahora ante nosotros es un trabajo de primera categoría.

El hombre que en la actualidad ocupa el máximo puesto de la carrera diplomática estadounidense, William Burns, aportó desde Rusia un relato de lo más entretenido -casi digno de Evelyn Waugh- sobre una enloquecida boda daguestaní a la que asistió el mafioso presidente de Chechenia, que bailó en ella "con su pistola automática chapada en oro metida en la parte posterior de sus vaqueros".

Los análisis de Burns sobre la política rusa son perspicaces. Como lo son los informes de sus colegas en Berlín, París y Londres. En un cable enviado en 2008 desde Berlín, se compara el Gobierno de la gran coalición de democristianos y socialdemócratas con "la típica pareja que se odia pero permanece casada por los hijos". Desde París se envía una divertidísima descripción de los numeritos de Nicolas (y Carla) Sarkozy. Y a los británicos nos vendría bien examinar nuestra obsesión neurótica por la llamada "relación especial" con Washington con la misma frialdad y la misma falta de sentimentalismo que se advierten en los cables confidenciales de la Embajada de Estados Unidos en Londres.

Por suerte, también encontramos indicios ocasionales de que el Foreign Office (Ministerio de Exteriores británico) defiende nuestros valores. Según un informe de 2008, un alto diplomático británico, Mariot Leslie, "dijo con gran franqueza que HMG [el Gobierno de su Majestad] se oponía a algunas de las cosas que hace el USG [el Gobierno de Estados Unidos] (por ejemplo, las rendiciones) y que, por consiguiente, tiene algunos límites".

Es muy preocupante encontrar cables con la firma de Hillary Clinton que parecen indicar que se pide a los diplomáticos normales y corrientes que hagan cosas que parecen más propias de espías de base, como rebuscar hasta descubrir los datos biométricos y de tarjetas de crédito de altos funcionarios de la ONU. Es urgente que Foggy Bottom (la sede del Departamento de Estado) aclare exactamente quién recibía instrucciones de hacer qué de acuerdo con estas Directivas sobre espionaje personal.

Más en general, lo que se observa en este tráfico de mensajes diplomáticos es hasta qué punto la seguridad y la lucha antiterrorista han penetrado en todos los aspectos de la política exterior estadounidense en los últimos 10 años. Pero también se ve lo graves que son las amenazas y el escaso control que tiene Occidente. Hay informaciones demoledoras sobre el programa nuclear iraní y el grado de miedo que provoca, no solo en Israel, sino sobre todo entre los árabes ("Cortad la cabeza de la serpiente", instó el rey saudí a los estadounidenses, según un embajador suyo); la vulnerabilidad del arsenal nuclear paquistaní frente a islamistas descontrolados; la inmensidad de la anarquía y la corrupción en Afganistán (un dirigente afgano saca millones de dólares del país en efectivo); Al Qaeda en Yemen; e historias reales del poder de las mafias rusas junto a las que la última novela de John Le Carré parece casi tímida.

Existe un genuino interés del público por conocer estas cosas. The Guardian, The New York Times, EL PAÍS y otros medios de comunicación responsables se han esforzado al máximo para intentar garantizar que los datos que publiquen no supongan un riesgo para nadie. Deberíamos exigir a Wikileaks que haga lo mismo.

Sin embargo, queda por responder una pregunta. ¿Cómo es posible ejercer la labor diplomática en estas condiciones? No cabe duda de que tiene razón el portavoz del Departamento de Estado al decir que las revelaciones "van a crear tensión en las relaciones entre nuestros diplomáticos y nuestros amigos de todo el mundo". El temor a las filtraciones ya está haciendo que sea más difícil gobernar. Un profesor amigo mío que trabajó en el Departamento de Estado durante el mandato de Bush me ha contado que en una ocasión sugirió escribir una nota en la que hacía preguntas fundamentales sobre la política de Estados Unidos en Irak. "Ni se te ocurra", le advirtieron, porque seguro que aparecía en The New York Times del día siguiente.

La gente está interesada en comprender cómo funciona el mundo y qué cosas se hacen en nuestro nombre. La gente está interesada por los manejos confidenciales de la política exterior. Y los dos intereses se contraponen.

De una cosa estoy seguro: el Gobierno de Estados Unidos debe de estar lamentando y revisando con urgencia su extraña decisión de colocar todo ese volumen de correspondencia diplomática reciente en un sistema de ordenadores militares tan seguro que un chico de 22 años podría descargarlo y pasarlo a un CD de Lady Gaga. ¿No les parece gagá?




Fuente: ElPais.com / TheGuardian.co.uk - "US embassy cables: A banquet of secrets"
Autor: Timothy Garton Ash (1955-) es un escritor, editorialista y periodista británico, autor de ocho libros como analista político,documentando la transformación de Europa durante el último cuarto de siglo. Es profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y Senior Fellow del Instituto Hoover, en la Universidad de Stanford. Sus ensayos aparecen regularmente en el New York Review of Books, y escribe una columna semanal en The Guardian que se distribuye por multitud de publicaciones en Europa (en España, el diario El País), Asia y América. También escribe con frecuencia en el New York Times, el Washington Post o el Wall Street Journal.




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