lunes, 27 de junio de 2011

Inmigrantes, periódicos y periodistas. Por Moisés Naím

Esta columna le va a sorprender.

La primera sorpresa es que The New York Times acaba de publicar un importante artículo1 que fue originalmente conseguido, revisado y preparado por su rival, The Washington Post. La segunda sorpresa es que esto ocurrió con el consentimiento del Post. La tercera es que un joven periodista estrella, ex empleado del Post, utiliza ese artículo para confesar un delito que lo puede llevar a la cárcel o a ser deportado de Estados Unidos, país donde vive desde los 12 años. La cuarta sorpresa es que todo esto ilustra los prejuicios colectivos, las tragedias personales y los espinosos dilemas que afrontan los Gobiernos a la hora de tratar a los inmigrantes. Por ello, y finalmente, esta es una sorprendente historia individual con enormes repercusiones globales: pocos países saben cómo manejar la cuestión migratoria, a pesar de que cada año se torna más problemática.

Comencemos por el principio. José Antonio Vargas2 es un periodista nacido en Filipinas, que ha trabajado para los más prestigiosos diarios estadounidenses, compartido un premio Pulitzer y entrevistado a importantes personalidades, incluyendo a Marc Zuckerberg, el fundador de Facebook. Desde marzo pasado venía trabajando con el director de la sección dominical de The Washington Post, Carlos Lozada, en un importante artículo que iba a ser publicado este domingo. En él, Vargas confiesa que es un inmigrante ilegal y que ha falsificado documentos y mentido sobre su nacionalidad desde los 16 años. Había decidido hacer pública su historia con el propósito de ilustrar vívidamente al público estadounidense sobre las contradicciones y crueldades de las actuales leyes migratorias.

Pocos días antes de la publicación, Lozada fue informado de que sus jefes habían decidido no publicar el artículo. Al enterarse, Vargas contactó The New York Times. Sus directores se dieron cuenta inmediatamente de que les había caído del cielo un tesoro periodístico. Cambiaron los planes para su revista dominical y publicaron allí el texto de Vargas, ya diligentemente revisado, corregido y verificado por Lozada y sus colegas. Los jefes de Lozada aún no han explicado por qué tomaron esa decisión, que ha provocado un encendido debate en círculos periodísticos.

Pero aún más feroz es el debate que ha suscitado la revelación de Vargas. Para muchos fue una sorpresa descubrir que no todos los inmigrantes se dedican a cuidar niños o a recoger tomates. Se han enterado, por ejemplo, de que desde 2007, en EE UU, los inmigrantes con títulos universitarios son más numerosos que aquellos que no terminaron la secundaria. Otros no saben cómo responder a lo que plantea Vargas: "He crecido aquí. Esta es mi casa. No obstante, a pesar de que me considero americano y considero que América es mi país, mi país no me trata como a uno de los suyos". Vargas cuenta cómo, al ganar el premio Pulitzer, telefoneó a su abuela. En vez de felicitarlo, su primera reacción fue preguntarle: "¿Y qué pasa si la gente se entera?". Vargas no pudo responder: "Dejé el teléfono, corrí al baño de la redacción de The Washington Post, me encerré y me puse a llorar", escribe. También cuenta que, al igual que muchos indocumentados en todas partes, hace 18 años que no ve a su madre o a su hermana. Nunca se ha encontrado con su hermano de 14 años.

Vargas forma parte de los millones de inmigrantes que -siguiendo una vieja tradición estadounidense- están transformando el país y contribuyendo a su progreso. La población hispana, por ejemplo, se va a triplicar en los próximos 50 años. Su poder adquisitivo se incrementa a una tasa tres veces mayor que el promedio nacional, al igual que su ritmo de creación de nuevas empresas. La clase media hispana de Estados Unidos es hoy una de las de mayor crecimiento del mundo: en 20 años aumentó un 80%.

El problema, por supuesto, es que de acuerdo con las leyes vigentes, cerca del 28% son delincuentes: son inmigrantes ilegales.

Por lo tanto, para algunos estadounidenses, la situación de Vargas es clara: violó varias leyes, debe ser enjuiciado, penalizado y luego deportado. Estados Unidos, dicen, es un país cuyo éxito se debe al respeto por el imperio de la ley -the rule of law-. Otros, en cambio, enfatizan que ese éxito también se debe a que Estados Unidos es un melting pot, un país que se fortalece gracias a su capacidad para atraer y absorber a gente de todas partes.

En todo caso, Vargas está apostando por otra característica del país: su flexibilidad política. Acaba de lanzar un amplio movimiento nacional cuyo objetivo es cambiar las leyes inmigratorias. El artículo es solo su primera salva.





Fuente: El País.com
Autor: Moisés Naím. Venezolano, ex ministro de Industria y Comercio de Venezuela entre 1989 y 1990 y antiguo director ejecutivo del Banco Mundial. Director en jefe de la edición norteamericana de Foreign Policy y columnista de El País, Financial Times, Newsweek, Corriere della Sera, L'Espresso, TIME, Le Monde, Berliner Zeitung entre otras publicaciones.
Referencia: 1. My Life as an Undocumented Immigrant / The New York Times 2. http://en.wikipedia.org/wiki/Jose_Antonio_Vargas
Fotografía: Detalle de la portada de The New York Times, del 22 de junio de 2011 / Hufftington Post






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viernes, 10 de junio de 2011

Un mundo distraído, Entrevista a Nicholas Carr

La tercera parte de la población mundial ya es 'internauta'. La revolución digital crece veloz. Uno de sus grandes pensadores, Nicholas Carr, da claves de su existencia en el libro 'Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?' El experto advierte de que se "está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma".

El correo electrónico parpadea con un mensaje inquietante: "Twitter te echa de menos. ¿No tienes curiosidad por saber las muchas cosas que te estás perdiendo? ¡Vuelve!". Ocurre cuando uno deja de entrar asiduamente en la red social: es una anomalía, no cumplir con la norma no escrita de ser un voraz consumidor de twitters hace saltar las alarmas de la empresa, que en su intento por parecer más y más humana, como la mayoría de las herramientas que pueblan nuestra vida digital, nos habla con una cercanía y una calidez que solo puede o enamorarte o indignarte. Nicholas Carr se ríe al escuchar la preocupación de la periodista ante la llegada de este mensaje a su buzón de correo. "Yo no he parado de recibirlos desde el día que suspendí mis cuentas en Facebook y Twitter. No me salí de estas redes sociales porque no me interesen. Al contrario, creo que son muy prácticas, incluso fascinantes, pero precisamente porque su esencia son los micromensajes lanzados sin pausa, su capacidad de distracción es enorme". Y esa distracción constante a la que nos somete nuestra existencia digital, y que según Carr es inherente a las nuevas tecnologías, es sobre la que este autor que fue director del Harvard Business Review y que escribe sobre tecnología desde hace casi dos décadas nos alerta en su tercer libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, acceda al pdf con las primeras páginas).

Cuando Carr (1959) se percató, hace unos años, de que su capacidad de concentración había disminuido, de que leer artículos largos y libros se había convertido en una ardua tarea precisamente para alguien licenciado en Literatura que se había dejado mecer toda su vida por ella, comenzó a preguntarse si la causa no sería precisamente su entrega diaria a las multitareas digitales: pasar muchas horas frente a la computadora, saltando sin cesar de uno a otro programa, de una página de Internet a otra, mientras hablamos por Skype, contestamos a un correo electrónico y ponemos un link en Facebook. Su búsqueda de respuestas le llevó a escribir Superficiales... (antes publicó los polémicos El gran interruptor. El mundo en red, de Edison a Google y Las tecnologías de la información. ¿Son realmente una ventaja competitiva?), "una oda al tipo de pensamiento que encarna el libro y una llamada de atención respecto a lo que está en juego: el pensamiento lineal, profundo, que incita al pensamiento creativo y que no necesariamente tiene un fin utilitario. La multitarea, instigada por el uso de Internet, nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces para profundizar en esa información y al hacerlo no solo nos deshumanizan un poco sino que nos uniformizan". Apoyándose en múltiples estudios científicos que avalan su teoría y remontándose a la célebre frase de Marshall McLuhan "el medio es el mensaje", Carr ahonda en cómo las tecnologías han ido transformando las formas de pensamiento de la sociedad: la creación de la cartografía, del reloj y la más definitiva, la imprenta. Ahora, más de quinientos años después, le ha llegado el turno al efecto Internet.

Pero no hay que equivocarse: Carr no defiende el conservadurismo cultural. Él mismo es un usuario compulsivo de la web y prueba de ello es que no puede evitar despertar a su ordenador durante una breve pausa en la entrevista. Descubierto in fraganti por la periodista, esboza una tímida sonrisa, "¡lo confieso, me has cazado!". Su oficina está en su residencia, una casa sobre las Montañas Rocosas, en las afueras de Boulder (Colorado), rodeada de pinares y silencio, con ciervos que atraviesan las sinuosas carreteras y la portentosa naturaleza estadounidense como principal acompañante.

PREGUNTA. Su libro ha levantado críticas entre periodistas como Nick Bilton, responsable del blog de tecnología Bits de The New York Times, quien defiende que es mucho más natural para el ser humano diversificar la atención que concentrarla en una sola cosa.

RESPUESTA. Más primitivo o más natural no significa mejor. Leer libros probablemente sea menos natural, pero ¿por qué va a ser peor? Hemos tenido que entrenarnos para conseguirlo, pero a cambio alcanzamos una valiosa capacidad de utilización de nuestra mente que no existía cuando teníamos que estar constantemente alerta ante el exterior muchos siglos atrás. Quizás no debamos volver a ese estado primitivo si eso nos hace perder formas de pensamiento más profundo.

P. Internet invita a moverse constantemente entre contenidos, pero precisamente por eso ofrece una cantidad de información inmensa. Hace apenas dos décadas hubiera sido impensable.

R. Es cierto y eso es muy valioso, pero Internet nos incita a buscar lo breve y lo rápido y nos aleja de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa. Lo que yo defiendo en mi libro es que las diferentes formas de tecnología incentivan diferentes formas de pensamiento y por diferentes razones Internet alienta la multitarea y fomenta muy poco la concentración. Cuando abres un libro te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. Cuando enciendes el ordenador te llegan mensajes por todas partes, es una máquina de interrupciones constantes.

P. ¿Pero, en última instancia, cómo utilizamos la web no es una elección personal?

R. Lo es y no lo es. Tú puedes elegir tus tiempos y formas de uso, pero la tecnología te incita a comportarte de una determinada manera. Si en tu trabajo tus colegas te envían treinta e-mails al día y tú decides no mirar el correo, tu carrera sufrirá. La tecnología, como ocurrió con el reloj o la cartografía, no es neutral, cambia las normas sociales e influye en nuestras elecciones.

P. En su libro habla de lo que perdemos y aunque mencione lo que ganamos apenas toca el tema de las redes sociales y cómo gracias a ellas tenemos una herramienta valiosísima para compartir información.

R. Es verdad, la capacidad de compartir se ha multiplicado aunque antes también lo hacíamos. Lo que ocurre con Internet es que la escala, a todos los niveles, se dispara. Y sin duda hay cosas muy positivas. La Red nos permite mostrar nuestras creaciones, compartir nuestros pensamientos, estar en contacto con los amigos y hasta nos ofrece oportunidades laborales. No hay que olvidar que la única razón por la que Internet y las nuevas tecnologías están teniendo tanto efecto en nuestra forma de pensar es porque son útiles, entretenidas y divertidas. Si no lo fueran no nos sentiríamos tan atraídos por ellas y no tendrían efecto sobre nuestra forma de pensar. En el fondo, nadie nos obliga a utilizarlas.

P. Sin embargo, a través de su libro usted parece sugerir que las nuevas tecnologías merman nuestra libertad como individuos...

R. La esencia de la libertad es poder escoger a qué quieres dedicarle tu atención. La tecnología está determinando esas elecciones y por lo tanto está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma. Google es una base de datos inmensa en la que voluntariamente introducimos información sobre nosotros y a cambio recibimos información cada vez más personalizada y adaptada a nuestros gustos y necesidades. Eso tiene ventajas para el consumidor. Pero todos los pasos que damos online se convierten en información para empresas y Gobiernos. Y la gran pregunta a la que tendremos que contestar en la próxima década es qué valor le damos a la privacidad y cuánta estamos dispuestos a ceder a cambio de comodidad y beneficios comerciales. Mi sensación es que a la gente le importa poco su privacidad, al menos esa parece ser la tendencia, y si continúa siendo así la gente asumirá y aceptará que siempre están siendo observados y dejándose empujar más y más aún hacia la sociedad de consumo en detrimento de beneficios menos mensurables que van unidos a la privacidad.

P. Entonces... ¿nos dirigimos hacia una sociedad tipo Gran Hermano?

R. Creo que nos encaminamos hacia una sociedad más parecida a lo que anticipó Huxley en Un mundo feliz que a lo que describió Orwell en 1984. Renunciaremos a nuestra privacidad y por tanto reduciremos nuestra libertad voluntaria y alegremente, con el fin de disfrutar plenamente de los placeres de la sociedad de consumo. No obstante, creo que la tensión entre la libertad que nos ofrece Internet y su utilización como herramienta de control nunca se va a resolver. Podemos hablar con libertad total, organizarnos, trabajar de forma colectiva, incluso crear grupos como Anonymous pero, al mismo tiempo, Gobiernos y corporaciones ganan más control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos online y al intentar influir en nuestras decisiones.

P. Wikipedia es un buen ejemplo de colaboración a gran escala impensable antes de Internet. Acaba de cumplir diez años...

R. Wikipedia encierra una contradicción muy clara que reproduce esa tensión inherente a Internet. Comenzó siendo una web completamente abierta pero con el tiempo, para ganar calidad, ha tenido que cerrarse un poco, se han creado jerarquías y formas de control. De ahí que una de sus lecciones sea que la libertad total no funciona demasiado bien. Aparte, no hay duda de su utilidad y creo que ha ganado en calidad y fiabilidad en los últimos años.

P. ¿Y qué opina de proyectos como Google Books? En su libro no parece muy optimista al respecto...

R. Las ventajas de disponer de todos los libros online son innegables. Pero mi preocupación es cómo la tecnología nos incita a leer esos libros. Es diferente el acceso que la forma de uso. Google piensa en función de snippets, pequeños fragmentos de información. No le interesa que permanezcamos horas en la misma página porque pierde toda esa información que le damos sobre nosotros cuando navegamos. Cuando vas a Google Books aparecen iconos y links sobre los que pinchar, el libro deja de serlo para convertirse en otra web. Creo que es ingenuo pensar que los libros no van a cambiar en sus versiones digitales. Ya lo estamos viendo con la aparición de vídeos y otros tipos de media en las propias páginas de Google Books. Y eso ejercerá presión también sobre los escritores. Ya les ocurre a los periodistas con los titulares de las informaciones, sus noticias tienen que ser buscables, atractivas. Internet ha influido en su forma de titular y también podría cambiar la forma de escribir de los escritores. Yo creo que aún no somos conscientes de todos los cambios que van a ocurrir cuando realmente el libro electrónico sustituya al libro.

P. ¿Cuánto falta para eso?

R. Creo que tardará entre cinco y diez años.

P. Pero aparatos como el Kindle permiten leer muy a gusto y sin distracciones...

R. Es cierto, pero sabemos que en el mundo de las nuevas tecnologías los fabricantes compiten entre ellos y siempre aspiran a ofrecer más que el otro, así que no creo que tarden mucho en hacerlos más y más sofisticados, y por tanto con mayores distracciones.

P. El economista Max Otte afirma que pese a la cantidad de información disponible, estamos más desinformados que nunca y eso está contribuyendo a acercarnos a una forma de neofeudalismo que está destruyendo las clases medias. ¿Está de acuerdo?

R. Hasta cierto punto, sí. Cuando observas cómo el mundo del software ha afectado a la creación de empleo y a la distribución de la riqueza, sin duda las clases medias están sufriendo y la concentración de la riqueza en pocas manos se está acentuando. Es un tema que toqué en mi libro El gran interruptor. El crecimiento que experimentó la clase media tras la II Guerra Mundial se está revirtiendo claramente.

P. Internet también ha creado un nuevo fenómeno, el de las microcelebridades. Todos podemos hacer publicidad de nosotros mismos y hay quien lo persigue con ahínco. ¿Qué le parece esa nueva obsesión por el yo instigado por las nuevas tecnologías?

R. Siempre nos hemos preocupado de la mirada del otro, pero cuando te conviertes en una creación mediática -porque lo que construimos a través de nuestra persona pública es un personaje-, cada vez pensamos más como actores que interpretan un papel frente a una audiencia y encapsulamos emociones en pequeños mensajes. ¿Estamos perdiendo por ello riqueza emocional e intelectual? No lo sé. Me da miedo que poco a poco nos vayamos haciendo más y más uniformes y perdamos rasgos distintivos de nuestras personalidades.

P. ¿Hay alguna receta para salvarnos?

R. Mi interés como escritor es describir un fenómeno complejo, no hacer libros de autoayuda. En mi opinión, nos estamos dirigiendo hacia un ideal muy utilitario, donde lo importante es lo eficiente que uno es procesando información y donde deja de apreciarse el pensamiento contemplativo, abierto, que no necesariamente tiene un fin práctico y que, sin embargo, estimula la creatividad. La ciencia habla claro en ese sentido: la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más. Yo simplemente me limito a alertar sobre la dirección que estamos tomando y sobre lo que estamos sacrificando al sumergirnos en el mundo digital. Un primer paso para escapar es ser conscientes de ello. Como individuos, quizás aún estemos a tiempo, pero como sociedad creo que no hay marcha atrás.




Fuente: ElPais.es
Autor entrevista: Bárbara Celis
Entrevistado: Nicholas Carr (1959-), escribe sobre tecnología, cultura y economía. Autor de "Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet a nuestras mentes?" (The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains), best-seller del New York Times y le permitió una nominación al Premio Pulitzer (2011). Autor de otros dos libros influyentes, "El gran interruptor. El mundo en red, de Edison a Google" (The Big Switch: Rewiring the World, from Edison to Google) y Las tecnologías de la información. ¿Son realmente una ventaja competitiva? Sus libros han sido traducidos a más de 20 idiomas.
Ha sido columnista de The Guardian y ha escrito para The Atlantic, The New York Times, The Wall Street Journal, la revista Wired, The Times de Londres, The New Republic, The Financial Times, Die Zeit y otras publicaciones periódicas.
Es miembro del consejo editorial de asesores de la Enciclopedia Británica, está en la junta directiva del proyecto "cloud computing" del Foro Económico Mundial, y escribe el popular blog en Rough Type. Ha hecho su residencia como escritor en la Universidad de California, y es una orador reconocido de eventos académicos y corporativos. Al principio de su carrera, fue editor ejecutivo de la Harvard Business Review. Tiene un B.A. en el Dartmouth College y una maestría en Inglés y Literatura de América, de la Universidad de Harvard.



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jueves, 2 de junio de 2011

EE UU: tres puntos ciegos. Por Moisés Naím

Todos tenemos temas sobre los cuales preferimos no hablar. Porque nos avergüenzan, porque son dolorosos, o porque son problemas para los cuales no vemos solución. O, simplemente, porque no los entendemos. Los países también sufren de esto. En todas partes hay temas que aparecen poco en la conversación nacional; esa que transcurre en las casas y en los Parlamentos, entre amigos y en los medios de comunicación o en los centros de poder. No es que estos problemas sean desconocidos o que ocasionalmente no aparezcan con fuerza en los debates nacionales. Aparecen, pero su discusión suele ser superficial, transitoria y sin mayores consecuencias prácticas. Son, en efecto, puntos ciegos: problemas cuya importancia es tan obvia como poco lo que se hace para enfrentarlos.

A pesar de su vibrante democracia y su vigorosa protección de la libertad de expresión, la conversación nacional en Estados Unidos también tiene muchos e importantes puntos ciegos. Hay tres en particular que me parecen dignos de destacar: se refieren a los militares, las finanzas y los hispanos.

• El fraudulento gasto militar de EE UU. Es sabido que Estados Unidos es el país con el mayor gasto militar. Gasta el 43% del total mundial y más que el conjunto de los diez países que le siguen en cuanto a gasto militar. El Pentágono consume cerca de un tercio del presupuesto nacional norteamericano y en los últimos diez años el gasto militar estadounidense ha venido aumentando al 9% cada año. En Washington ha comenzado recientemente un debate sobre la necesidad de reducir el gasto militar. Pero los montos máximos de los que se habla son, en realidad, mínimos. Y de lo que se habla poco -y este es un importante punto ciego- es del enorme desperdicio que hay en el gasto militar. Algunas estimaciones lo colocan en un 30% del total. O más. Pero la realidad es que no se sabe: "Los estados financieros del Departamento de Defensa son inauditables", concluyó la Oficina de Contabilidad del Gobierno hace poco. Esto significa que Estados Unidos gasta cada año alrededor de un billón de dólares sin saber cómo. Y, según los auditores, "la falta de controles hace difícil detectar los fraudes, desperdicios y abusos". Esto no forma parte de la conversación nacional.

• El debilitante gigantismo de Wall Street. Conozco una recién graduada universitaria, sin experiencia, que fue contratada por un banco en Wall Street. Su sueldo anual es de 80.000 dólares. Otro joven, recién graduado de ingeniero, fue contratado por una empresa manufacturera estadounidense por 40.000 al año. Los conozco a ambos y sé que no hay entre ellos mayores diferencias en talento, motivación o preparación académica. Sin embargo, la banquera gana el doble. El sector financiero se lo puede permitir: en los últimos diez años captó el 41% de todas las ganancias del sector privado estadounidense. Según Simon Johnson, un economista del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), seis conglomerados financieros controlan activos equivalentes al 60% del Producto Nacional Bruto de Estados Unidos. A mediados de los noventa esta proporción era el 20% del PNB. Robert Creamer ha calculado que en 2007 los 50 más importantes gestores de Wall Street ganaron 588 millones de dólares cada uno. No hay duda de que el sector financiero ha alcanzado un peso económico y, por tanto, una influencia política enorme. Capta capital, talento y decisiones políticas favorables como quizás ningún otro sector. El crash de 2008 aumentó aun más la concentración de poder dentro del sector financiero y a pesar de que está ahora más regulado sigue teniendo enorme autonomía e influencia política. Este es otro tema que se discute de manera superficial y poco útil. Reinan el inocuo populismo de los políticos y la astuta manipulación de la conversación por parte de quienes no quieren que haya muchos cambios.

• La sorpresa hispana. Acaban de salir algunos resultados del más reciente censo poblacional de los Estados Unidos. Los hispanos, que eran 22 millones en 1990, son ahora 52 millones. En 2016 llegarán a 60 millones, el 18% del total de la población de EE UU. Los anglos han pasado de ser casi el 70% de los estadounidenses en el 2000 a ser ahora el 63%. La población hispana crece a una tasa cuatro veces mayor de lo que crece la población en su conjunto. Su poder adquisitivo también aumenta aceleradamente y los hispanos residentes en EE UU constituyen hoy la clase media de más rápido crecimiento en el mundo. En Estados Unidos se sabe que los hispanos son muchos y que cada vez son más. Pero aún no se sabe bien qué hacer con esta realidad. El aumento del peso económico y político de los hispanos en los EE UU cambiará al país. Es otro tema mal discutido que deparará muchas sorpresas.




Fuente: El País.com
Autor: Moisés Naím. Venezolano, ex ministro de Industria y Comercio de Venezuela entre 1989 y 1990 y antiguo director ejecutivo del Banco Mundial. Director en jefe de la edición norteamericana de Foreign Policy y columnista de El País, Financial Times, Newsweek, Corriere della Sera, L'Espresso, TIME, Le Monde, Berliner Zeitung entre otras publicaciones.


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