domingo, 25 de septiembre de 2011

Golpe de Estado en EEUU. Por Norman Birnbaum

Se ha escrito mucho sobre la crisis de Estados Unidos. Se ha aludido a la complacencia y el fracaso de nuestras élites, a la ignorante furia de un segmento de la ciudadanía espiritualmente plebeyo, a la impotencia intelectual y política de buena parte del resto, a la ausencia de una conexión entre una intelligentsia crítica y los movimientos sociales que en el pasado aportaron sus ideas a la esfera pública, al quebrantamiento de la propia esfera pública y a la consiguiente atomización de la nación. Esos diagnósticos son correctos. Lo que a veces se pasa por alto en nuestra situación es el factor propósito: lo que ha sufrido la democracia estadounidense ha sido un golpe de Estado encubierto. Sus autores ocupan los puestos más altos de los negocios y las finanzas, sus leales servidores dirigen las universidades, los medios de comunicación y gran parte de la cultura, e igualmente monopolizan el conocimiento profesional científico y técnico.

Sus dispuestos seguidores se encuentran por doquier, especialmente entre quienes sienten que son ignorados, incluso despreciados, y experimentan una desesperada necesidad de compensación íntima. Incapaces de actuar de forma autónoma, niegan en voz alta que estén dominados y explotados. Identifican como enemigos a los grupos sociales al servicio del bien público, cuya existencia rechazan como principio. Su hostilidad al Gobierno es tan grande como su falta de conocimiento de cómo funciona este realmente, o la historia de su propio país.

Por supuesto que hay una sustancial coincidencia entre quienes han dado su aquiescencia al golpe de Estado y los muchos que pretenden la recristianización de la nación, que creen que el aborto y la homosexualidad son delitos civiles al tiempo que pecados religiosos, que responden a la inmigración con xenofobia. Esos son los blancos, principalmente en el sur y en el oeste, y en las ciudades más pequeñas, que se quedaron escandalizados por la elección de un presidente afroamericano y que se creyeron (y todavía se creen) muchas de las falsedades sobre su persona, desde su nacimiento en Kenia hasta su adhesión al islam.

Los iniciadores del golpe de Estado son, por lo general, demasiado sofisticados para esas vulgaridades, aunque indudablemente no son demasiado escrupulosos a la hora de utilizarlas para conseguir el respaldo a sus objetivos primarios. Que no son otros que reducir las funciones y poderes redistributivos y reguladores del Estado norteamericano, revocando, privatizando o, al menos, limitando importantes componentes de nuestro Estado de bienestar: Seguridad Social (pensiones universales), Medicare (seguro sanitario público para los mayores de 65) y todo un espectro de beneficios y servicios en los campos de la educación, el empleo, la salud y el mantenimiento de ingresos. La posibilidad de una regulación medioambiental a gran escala, o de un proyecto para reconstruir toda la infraestructura de modo que sea más compatible con un futuro benévolo con el medio ambiente, provoca igualmente su sistemática oposición. Los obstáculos administrativos y legales a la actividad sindical son otra parte del programa.

Los esfuerzos del capital políticamente organizado para mantener el control del sistema político son tan viejos como la república estadounidense. En modo alguno excluyeron utilizar al Gobierno en muchas ocasiones de todas las épocas de nuestra historia. Lo que distingue a la reciente situación es la propagación explícita y resuelta de una ideología que declara al mercado como superior al Estado, que busca transferir al sector privado funciones gubernamentales hasta ahora reservadas al Estado, y que no permite que la consideración de un mayor interés nacional (como en el comercio con otras naciones) interfiera en los intereses inmediatos del capital.

La obra de innumerables economistas, las simplificaciones de un gran número de comentaristas y periodistas, la intromisión en los sistemas escolares y su manipulación, y, sobre todo, el que los medios de comunicación y lo que tenemos de discurso público queden excluidos de la discusión seria de alternativas, han culminado en la fervorosa obsesión con la que los congresistas republicanos han hecho suya la creencia de que los déficits presupuestarios son una amenaza para la nación.

En 1952, John Kenneth Galbraith publicó su primera obra maestra El capitalismo americano: el concepto del poder compensatorio. En ella sostenía que la búsqueda del beneficio sin límite, la ceguera cortoplacista del capitalismo, había sido corregida por el Gobierno, apoyado por una ciudadanía consciente de sus distintos intereses, por grupos de interés público, por sindicatos y por un Congreso (y Gobiernos estatales) con un grado notable de independencia política.

En 1961, Galbraith pidió al presidente Kennedy que no le nombrara jefe del Consejo de Asesores Económicos: era un blanco demasiado visible. Durante algunos años el punto de vista de Galbraith siguió siendo convincente. Sin embargo, también se fue produciendo un gradual debilitamiento de las fuerzas compensatorias con las que Galbraith contaba para hacer permanente el new deal; y un debilitamiento, asimismo, de las élites capitalistas con mayor formación y visión a largo plazo, dispuestas a aceptar un contrato social.

Las razones de este doble declive siguen siendo objeto de discusión para los historiadores. La absorción de los recursos materiales y morales de la nación por la guerra fría, que se convirtió en un fin en sí misma, desempeñó ciertamente un papel. Se hizo mucho más difícil desarrollar programas de reconstrucción social a gran escala por la composición racial de los pobres en Estados Unidos, incluso aunque los blancos -por lo general, blancos sureños- fueran una mayoría entre ellos. La propia prosperidad aportada por el contrato social de la posguerra socavó la combatividad y militancia de la fuerza de trabajo sindicalizada, que quedó relativamente indefensa ante la competencia de la industria extranjera y la huida del capital norteamericano a otros países.

Los efectos que tuvieron esos cambios estructurales fueron magnificados a medida que el capital financiero (el reino del pillaje y liquidación de firmas productivas, de los derivados, de los hedge funds y de la especulación arcana) se hizo cuantitativa y cualitativamente dominante.

Este tipo de capitalismo, especialmente, requería la abstinencia política del Estado, que solamente podía obtenerse si poco a poco se compraba al Estado. El nuevo capitalismo hizo serios avances en el Partido Demócrata, reduciendo a una insistente actitud defensiva a los herederos del new deal que había en su seno. Cuando en 2008 el presidente Obama movilizó a millones de afroamericanos, a latinos, a jóvenes y viejos, a mujeres y a los restos del movimiento sindical, no fue menos solícito con el nuevo capitalismo, que tenía muchos menos votos pero mucho más dinero. La singular insignificancia de las iniciativas de la Casa Blanca en 2009, 2010 y este año en materia de estímulo económico, empleo y reconstrucción nacional podrían explicarse como un reflejo del real equilibrio de fuerzas políticas de la nación.

Dejando aparte el furor provocado por el Tea Party y el límite de la deuda, la explicación también podría estar en esa quinta columna constituida por los agentes ideológicos y políticos del nuevo capitalismo, que está ocupando la propia Casa Blanca. Desde este punto de vista, la extraordinaria buena disposición del presidente al acuerdo mutuo no es el resultado de un nuevo alineamiento de la política estadounidense, sino una parte previsible del mismo.






Fuente: El País.com
Autor: Norman Birnbaum,(1926-) es un sociólogo, doctorado en la Harvard University. Es catedrático emérito de la Georgetown University Law Center, y miembro del consejo editorial de La Nación. Ha enseñado en la London School of Economics and Political Science, Oxford University: y la Strasbourg University, Amherst College. Tambien ha servido en la Facultad de Posgrado de la New School for Social Research. Un miembro del consejo editorial de la fundación de la New Left Review, ha sido activo en la política a ambos lados del Atlántico. Ha sido asesor de los sindicatos de América y miembros del Congreso, así como a una serie de movimientos sociales y partidos políticos en Europa. Contribuye regularmente a una serie de publicaciones, entre ellas la Open Democracy, El País de España, y el diario alemán Tageszeitung.
Traducción: Juan Ramón Azaola.




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lunes, 19 de septiembre de 2011

El precio del 11 de septiembre. Por Joseph E. Stiglitz

Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2011 realizados por Al Qaeda tenían la intención de dañar a Estados Unidos, y lo consiguieron, pero en formas que Osama Bin Laden probablemente nunca se imaginó. La respuesta del presidente George W. Bush a los ataques puso en riesgo los principios básicos de Estados Unidos, socavando su economía y debilitando su seguridad.

El ataque a Afganistán posterior a los ataques del 11 de septiembre fue comprensible, pero la posterior invasión de Irak fue totalmente ajena a Al Qaeda, a pesar de que Bush trató de establecer un vínculo. Aquella guerra que se eligió llevar a cabo se convirtió de manera rápida en muy costosa, alcanzando órdenes de magnitud que fueron más allá de los $60 mil millones que se afirmaron al principio, ya que una colosal incompetencia se encontró con tergiversaciones deshonestas.

De hecho, cuando Linda Bilmes y yo calculamos los costos de la guerra de Estados Unidos hace tres años, la cifra conservadora alcanzo entre $3 a $5 billones de dólares. Desde aquel entonces, los costos se han elevado aún más. Debido a que casi el 50% de las tropas que regresan cumplen los requisitos para recibir algún tipo de pago por incapacidad, y hasta el momento más de 600.000 de ellos han sido atendidos en instalaciones médicas para veteranos, ahora estimamos que los pagos por incapacidad y asistencia médica en el futuro alcanzarán en total una cifra que se encuentra entre los $600 a 900 billones. Sin embargo, los costos sociales, que se refleja en los suicidios de veteranos (que han superado los 18 por día en los últimos años) y las desintegraciones familiares, son incalculables.

Aún en caso de que Bush fuese perdonando por llevar a Estados Unidos, y a gran parte del resto del mundo, a la guerra con pretextos falsos, y se le perdonara tergiversar el costo de dicho emprendimiento, no hay excusa para la forma en la eligió financiarla. La suya fue la primera guerra en la historia pagada enteramente con créditos. Mientras que Estados Unidos entraba en batalla, teniendo déficits que ya estaban muy elevados por su recorte de impuestos del año 2001, Bush decidió lanzar una nueva ronda de “alivio” tributario para los ricos.

Hoy en día, Estados Unidos centra su atención en el desempleo y el déficit. Estas dos amenazas al futuro de Estados Unido pueden ser remontadas, y no en poca medida, a las guerras en Afganistán e Irak. El aumento en los gastos de defensa, junto con los recortes tributarios de Bush, forman la razón clave por la que Estados Unidos pasó de un superávit fiscal de 2% del PIB cuando Bush fue elegido a su lamentable déficit y situación de deuda de hoy en día. El gasto público directo en dichas guerras, hasta el momento, asciende a aproximadamente $2 billones de dólares, lo que significa $17.000 por cada hogar estadounidense, y existen gastos cuyas facturas aún no se reciben que aumentarán dicha cifra en más del 50%.

Es más, como Bilmes y mi persona argumentamos en nuestro libro La Guerra de los Tres Billones de Dólares, las guerras han contribuido a la debilidad macroeconómica de Estados Unidos, lo que exacerbó su déficit y deuda. En aquel entonces, como es el caso ahora, la agitación en el Oriente Medio condujo a precios del petróleo más elevados, lo que obligó a los estadounidenses a gastar dinero en importaciones de petróleo que de otra manera podría haber sido gastado en la compra de bienes producidos en EE.UU.

Pero en aquel entonces, la Reserva Federal de EE.UU. escondió estas debilidades creando una burbuja inmobiliaria que condujo a un boom de consumo. Se necesitarán años para superar el excesivo endeudamiento y sobreendeudamiento en bienes raíces resultantes.

Irónicamente, las guerras han debilitado la seguridad de Estados Unidos (y del mundo), una vez más en formas que Bin Laden no se hubiera podido imaginar. Una guerra impopular hubiera dificultado el reclutamiento militar bajo cualquier circunstancia. Pero como Bush trató de engañar a Estados Unidos sobre los costos de guerra, financió insuficientemente a las tropas, inclusive negándose a realizar gastos básicos; por ejemplo, fondos para vehículos blindados y resistentes a minas que son necesarios para proteger vidas estadounidenses o fondos para la adecuada asistencia médica de los veteranos que regresan. Un tribunal de EE.UU. dictaminó recientemente que los derechos de los veteranos habían sido violados. (¡Sorprendentemente, el gobierno de Obama afirma que se debe restringir el derecho de los veteranos a apelar ante los tribunales!)

La extralimitación militar de manera predecible a dado lugar a nerviosismo sobre el uso de la fuerza militar, y el conocimiento de otros tienen sobre la existencia ha debilitado también la seguridad de Estados Unidos. Pero la verdadera fuerza de Estados Unidos, en vez de encontrarse en su poder militar y económico, se encuentra en su "poder blando", en su autoridad moral. Y dicho poder también se debilitó, ya que EE.UU. violó derechos humanos básicos como el habeas corpus y el derecho a no ser torturado, lo que puso en duda su compromiso de larga data con el respeto al derecho internacional.

En Afganistán e Irak, los EE.UU. y sus aliados sabían que para alcanzar la victoria a largo plazo se necesita ganar corazones y opiniones. Pero los errores cometidos en los primeros años de dichas guerras complicaron la ya difícil batalla. El daño colateral de la guerra ha sido masivo: según algunas versiones, más de un millón de iraquíes han muerto, ya sea de manera directa o indirecta, a causa de la guerra. Según algunos estudios, por lo menos 137.000 civiles han muerto violentamente en Afganistán e Irak en los últimos diez años; sólo entre los iraquíes, hay 1,8 millones de refugiados y 1,7 millones de personas desplazadas dentro del mismo país.

No todas las consecuencias fueron desastrosas. Los déficits a los cuales las guerras estadounidenses financiadas con deuda han contribuido tan poderosamente han forzado ahora a que EE.UU. enfrente la realidad de sus restricciones presupuestarias. El gasto militar de Estados Unidos sigue siendo casi igual al gasto que hace todo el resto del mundo en su conjunto, dos décadas después del fin de la Guerra Fría. Algunos de los gastos que se aumentaron fueron destinados a las costosas guerras en Irak y Afganistán y a la más amplia Guerra Global contra el Terrorismo, pero la mayor parte se desperdició en armas que no funcionan contra enemigos que no existen. Ahora, por fin, esos recursos serán reubicados, y EE.UU. probablemente obtenga mayor seguridad pagando menos.

Al Qaeda, no obstante que no ha sido derrotado, ya no parece ser la amenaza que surgía de manera tan importante tras los ataques del 11 de septiembre. Pero el precio pagado para llegar a este punto, en los EE.UU. y en los demás países, ha sido enorme, y en su mayoría evitable. El legado estará con nosotros durante mucho tiempo. Vale la pena pensar antes de actuar.






Fuente: Project Syndicate, 2011 / The Price of 9/11
Autor: Joseph E. Stiglitz, catedrático de Economía de la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía en 2001. Autor de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy.
Traducción: Rocío L. Barrientos.
Fotografía: La foto del 11-S que conmovió al mundo Robert Peraza perdió a su hijo en el atentado y su imagen fue tapa de la mayoría de los medios del globo / Perfil.com






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domingo, 4 de septiembre de 2011

¿Está el capitalismo condenado al fracaso? Por Nouriel Roubini

La masiva volatilidad y la aguda corrección de los precios de las acciones que en la actualidad golpean a los mercados financieros globales son indicadores de que las economías más avanzadas se encuentran al borde de una recesión de doble caída. Una crisis financiera y económica causada por el exceso de deuda y apalancamiento del sector privado condujeron a un masivo re-apalancamiento del sector público con el fin de evitar la Gran Depresión 2.0. Sin embargo, la recuperación posterior ha sido anémica y mediocre en la mayoría de las economías avanzadas dado el desapalancamiento doloroso.

Hoy en día una combinación de los precios altos del petróleo y productos básicos, los disturbios en el Oriente Medio, el terremoto y tsunami del Japón, la crisis de deuda de la eurozona y los problemas fiscales de Estados Unidos (y ahora la rebaja de su calificación crediticia) han llevado a un aumento masivo en la aversión al riesgo. Económicamente los Estados Unidos, la eurozona, el Reino Unido y el Japón funcionan al ralentí. Incluso los mercados emergentes en crecimiento (China, Asia emergente y América Latina), y las economías orientadas a la exportación que se basan en estos mercados (Alemania y Australia, un país rico en recursos naturales), están experimentando desaceleraciones agudas.

Hasta el año pasado, los políticos siempre pudieron sacar un as de bajo la manga para reactivar los precios de los activos y detonar la recuperación económica. Estímulo fiscal, tasas de interés de casi cero, dos rondas de "flexibilización cuantitativa", separación estricta de las deudas incobrables y billones de dólares en rescates y provisión de liquidez para los bancos y entidades financieras: las autoridades ejecutivas intentaron todo esto. Ahora se han quedado sin ases.

La política fiscal hoy en día es un lastre para el crecimiento económico tanto en la eurozona como en el Reino Unido. Incluso en los EE.UU., los gobiernos estatales y locales, y ahora el gobierno federal, recortan el gasto y reducen los pagos de transferencias. Muy pronto, ellos subirán los impuestos.

Otra ronda de rescates para los bancos es políticamente inaceptable y económicamente inviable: la mayoría de los gobiernos, especialmente en Europa, están tan estresados que los rescates no son asequibles; de hecho, el riesgo soberano está, en realidad, alimentando por la preocupación por la salud de los bancos europeos, que tienen en sus carteras la mayor parte de los cada vez más inestables valores gubernamentales.

Tampoco la política monetaria puede ser de mucha ayuda. La flexibilización cuantitativa en la eurozona y el Reino Unido se ve limitada por una inflación por encima del nivel objetivo. La Reserva Federal de EE.UU. probablemente inicie una tercera ronda de flexibilización cuantitativa (QE3), pero esta ofrecerá muy poco y llegará demasiado tarde. El año pasado la flexibilización cualitativa (QE2) de $600 millardos y de $1 billón de dólares en recortes de impuestos y transferencias logró un crecimiento de apenas el 3% durante un trimestre. Posteriormente, el crecimiento cayó bruscamente a menos del 1% en el primer semestre del año 2011. QE3 será de mucho menor tamaño, y logrará mucho menos en cuanto a reactivar los precios de los activos y restaurar el crecimiento.

La depreciación de la moneda no es una opción viable para todas las economías avanzadas: todas ellas necesitan una moneda más débil y una mejor balanza comercial para recuperar el crecimiento, pero no todas ellas pueden estar en esta situación al mismo tiempo. Así que depender de los tipos de cambio para influir en la balanza comercial es un juego de suma cero. Por esta razón se vislumbran en el horizonte guerras cambiaras; Japón y Suiza son los participantes de las primeras batallas por debilitar sus tipos de cambio. Otros pronto seguirán el ejemplo.

Mientras tanto, en la eurozona, Italia y España están ahora en riesgo de perder acceso al mercado, y en la actualidad las presiones financieras sobre Francia también van en aumento. Sin embargo, Italia y España son países demasiado grandes para quebrar y demasiado grandes para ser rescatados. Por el momento, el Banco Central Europeo comprará algunos de sus bonos como un puente con el nuevo Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF, por el nombre en inglés) de la eurozona. Sin embargo, si Italia y/o España pierden su acceso al mercado, los €440 mil millones ($ 627 mil millones) del arca de guerra del EFSF podrían agotarse hasta finales de este año o principios del año 2012.

En ese momento, a menos que se tripliquen los fondos del EFSF – una medida a la que se opondría Alemania – la única opción que quedaría sería una reestructuración ordenada pero coercitiva de la deuda italiana y española, tal como ha ocurrido en Grecia. La reestructuración coercitiva de la deuda no garantizada de los bancos insolventes sería el siguiente paso. Por esta razón, aunque apenas ha empezado el proceso de desapalancamiento, se harán necesarias las reducciones de deuda si los países no pueden crecer o ahorrar o agrandarse por cuenta propia para salir de sus problemas de deuda.

Parece que Karl Marx estuvo parcialmente en lo correcto al argumentar que la globalización, la intermediación financiera fuera de control, y la redistribución del ingreso y la riqueza de los trabajadores en beneficio del capital podría llevar al capitalismo a su autodestrucción (sin embargo se demostró que su idea de que el socialismo da mejores resultados fue errónea). Las empresas están recortando puestos de trabajo porque no hay suficiente demanda final. Sin embargo, al recortar puestos de trabajo se reduce el ingreso de los trabajadores, se aumenta la desigualdad y se reduce la demanda final.

Las protestas populares recientes, que se extienden desde el Medio Oriente hasta Israel y el Reino Unido, y la creciente ira popular en China – y que más temprano que tarde llegarán a otras economías avanzadas y mercados emergentes – son todas impulsadas ​​por los mismos problemas y tensiones: creciente desigualdad, pobreza, desempleo, y desesperanza. Incluso las clases medias del mundo están sintiendo la presión de la caída de ingresos y oportunidades.

Para permitir que las economías orientadas al mercado operen como deberían y como pueden, tenemos que retornar al equilibrio adecuado entre los mercados y la provisión de bienes públicos. Esto significa alejarse tanto del modelo anglosajón de laissez-faire y economía vudú como del modelo europeo continental de los estados de bienestar impulsados por el déficit. Ambos modelos están resquebrajados.

El equilibrio adecuado hoy en día exige la creación de puestos de trabajo de manera parcial a través de estímulos fiscales adicionales dirigidos a las inversiones en infraestructura productiva. También requiere de impuestos más progresivos; más cantidad de estímulos fiscales a corto plazo junto con disciplina fiscal de mediano y largo plazo; de apoyo de préstamos de última instancia por parte de las autoridades monetarias a fin de prevenir corridas bancarias destructivas; de reducción de la carga crediticia de los hogares insolventes y de otros agentes económicos que atraviesan dificultades económicas; de supervisión y regulación más estricta de un sistema financiero que está fuera de control; y de fraccionamiento de los bancos que son demasiado grandes para quebrar y de los fondos de inversión oligopolísticos.

Con el tiempo, las economías avanzadas tendrán que invertir en capital humano, capacitación y redes de seguridad social para aumentar la productividad y permitir que los trabajadores compitan, sean flexibles y prosperen en una economía globalizada. La alternativa es – igual que en la década de 1930 – interminable estancamiento, depresión, guerras cambiarias y de balanza comercial, controles de capital, crisis financiera, insolvencias soberanas, y masiva inestabilidad política y social.




Fuente: Project-Syndicate.org / Copyright: Project Syndicate, 2011.
Autor: Nouriel Roubini también conocido como Dr. Doom debido a que en el año 2005 proyectó que habría una crisis en el sector hipotecario de Estados Unidos. Presidente de Roubini Global Economics, profesor en la Escuela Stern de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York y coautor del libro Crisis Economics [Cómo salimos de ésta, Ediciones Destino, Barcelona, 2010] entre otros.
Traducción: Rocio L. Barrientos.




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