miércoles, 28 de marzo de 2012

Kony 2012, cómo no cambiar el mundo. Por Mareike Schomerus

“Están haciendo que nuestro trabajo aquí sea muy difícil”.Es un comentario, dicho de manera callada y educada. Al principio del video Kony 2012, un hombre dice eso. Si han visto el video –probablemente sí- pueden haberse perdido esa pequeña interacción que ocurre a los cuatro minutos de la película. El hombre al que le preocupa que le estén dificultando el trabajo intenta interrumpir al cineasta que está entrevistando a un niño en la ciudad de Gulu, al norte de Uganda. No sé quién era ese hombre o qué intentaba hacer. La imagen es tan vieja que es difícil de establecerlo. Pero sus palabras resultaron ser proféticas: “Están haciendo que nuestro trabajo aquí sea muy difícil”.

Jason Russell, la cara más notoria del grupo Invisible Children, de hecho ha logrado dificultar mucho el trabajo de conseguir un cambio.La campaña de Invisible Children es un esfuerzo muy bien producido de dejar el estado de las cosas tal como están; su mensaje parece muy moderno porque así lo son las herramientas con las que lo hace. El punto al que trata de llegar es conformista: luchar violencia con violencia, omitir pasos de cambio social y hacer que una ideología estrecha se vuelva masiva al lograr que millones de personas que no se cuestionan nada alcen sus puños en señal de apoyo. Para Estados Unidos, Europa y otros rincones por lo general cómodos en el mundo, ésta es una imagen preocupante de una cultura de masas que cae fácilmente en el objetivo de la propaganda.

Para los lugares menos cómodos del mundo, como las zonas en las que el Ejército de Resistencia del Señor (LRA por sus siglas en inglés) ha tenido presencia, el apoyo masivo para mantener el statu quo es una tragedia.

Pero, ¿cuál es el statu quo? Bueno, es de hecho algo complicado. Pero basta con decir que durante décadas ha sido una intrincada mezcla de violencia que causa más violencia, de un gobierno violento que suma apoyo internacional al vilipendiar a un lado del conflicto, y de una atención internacional con frecuencia reducida a celebridades desinformadas expresando impacto y horror. Crucialmente, el statu quo ha sido parte de la propaganda del gobierno ugandés para que su guerra se vea como un tour de locura personal de un hombre: Joseph Kony. Este es el statu quo que necesita ser cuestionado.

¿Qué está haciendo la campaña de Invisible Children? ¿Abogar la práctica de combatir la violencia con más violencia? ¿Recogiendo apoyo internacional para un gobierno violento? ¿Tener a famosos desinformados expresando su impacto y horror? ¿Enfocar este conflicto en sólo una persona? ¿Tener a millones de personas con sus puños al aire pidiendo guerra y la presencia de tropas estadounidenses? ¿Y para qué objetivo?

La campaña defiende una mirada estrecha. También una mirada costosa. Desde 2006 a 2008, la situación sobre el conflicto entre el LRA parecía ser prometedora. La violencia disminuyó. El LRA se fue de Uganda porque aceptaron que hubiera diálogos de paz: diálogos de paz lentos, impredecibles y con frecuencia irritantes que no vienen con una garantía de éxito. Pero los diálogos de paz hicieron que la situación se volviera –casi instantáneamente- mejor. Dos años de diálogos de paz costaron menos de 15 millones de dólares.

En ese entonces no se mostró video con elementos atractivos para las masas para que el mundo apoyara el proceso de paz. No hubo un pedido al gobierno estadounidense para dejar de trabajar con el ejército ugandés, uno de los perpetradores de la violencia en esta guerra. El grupo Invisible Children –que estuvo presente en varios momentos durante los diálogos de paz- decidió no tomarse en serio este intento de lento y de largo aliento de paz. Invisible Children cree en la guerra. Ellos logran que millones de personas crean que la guerra es la mejor manera de conseguir la paz.

Los diálogos de paz terminaron en guerra a finales de 2008: Kony se rehusó a firmar el acuerdo. Invisible Children apoyó la presencia de Estados Unidos; Estados Unidos apoyó al ejército ugandés para aumentar la presencia militar. Se finalizó el plazo para que se lograra el cambio social a través de fines pacíficos cuando el ejército de Uganda usó la ayuda de Estados Unidos para bombardear un campamento del LRA. La guerra, el statu quo, regresó. En los primeros días de la mal concebida operación militar, un avión de combate de millones de dólares se perdió y miles de personas resultaron desplazados o muertos. La guerra es mucho más costosa que la paz.

La guerra, como es abogada con esta campaña, tiene pocos matices. La propaganda en video, junto con los kits de acción y las órdenes precisas de qué hacer luego dejan poco espacio al pensamiento. Enfocar todo en un solo hombre que simplemente no lleva las riendas de este conflicto –como Invisible Children dice que lo hace- es algo miope.

El cambio social necesita matices. Necesita tener espacio a la negociación, a los compromisos y a cambiar el debate. También necesita de cosas aburridas: días tediosos de discusión, la redacción poco atractiva de acuerdos, y una mente abierta en todas las etapas. Y necesita de personas muy invisibles comprometidas con trabajar en estas cosas a través de contribuciones pequeñas pero importantes. Estas no son personas que compran kits de acción y que hacen retuit. Estas son personas a las que la campaña de Invisible Children les acaba de decir que colgar un poster y usar brazaletes es la mejor forma de conseguir el cambio social y que el difícil contexto político en que operan cada día (con frecuencia con gran riesgo personal), puede ser resuelto si un hombre es eliminado.

“Están haciendo que nuestro trabajo aquí sea muy difícil”, dice el hombre al principio de Kony 2012. Tenía razón.






Fuente: CNN Español
Autor: Mareike Schomerus es la directora del Programa de Investigación de Justicia y Seguridad en el London School of Economics and Political Science. Es la autora de” Chasing the Kony Story” y “A terrorist is not a person like me: An interview with Joseph Kony” y muchos otras publicaciones sobre el conflicto con LRA.






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lunes, 19 de marzo de 2012

¿Qué pasa con el mundo? Por Umberto Eco

Dejemos de lado, por el momento, las interpretaciones alarmistas del calendario maya y todas esas profecías del día del Juicio Final.
Lo que sabemos con seguridad es que, día tras día, los diarios están anunciando un futuro que se ve cada vez más deprimente: océanos desbordantes, estaciones del año que desaparecen (dentro de muy poco, al parecer) e impagos económicos –tanto así que el hijo de mis amigos, de 10 años, después de escuchar a sus padres hablar del destino del mundo, rompió a llorar y preguntó: “¿Es que no hay nada agradable en el futuro?”.

Para consolarlo, podría citar numerosas profecías catastróficas a lo largo de la historia, dado que en siglos pasados era bastante común hacer tales predicciones terribles. He aquí un pasaje del teólogo francés Vincent de Beauvais, en el siglo XIII: “Después de la muerte del Anticristo...el juicio final será precedido por múltiples señales reveladas en el Evangelio.... En el primer día, el océano aumentará 40 cúbitos sobre las montañas y su superficie se elevará como un muro.

En el segundo día, se hundirá tan profundamente que será difícil verlo. En el tercer día, monstruos marinos aparecerán la superficie del océano y su rugidos se elevarán hasta el firmamento. En el cuarto día, el mar y todas las aguas se incendiarán. En el quinto día, el pasto y los árboles exudarán un rocío de sangre. En el sexto día, los edificios se desplomarán. En el séptimo día, las rocas se estrellarán unas contra otras. En el octavo día, habrá un terremoto universal. En el noveno día, la Tierra se aplanará. En el décimo día, los hombres emergerán de las cuevas y vagarán, sordos y mudos. En el undécimo día, los huesos de los muertos emergerán nuevamente. En el duodécimo día, las estrellas caerán. En el décimotercer día, los sobrevivientes morirán y resucitarán con los muertos. En décimocuarto día, los cielos y la tierra arderán. En el décimoquinto día, habrá un nuevo Cielo y una nueva Tierra, y todos resucitarán”.

Como puede verse, incluso en fecha tan remota como el siglo XIII, la gente ya estaba pronosticando tsunamis y otros efectos del cambio climático que nos amenaza hoy en día.

Si se me permite pasar por alto los siguientes seis siglos de proclamaciones fatales, he aquí a Honorato de Balzac en 1839: “La industria moderna, trabajando para las masas, continúa destruyendo las creaciones del arte antiguo, las obras del cual eran tan personales para el consumidor como para el artesano. En la actualidad tenemos productos; ya no tenemos obras”.

Según la advertencia de Balzac, la gente creadora de esos “productos” carentes de cualquier valor artístico hubieran incluido al poeta Giacomo Leopardi, quien escribió La Ginestra (La escoba) en 1836, y Alessandro Manzoni, quien, más o menos por esa época, estaba trabajando en una segunda edición de Los novios. En 1839, Chopin estaba componiendo su Sonata para piano No.2 en B-flat Menor, Opera 35. Cerca de 20 años después, Flaubert publicó Madame Bovary. En la década de 1860 hicieron su aparición los Impresionistas, y en 1879 ocurrió la publicación de Los hermanos Karamosov de Fyodor Dostoyevsky. Evidentemente, es parte de nuestra naturaleza sentir un gran temor por el futuro.

Pero quizá, por otra parte, los malos tiempos están llegando ahora –particularmente si, como lo señala la tradición, una de las señales más reveladoras del fin de los días es que el mundo estará de cabeza.

En el pasado, por ejemplo, los pobres viajaban en tren y sólo los ricos podían darse el lujo de volar: ahora, viajar en avión es más barato (y los asientos más baratos hacen pensar en los vagones de ganado durante la guerra), en tanto que los viajes en tren ofrecen tipos de servicio más caros, exclusivos y lujosos que nunca antes.En la misma forma, hubo un tiempo que los acaudalados vacacionaban en la Riviera Adriática, en Riccione – o, en el peor de los casos, en Rimini _mientras que las islas del océano Indico estaban habitadas por poblaciones profundamente pobres o eran destinadas a albergar colonias penales. Hoy, los políticos de alto rango van a Las Malvidas, y Rimini queda reservada para los ''muzhiks’' rusos que sólo recientemente fueron liberados de su servidumbre. ¿Qué es lo que está ocurriendo con el mundo?





Fuente: ElEspectador.com / Copyright Umberto Eco - L’Espresso, 2012.
Autor: Umberto Eco (Italia, 1932-) es un escritor y filósofo italiano, experto en semiótica. En 2000 recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Es caballero de la Legión de Honor francesa. Distinguido con la Medalla de Oro al mérito de la cultura y el arte (Roma, 1997); Caballero Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana (Roma, 1996); Ordine Pour le Mérite für Wissenschaften und Künste. Premio Strega. Premio Médicis. Premio Bancarella. Premio del Estado Austriaco para la Literatura Europea. Ha sido nominado en diversas ocasiones para el Premio Nobel. Autor de las novelas "El nombre de la rosa" (1980), "El péndulo de Foucault" (1988), "Baudolino" (2000), "La misteriosa llama de la Reina Loana" (2004), y "El cementerio de Praga" (2010).






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viernes, 16 de marzo de 2012

Wikileaks, epílogo. Por Bill Keller

Esta parece ser la venganza de Julian Assange: todos los que riñen con la estrella de las filtraciones están condenados a pasar la eternidad debatiendo el significado cósmico de Wikileaks. En mi calidad de director de The New York Times durante la publicación de numerosos artículos basados en el tesoro de secretos militares y diplomáticos, y por ser el afortunado a quien el fundador de Wikileaks designó como su Periodista Menos Preferido, he participado en media docena de mesas redondas y he declinado, al menos, otras tantas. No puedo quejarme de la que se celebró en Madrid, donde, después de hablar un buen rato en un auditorio lleno a rebosar, los directores estadounidense, británico, alemán, francés y español que habíamos dado las noticias basadas en Wikileaks conmemoramos la colaboración con una visita al Museo del Prado después del horario normal y una comida de 27 platos cocinada por el maestro de cocineros Ferrán Adriá (si Europa está muriéndose, pienso ir a España a celebrar el funeral).

Inolvidable también, en otro sentido, fue la retrospectiva en Berkeley, donde el propio Assange, que se encontraba, igual que hoy, en Inglaterra a la espera de conocer la decisión sobre su extradición, intervino a través de Skype en una pantalla gigante, como el gran Mago de Oz, para pontificar sobre la incompetencia de los medios de comunicación occidentales que no habían sido capaces de convertir los documentos en una especie de juicio de Nuremberg del imperialismo norteamericano. La mitad del público parecía a punto de tirar su ropa interior a la pantalla.

A eso hay que añadir los tres o cuatro documentales sobre la aventura de Wikileaks, la docena de libros —incluida, extrañamente, la autobiografía no autorizada de Assange— y un par de posibles proyectos en Hollywood, en los que tengo doble interés (1. la ligerísima posibilidad de que pueda cobrar algo de dinero por el pequeño trozo de la historia que me corresponde, y 2. la remotísima probabilidad de que un director acepte la brillante idea de mi esposa de que Tilda Swinton encarne a Assange).

Es asombroso que sigan invitándome a estas cosas, porque soy un poco aguafiestas. Mi respuesta habitual a la solemne pregunta de si WikiLeaks ha transformado nuestro mundo y cómo es: la verdad, no demasiado. Fue una historia fantástica y un increíble proyecto de colaboración, pero no fue el preludio, como les gustaría creer a los documentalistas, de una nueva era digital de transparencia. Es más, si ha tenido una consecuencia general, es más bien la contraria.

Dado que no parece que el tema vaya a desaparecer por ahora --el próximo mes se estrenará otro melodramático documental más sobre nuestra aventura con WikiLeaks en el festival South by Southwest--, he decidido examinar qué repercusiones quedan aún de la que tal vez haya sido la mayor cascada de secretos al descubierto en la historia de Estados Unidos. Assange, que dio a un puñado de periodistas acceso a los datos robados, se ha mudado de la mansión rural de un partidario a una vivienda mucho más modesta mientras combate el intento de extraditarle a Suecia por las acusaciones de delitos sexuales. Al parecer, en Estados Unidos, un gran jurado está todavía debatiendo la posibilidad de procesarle por su papel en las filtraciones. Llevó a cabo muchas horas de entrevistas para una autobiografía, pero luego se retiró del proyecto; sin embargo, su editor --con el espíritu anarquista propio de WikiLeaks-- la publicó pese a sus objeciones. (Por supuesto, no con ánimo de lucro. Ocupa el número 1.288.313 en la lista de libros más vendidos de Amazon.)

El último proyecto de Assange, anunciado el mes pasado, es un programa de entrevistas en televisión en el que hablará con "iconoclastas, visionarios y conocedores del poder". Eso dice la orgullosa cadena que ha comprado de su serie, RT (antes Russia Today), el brazo propagandístico en inglés del Kremlin y guardián del culto a Putin. No es broma.

Aparte de la televisión del Kremlin, Assange ha pasado de ser famoso a ser una celebridad de segunda categoría: no es lo suficientemente estrella para presentar un programa de Saturday Night Live, pero sí tuvo un cameo en el episodio del domingo de Los Simpson. Bart: "¿Cómo le va, señor Assange?" Julian: "Esa es información personal, y no tienes derecho a conocerla". ¡Tadá!

Está previsto que el soldado del ejército acusado de divulgar 750.000 documentos secretos a WikiLeaks, Bradley Manning --al que, al principio, mantuvieron preso en unas condiciones tan inhumanas que el portavoz del Departamento de Estado dimitió como protesta--, sea procesado el jueves por unos cargos que podrían implicar cadena perpetua. Sin disculpar su supuesto delito, es evidente que el verdadero pecado original de todo este drama es que esta alma atormentada tuviera acceso a tantos secretos.

Lo que no podemos saber con certeza es la suerte de los numerosos informadores, disidentes, activistas y testigos inocentes que aparecen mencionados en los cables estadounidenses. Assange publicó nombres de fuentes pese a las enérgicas protestas de los periodistas que habían tenido acceso a los datos (tuvimos cuidado de borrar los nombres en nuestros artículos) y para horror de los grupos de derechos humanos y algunos de sus colegas en WikiLeaks. Me han contado que algunos de los que quedaron expuestos huyeron de sus respectivos países con ayuda de Estados Unidos y a otros los detuvieron, y no se sabe que mataran a ninguno. ¿Pero acaso lo sabríamos? Cuando leo historias como la de Reuters de la semana pasada sobre los tres hombres decapitados en Yemen por dar informaciones a estadounidenses, no puedo evitar volver a preocuparme por los testigos inocentes que aparecían en los cables.

La publicación de tantas confidencias e indiscreciones no dio al traste con la política exterior de Estados Unidos. Pero sí complicó, al menos temporalmente, las vidas de los diplomáticos estadounidenses. Los funcionarios norteamericanos dicen que, ahora, sus homólogos de otros países se resisten más a hablar con franqueza, y que es más difícil contratar y retener a informadores en todo el mundo. Como materia prima para periodistas, el alijo de secretos ha tenido una vida larga y espléndida. Hace 10 meses que The Times, The Guardian, Der Spiegel y los demás socios del proyecto publicaron sus últimos extractos, Y todavía aparecen a diario, en algún lugar del mundo, historias basadas en los documentos, bien porque los medios locales se enteran ahora de algún escándalo que no había llamado la atención de los grandes periódicos o porque nuevos sucesos arrojan una luz más interesante sobre ciertos cables.

Los informes del Departamento de Estado sobre las vidas disolutas de los dictadores de Oriente Próximo contribuyeron a alimentar el fuego de las revueltas de la Primavera Árabe. Pero la idea de que se iban a abrir las compuertas e iba a producirse una gran inundación ha resultado completamente equivocada. Inmediatamente después de la brecha, varios medios (incluido The Times) pensaron en crear buzones seguros en internet para posibles filtraciones, imaginando que iban a surgir nuevos Gargantas Profundas de la era digital.

Pero parece evidente que la filtración de WikiLeaks fue un acontecimiento único, y que ahora resulta más difícil que nunca acceder incluso a filtraciones más pequeñas. Steven Aftergood, encargado de supervisar todo lo relacionado con la de seguridad para la Federación de Científicos Americanos, ha dicho que, desde WikiLeaks, el Gobierno ha elevado la "amenaza de las fuentes internas" a la categoría de prioridad y ha restringido el acceso al material clasificado. A instancias de un Congreso indignado, los servicios de inteligencia están trabajando en un programa de auditoría electrónica que, de funcionar, haría mucho más difícil la transferencia de secretos y mucho más fácil perseguir a quien la hiciera. "Se ha prestado mucha atención a WikiLeaks y sus pintorescos propietarios", me dice Aftergood. "Pero lo importante no son los que publican las informaciones, sino las fuentes. Y no hay muchas fuentes tan prolíficas ni tan temerarias como presuntamente lo fue Bradley Manning". No es extraño. El Gobierno de Obama ha sido mucho más agresivo que sus predecesores a la hora de perseguir y castigar a los autores de filtraciones. El caso más reciente, la detención el mes pasado de John Kiriakou, un antiguo agente de la CIA especializado en cazar terroristas, y acusado de decir a los periodistas los nombres de los colegas que participaron en la tortura con agua de sospechosos de Al Qaeda, es sintomático de la actitud al respecto. Es la sexta ocasión en que este Gobierno investiga a un funcionario por revelar secretos a los medios de comunicación, más que todos los presidente anteriores juntos.

El mensaje es escalofriante tanto para los que tienen la responsabilidad de guardar secretos legítimos como para los que piensen en hacer denuncias o los funcionarios que pretendan hacer saber a la población si nuestra seguridad nacional está o no protegida. Esta es la paradoja que, hasta ahora, los documentales han pasado por alto: el legado más tangible de la campaña de WikiLeaks para lograr más transparencia es que el Gobierno de Estados Unidos se ha vuelto más hermético que nunca.





Fuente: ElPais.com
Autor: Bill Keller (EEUU, 1949-) periodista ganador del Premio Pulitzer (1989). Fue Director (Executive Editor) de The New York Times entre julio de 2003 y septiembre de 2011.
Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia






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miércoles, 7 de marzo de 2012

Un Banco Mundial para un nuevo mundo. Por Jeffrey D. Sachs

El mundo está en una encrucijada. La comunidad global puede unirse para luchar contra la pobreza, el agotamiento de los recursos y el cambio climático, o enfrentar una generación de inestabilidad política, zozobra ambiental y guerras por los recursos.

El Banco Mundial (World Bank), con una conducción adecuada, puede jugar un rol fundamental para evitar esas amenazas y los riesgos que implican. Es mucho lo que está en juego a nivel mundial en esta primavera, ya que los 187 países miembros del Banco elegirán un nuevo presidente para suceder a Robert Zoellick, cuyo mandato finaliza en julio.

El Banco Mundial fue establecido en 1944 para fomentar el desarrollo económico, y casi todos los países son actualmente miembros. Su misión principal es reducir la pobreza mundial y garantizar que el desarrollo global sea ambientalmente sólido y socialmente incluyente. Lograr esas metas no solo mejorará las vidas de miles de millones de personas, también impedirá violentos conflictos alimentados por la pobreza, el hambre y las luchas por recursos escasos.

Los funcionarios estadounidenses tradicionalmente han considerado al Banco Mundial como una extensión de la política extranjera y los intereses comerciales de Estados Unidos. Como el Banco se encuentra a solo dos cuadras de la Casa Blanca, en la Avenida Pennsylvania, les ha resultado muy fácil dominar esa institución. Actualmente muchos de sus miembros, incluidos Brasil, China, India y varios países africanos, están alzando sus voces en busca de un liderazgo con mayor igualdad y cooperación, y una mejor estrategia que funcione para todos.

Desde la fundación del Banco hasta hoy, la regla implícita ha sido que el gobierno de EEUU simplemente designa a cada nuevo presidente: los 11 han sido estadounidenses y ninguno de ellos experto en desarrollo económico –la responsabilidad central del Banco– ni con trayectorias en la lucha contra la pobreza o la promoción de la sostenibilidad ambiental. Por el contrario, EEUU ha elegido banqueros de Wall Street y políticos, probablemente para garantizar que las políticas del Banco sean adecuadamente amigables hacia los intereses comerciales y políticos estadounidenses.

Sin embargo, esa política está fracasando para EEUU y dañando seriamente al mundo. Debido a una prolongada falta de conocimiento estratégico en su cúpula, el Banco ha carecido de una dirección clara. Muchos de sus proyectos tuvieron como objetivo los intereses corporativos estadounidenses en lugar del desarrollo sostenible. El banco ha inaugurado gran cantidad de proyectos de desarrollo, pero son excesivamente pocos los problemas globales que ha resuelto.

Durante demasiado tiempo, la dirección del Banco ha impuesto conceptos estadounidenses que a menudo son completamente inapropiados para los países más pobres y sus habitantes menos favorecidos. Por ejemplo, el Banco se ocupó en forma absolutamente torpe de la explosiva pandemia de SIDA, tuberculosis y malaria durante la década de 1990 y falló a la hora de enviar ayuda donde hacía falta para frenar esos brotes y salvar millones de vidas.

Aún peor, el Banco promovió cobros a los usuarios y el "recupero de costos" de los servicios de salud, dejando una atención sanitaria capaz de salvar vidas fuera del alcance de los pobres entre los pobres –precisamente quienes más la necesitaban. En 2000, durante la Cumbre del SIDA en Durban, recomendé un nuevo "Fondo Global" para luchar contra esas enfermedades, justificándolo precisamente en que el Banco Mundial no estaba haciendo su trabajo. El Fondo Global para la Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria fue creado, y desde entonces ha salvado millones de vidas, logrando un descenso de al menos 30% de las muertes tan solo en África.

De manera semejante, el Banco dejó pasar oportunidades cruciales para apoyar a los pequeños agricultores de subsistencia y promover en forma más amplia un desarrollo rural integrado en las comunidades empobrecidas de África, Asia y Latinoamérica. Durante cerca de 20 años, aproximadamente entre 1985 y 2005, el Banco se resistió a implementar asistencia para grupos específicos de pequeños productores, un instrumento de probada eficacia, para permitir que los empobrecidos agricultores de subsistencia mejorasen sus rendimientos y salieran de la pobreza. Más recientemente, el banco ha aumentado su apoyo a los pequeños productores, pero aún queda mucho que puede y debe hacer.

El personal del Banco es muy profesional y lograría mucho más si se liberase del dominio de los cerrados intereses y puntos de vista estadounidenses. El Banco tiene potencial para convertirse en un catalizador del progreso en áreas clave que darán forma al futuro del planeta. Sus prioridades deben incluir la productividad agrícola; la movilización de tecnologías de la información para el desarrollo sostenible; la instalación de sistemas energéticos con reducidas emisiones de carbono; y educación de calidad para todos, con un mayor aprovechamiento de nuevas formas de comunicación para llegar a cientos de millones de estudiantes relegados. crdito

Las actividades del Banco actualmente cubren todas esas áreas, pero la institución no logra un liderazgo eficaz en ninguna de ellas. A pesar de su excelente personal, el Banco no ha sido suficientemente estratégico ni ágil para convertirse en un agente de cambio eficaz. Lograr que el Banco cumpla adecuadamente su rol será un trabajo duro, que requerirá pericia en su dirección.

Lo que es aún más importante, el nuevo presidente del Banco deberá contar con experiencia profesional directa sobre los variados desafíos de desarrollo. El mundo no debe aceptar el status quo. Un nuevo líder del Banco Mundial que nuevamente provenga de Wall Street o de la política estadounidense sería un duro golpe para un mundo que necesita soluciones creativas a complejos desafíos de desarrollo. El banco necesita un consumado profesional listo para ocuparse de los grandes desafíos del desarrollo sostenible desde el primer momento.







Fuente: ElPolitico.com / Copyright: Project Syndicate, 2012
Autor:Jeffrey D. Sachses profesor de Economía y Director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. También es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Su trabajo se centra en el desarrollo económico y la ayuda internacional, se fue Director del Proyecto Milenio de la ONU desde 2002 hasta 2006. Sus libros incluyen The End of Poverty (El fin de la pobreza) y Common Wealth (Riqueza común).
Traducción:Leopoldo Gurman / Project Syndicate





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miércoles, 1 de febrero de 2012

Davos ve tres riesgos: el euro, Europa y la UE. Por Claudi Pérez

La confusión y el desconcierto sobre cómo salir de una crisis que va hacia su quinto año se apoderan del debate
Lamentamos sinceramente decirles que han vivido por encima de sus posibilidades y van a pasar años de penalidades. Lamentamos sinceramente reconocer que la banca es una de las grandes culpables de esta crisis, pero es intocable porque sin ella todo esto se viene abajo. Lamentamos sinceramente comunicarles que todos los problemas globales se resumen en uno, Europa, y que como las leyes de la economía son despiadadas Europa lo va a pagar caro. La edición de 2012 del Foro Económico Mundial se cierra hoy en Davos con esos tres lamentos a modo de resumen. La Gran Recesión se encamina hacia su quinto año y lo más probable es que ese no sea más que el ecuador de esta amarga travesía, especialmente en el viejo continente: el hombre de Davos, sea lo que sea el hombre de Davos, ve tres riesgos por delante. La santísima trinidad: Europa, el euro y la UE.

Los empresarios, los banqueros y ese poder fáctico oscuro e impersonal que son los mercados -que en Davos se materializan como en ningún otro lugar- saben qué hacer en las épocas de bonanza. Y saben qué hacer en medio de un crash. El problema es que en la coyuntura actual no hay ni lo uno ni lo otro: hay países que crecen a toda velocidad y áreas económicas sumidas en un letargo peligroso, con el Oeste estancado y el Este con ganas de comerse el mundo. En ese desconcierto, las brújulas no funcionan. Ese es el espíritu de Davos 2012, "una mezcla de resignación y perplejidad, de expectativas y de confusión", apunta el analista Moisés Naím. Con una víctima propiciatoria por encima de todas: Europa.

"Nunca había tenido tanto miedo como ahora de lo que está pasando en la eurozona. Hagan algo. Háganlo rápido. Sí, ya sé, no hay dinero: búsquenlo". Donald Tsang, presidente del Gobierno autónomo de Hong Kong, resumió ayer el sentir del foro en una sola frase. Pero Davos es un lugar de contrastes: la eurozona tiene un relato muy diferente.

Nunca los líderes europeos habían venido a Suiza con un mensaje tan nítido: una oleada de austeridad y reformas recorre el continente y empapa su ideario. Las medidas extraordinarias del Banco Central Europeo (BCE) han conseguido evitar una catástrofe y los dos últimos meses han sido un oasis de tranquilidad. A la pregunta de si ese paréntesis está aquí para quedarse, Europa cierra filas: son los recortes y las reformas lo que ha devuelto la credibilidad al euro, según la tesis de la canciller Angela Merkel, que repiten los demás países con una impavidez estupefaciente. "La UE es otro mundo respecto a hace solo unos meses", subraya el presidente del BCE, Mario Draghi.

Fuera de Europa las cosas se ven de otra manera. "Europa tiene la extraña costumbre de cantar victoria demasiado pronto", critica en los pasillos del Foro un extraordinario jugador de ajedrez, Ken Rogoff, que es además autor de uno de los libros de referencia de la crisis, Esta vez es diferente, irónico título para un relato acerca del parecido de las crisis en los últimos ocho siglos. Y no, esta vez tampoco es diferente: las crisis más duras, aquellas que se dan una vez en un siglo, suelen dejar profundas cicatrices, y en su desarrollo suelen combinar periodos de relativa tranquilidad (como este) con sacudidas inesperadas y violentas (como las que puede que estén por venir).

"Las presiones se han relajado porque el BCE se ha puesto a imprimir dinero a toda velocidad. Perfecto: eso le da al sistema financiero tres, cuatro años de tranquilidad. Pero eso es menos de la mitad de la solución: los latigazos en los mercados van a volver. La UE necesita una nueva constitución, necesita convertirse en los Estados Unidos de Europa, necesita un salto adelante político que puede requerir 40, 50 años. Pero lo necesita ahora", sostiene Rogoff. Y añade: "La crisis empieza a tomar dimensiones existenciales: Grecia y probablemente Portugal están desahuciados; España e Italia son las líneas rojas. Esto ha dejado de ser un problema económico: esta es ya una crisis política y la solución política, de momento, es inadecuada: se impone austeridad y nada más, y el Sur no puede aguantar tres, cuatro años de recesión".

Tampoco esta vez los casandras se dan un respiro. "La situación es ahora más potencialmente peligrosa que la previa a la caída de Lehman Brothers", según el gurú George Soros. Para Stephen Roach, presidente de Morgan Stanley en Asia, "el panorama va a ser más frágil de lo que ahora parece en cuanto aparezcan los primeros datos de la recesión que se avecina o ya está aquí".

La veda de críticas está abierta, y puede que Europa lo tenga merecido. Washington y Londres han pasado por aquí despotricando contra la UE. En los foros latinoamericanos se reprocha la altivez de los europeos, incapaces de aprender algo de su crisis en los ochenta. El miedo ha calado tanto en Asia que países como China están dispuestos a poner dinero. El mundo al revés: los emergentes al rescate, los anglosajones (epicentro de la crisis) dando lecciones. Pero ideas, pocas. Una de las más lúcidas fue ayer la de la directora gerente del FMI, Christine Lagarde: "Reducir deudas es un maratón, no un sprint". "Hace tres años fue un error que el FMI recetara estímulos generalizados para países con problemas distintos, y ahora es un error esa oleada de austeridad que no tiene en cuenta las especificidades de cada caso". ¿Recado para Merkel?

Lo más interesante de Davos son sus pasillos, ver cómo revolotean los buitres. Los hedge funds preguntan a diestro y siniestro, manejan cantidades ingentes de información y de vez en cuando descerrajan uno de esos análisis que suenan como navajazos: "Alemania echó a Berlusconi, condenó a los socialistas en España, ha conseguido imponer recortes salvajes a toda Europa", dice un tipo de unos 30 años que devora panecillos en uno de los bares del centro de congresos. "Pero Alemania aún no ha hecho nada a cambio. El tren de la crisis europea se mueve ahora a cámara lenta, pero se mueve, y solo puede ir en dos direcciones: o el euro se rompe después de toda esta tortura de austeridad, y el zarandeo sería increíble, o los alemanes aceptan los eurobonos y el coste político que acarrean". "Un lío", apostilla.






Fuente: ElPais.com
Autor: Claudi Pérez es periodista en la sección de economía del diario El País, España. Enviado especial a Davos.
Fotografía: BusinessWeek.com






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miércoles, 25 de enero de 2012

Los peligros de 2012. Por Joseph E. Stiglitz

El año 2011 será recordado como la época en que muchos estadounidenses que siempre habían sido optimistas comenzaron a renunciar a la esperanza. El presidente John F. Kennedy dijo una vez que la marea alta eleva todos los botes. Pero ahora, con la marea baja, los estadounidenses no solo comienzan a ver que quienes tienen mástiles más altos han sido elevados mucho más, sino que muchos de los botes más pequeños han sido destrozados por el agua.

En ese breve momento en que la marea creciente estaba, efectivamente, subiendo, millones de personas creyeron que tenían buenas probabilidades de cumplir su "sueño americano". Ahora también esos sueños están retirándose. En 2011, los ahorros de quienes habían perdido sus empleos en 2008 o 2009 ya se habían gastado. El seguro de desempleo se había terminado. Los titulares que anunciaban nuevas contrataciones -aún insuficientes para incorporar a quienes habitualmente se suman a la fuerza laboral- significaban poco para cincuentones con pocas ilusiones de volver a tener un empleo.

De hecho, las personas de mediana edad que pensaron que estarían desempleadas por unos pocos meses se han dado cuenta a esta altura de que, en realidad, fueron jubiladas a la fuerza. Los jóvenes graduados universitarios con decenas de miles de dólares de deuda en créditos educativos no podían encontrar ningún empleo. La gente se mudó a las casas de sus amigos y los parientes se han convertido en sin techo. Las casas compradas durante la burbuja inmobiliaria aún están en el mercado, o han sido vendidas con pérdidas. Más de siete millones de familias estadounidenses han perdido sus hogares.

El oscuro punto vulnerable de la burbuja financiera de las décadas anteriores también ha quedado completamente expuesto en Europa. Los titubeos por Grecia y la devoción de los Gobiernos nacionales por la austeridad comenzaron a implicar una pesada carga el año pasado. Italia se contagió. El desempleo español, que se había mantenido cerca del 20% desde el comienzo de la recesión, trepó aún más. Lo impensable -el fin del euro- comenzó a verse como una posibilidad real.

Este año parece encaminado a ser aún peor. Es posible, por supuesto, que Estados Unidos solucione sus problemas políticos y adopte finalmente las medidas de estímulo que necesita para reducir el desempleo al 6% o al 7% (el nivel previo a la crisis del 4% o el 5% es demasiado pedir). Pero esto es tan poco probable como que Europa se dé cuenta de que la austeridad por sí misma no resolverá sus problemas. Por el contrario, la austeridad solo exacerbará la desaceleración económica. Sin crecimiento, la crisis de la deuda -y la crisis del euro- solo empeorará. Y la larga crisis que comenzó con el colapso de la burbuja inmobiliaria en 2007 y la recesión que la siguió continuarán.

Además, es posible que los países con los mercados emergentes más importantes, que capearon exitosamente las tormentas de 2008 y 2009, no sobrelleven tan bien los problemas que se perciben en el horizonte. El crecimiento brasileño ya se ha detenido, y eso genera ansiedad entre sus vecinos latinoamericanos.

Mientras tanto, los problemas de largo plazo -incluidos el cambio climático y otras amenazas ambientales, y la creciente desigualdad en la mayoría de los países del mundo- continúan allí. Algunos, incluso, han empeorado. Por ejemplo, el alto desempleo ha deprimido los salarios y aumentado la pobreza.

La buena noticia es que solucionar estos problemas de largo plazo ayudaría a resolver los de corto plazo. Una mayor inversión para adaptar la economía al calentamiento global ayudaría a estimular la actividad económica, el crecimiento y la creación de empleo. Impuestos más progresivos, que redistribuyan desde los ingresos altos hacia los medios y bajos, simultáneamente, reducirían la desigualdad y aumentarían el empleo al impulsar la demanda total. Los impuestos más elevados a los ricos podrían generar ingresos para financiar la necesaria inversión pública, y proporcionar cierta protección social para quienes menos tienen, incluidos los desempleados.

Incluso, sin ampliar el déficit fiscal, esos aumentos de "presupuesto equilibrado" en los impuestos y el gasto reducirían el desempleo y aumentarían el producto. Lo que preocupa, sin embargo, es que la política y la ideología en ambos lados del Atlántico, pero especialmente en Estados Unidos, no permitirá que nada de esto ocurra. La fijación en el déficit inducirá recortes en el gasto social, empeorando la desigualdad. De igual manera, la persistente atracción hacia la economía de oferta, a pesar de toda la evidencia en su contra (especialmente en periodos de alto desempleo), evitará que se aumenten los impuestos a quienes más tienen.

Incluso, antes de la crisis hubo un reordenamiento del poder económico -de hecho, una corrección de una anomalía con 200 años de historia, en la que la participación asiática del PIB global cayó desde cerca del 50% hasta, en cierto punto, menos del 10%-. El compromiso pragmático con el crecimiento que se percibe actualmente en Asia y en otros mercados emergentes destaca frente a las equivocadas políticas occidentales, que, impulsadas por una combinación de ideología e intereses creados, parecen casi reflejar un compromiso para evitar el crecimiento.

Como resultado, la reestructuración económica global probablemente se acelere. Y casi inevitablemente dará lugar a tensiones políticas. Con todos los problemas que enfrenta la economía global, seremos afortunados si estas presiones no comienzan a manifestarse dentro de los próximos 12 meses.






Fuente: ElPais.com / Project Syndicate, 2012.
Autor: Joseph E. Stiglitz, catedrático de Economía de la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía en 2001. Autor de Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial.
Traducción: Leopoldo Gurman.
Fotografía: Montaje Menesez Filipov / Ojo Adventista






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jueves, 12 de enero de 2012

Matar al euro. Por Paul Krugman

¿Se puede salvar al euro? No hace mucho, nos decían que el peor desenlace posible era una suspensión de pagos de Grecia. Ahora parece muy probable un desastre mucho más extendido.

Es cierto que la presión en los mercados se relajó un poco el miércoles después de que los bancos centrales hicieran el sensacional anuncio de una ampliación de las líneas de crédito (lo cual, a efectos prácticos, apenas supondrá una diferencia). Pero hasta los optimistas ven ahora que Europa se encamina hacia la recesión, mientras que los pesimistas advierten de que el euro podría convertirse en el epicentro de otra crisis financiera mundial.

¿Cómo se han torcido tanto las cosas? La respuesta que oímos todo el tiempo es que la crisis del euro fue provocada por la irresponsabilidad fiscal. Enciendan el televisor y muy probablemente encontrarán a algún lumbreras declarando que si Estados Unidos no recorta el gasto terminará como Grecia. ¡Greeeeeecia!

Pero lo cierto es casi lo opuesto. Aunque los líderes europeos siguen insistiendo en que el problema es un gasto demasiado elevado en las naciones deudoras, el auténtico problema es un gasto demasiado reducido en Europa en su conjunto. Y sus intentos de arreglar las cosas exigiendo una austeridad cada vez más severa han desempeñado un papel decisivo para empeorar la situación.

La historia hasta el momento: en los años que precedieron a la crisis de 2008, Europa, al igual que Estados Unidos, tenía un sistema bancario fuera de control y una deuda que aumentaba a toda velocidad. Sin embargo, en el caso de Europa, gran parte de los préstamos eran transfronterizos, ya que los fondos de Alemania fluían hacia el sur de Europa. Estos préstamos se consideraban de bajo riesgo. Todos los receptores estaban en el euro, así que, ¿qué podía ir mal?

La mayoría de estos préstamos, por cierto, fueron a parar al sector privado, no a los Gobiernos. Solo Grecia registraba grandes déficits presupuestarios durante los años de vacas gordas; España tenía de hecho un superávit justo antes de la crisis.

Entonces la burbuja estalló. El gasto privado en las naciones deudoras cayó drásticamente. Y la pregunta que los líderes europeos deberían haber estado haciendo era cómo mantener esos recortes del gasto sin causar una recesión en toda Europa.

En lugar de ello, sin embargo, respondieron al inevitable aumento del déficit, impulsado por la recesión, exigiendo que todos los Gobiernos -no solo los de las naciones deudoras- recortaran el gasto y aumentaran los impuestos. Desestimaban las advertencias de que esto profundizaría la recesión. "La idea de que las medidas de austeridad pueden provocar un estancamiento es errónea", declaraba Jean-Claude Trichet, en aquel entonces presidente del Banco Central Europeo. ¿Por qué? Porque "las políticas que inspiran confianza impulsarán la recuperación económica, no la obstaculizarán".

Pero el hada de la confianza no se presentó.

Y esperen, hay más. Durante los años del dinero fácil, los salarios y los precios en el sur de Europa aumentaron mucho más deprisa que en el norte de Europa. Esta divergencia debe corregirse ahora, bien mediante una bajada de los precios en el sur o mediante una subida de los precios en el norte. Y no da igual cuál de las dos: si el sur de Europa se ve obligado a recuperar la competitividad a través de la deflación, pagará un alto precio con el empleo y empeorará su problema de deuda. Las posibilidades de éxito serían mucho mayores si el desfase se corrigiera mediante un aumento de los precios en el norte.

Pero para corregir el desfase mediante un aumento de los precios en el norte, los responsables políticos tendrían que aceptar temporalmente una inflación más alta para la eurozona en su conjunto. Y ya han dejado claro que no piensan hacerlo. De hecho, el pasado abril, el Banco Central Europeo empezó a aumentar los tipos de interés, a pesar de que para la mayoría de los observadores era evidente que la inflación subyacente era, en todo caso, demasiado baja.

Y probablemente no sea una coincidencia que abril fuera también el mes en que la crisis del euro entró en una nueva fase, más grave. Olvídense de Grecia, cuya economía tiene para Europa aproximadamente la misma importancia que la de Miami para Estados Unidos. A estas alturas, los mercados han perdido fe en el euro en su conjunto, lo cual ha hecho que los tipos de interés suban todavía más para países como Austria y Finlandia, que no se distinguen precisamente por ser derrochadores. Y no es difícil ver por qué. La combinación de austeridad para todos y un banco central enfermizamente obsesionado con la inflación hace que sea básicamente imposible para los países endeudados escapar de la trampa de la deuda y, por consiguiente, es la fórmula para multiplicar las suspensiones de pagos, los pánicos bancarios y el desplome financiero.

Espero, por nuestro bien y por el de los europeos, que estos cambien de rumbo antes de que sea demasiado tarde. Pero, para ser sincero, no creo que vayan a hacerlo. De hecho, es mucho más probable que Estados Unidos les siga por el camino hacia la ruina.

Y es que en Estados Unidos, al igual que en Europa, la economía se ve debilitada por deudores en apuros (en nuestro caso, los propietarios de viviendas fundamentalmente). Y en Estados Unidos también necesitamos desesperadamente políticas fiscales y monetarias expansionistas para sostener la economía mientras estos deudores tratan de recuperar la salud financiera. Así y todo, al igual que en Europa, la retórica pública está dominada por los cascarrabias del déficit y los obsesos de la inflación.

De modo que la próxima vez que oigan a alguien afirmar que si no recortamos el gasto nos convertiremos en Grecia, su respuesta debería ser que si en efecto recortamos el gasto mientras la economía sigue deprimida, nos convertiremos en Europa. De hecho, ya llevamos hecha gran parte del camino.






Fuente: ElPais.com
Autor: Paul Krugman (EEUU, 1953-) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía. Actualmente profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times.
Traducción: News Clips






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domingo, 8 de enero de 2012

¿Estallará China? Por Paul Krugman

Plantéense el siguiente panorama: últimamente, el crecimiento se ha basado en un fuerte auge de la construcción, impulsado por una escalada de los precios inmobiliarios, y muestra todos los signos clásicos de una burbuja. El crédito ha crecido rápidamente, pero gran parte de ese crecimiento no ha venido a través de la banca tradicional, sino más bien a través de una banca en la sombra, no regulada, que no está sometida a la supervisión del Gobierno ni está apoyada por avales oficiales. Ahora, la burbuja se está pinchando, y hay verdaderas razones para temer una crisis financiera y económica.

¿Estoy describiendo Japón a finales de la década de 1980? ¿O estoy describiendo EE UU en 2007? Podría ser. Pero ahora estoy hablando de China, que asoma como otro punto de peligro en una economía mundial que verdaderamente no lo necesita en estos momentos.

He sido reacio a criticar la situación china, en parte porque es muy difícil saber qué está pasando verdaderamente. Lo mejor es considerar todas las estadísticas económicas como una forma particularmente aburrida de ciencia-ficción, pero las cifras de China son más ficticias que la mayoría. Recurriría a verdaderos expertos en China para que me orienten, pero no parece que haya dos expertos que cuenten la misma historia.

Aun así, incluso los datos oficiales son inquietantes, y las últimas noticias son suficientemente dramáticas como para disparar las alarmas.

Lo que más llama la atención sobre la economía china a lo largo de la última década es la forma en que el consumo de las familias, a pesar de ir en aumento, iba a la zaga del crecimiento general. En estos momentos, el gasto del consumidor apenas representa el 35% del PIB (aproximadamente, la mitad del nivel de EE UU).

Entonces, ¿quién está comprando los bienes y servicios que produce China? Parte de la respuesta es, bueno, nosotros: a medida que la parte de la economía que corresponde al consumidor se reducía, China empezó a depender más de los superávits comerciales para mantener a flote la fabricación. Pero lo más importante desde el punto de vista de China es el gasto de inversión, que se ha disparado hasta alcanzar casi la mitad del PIB.

La pregunta evidente es qué ha motivado toda esa inversión, teniendo en cuenta que la demanda del consumidor es relativamente débil. Y la respuesta, en buena medida, es que dependía de una burbuja inmobiliaria que no paraba de inflarse. La inversión inmobiliaria como porcentaje del PIB se ha duplicado, aproximadamente, desde 2000, lo cual representa directamente más de la mitad del aumento total de la inversión. Y seguramente gran parte del resto del aumento corresponde a empresas que se han ampliado para vender al próspero sector de la construcción.

¿Tenemos la certeza de que hay una burbuja inmobiliaria? Muestra todos los signos: no solo los precios en aumento, sino también la clase de fiebre especulativa que todos conocemos bien por nuestra propia experiencia hace solo unos años; piensen en la zona costera de Florida.

Y existe otra similitud con la experiencia de EE UU: a medida que el crédito se expandía, gran parte de él procedía no de los bancos, sino de un sistema de banca en la sombra sin supervisión ni protección. Hay grandes diferencias en cuanto a los detalles: la banca en la sombra al estilo americano tendía a implicar a prestigiosas empresas de Wall Street e instrumentos financieros complejos, mientras que la versión china tiende a extenderse mediante bancos clandestinos e incluso casas de empeño. Pero las consecuencias son similares: en China, como en EE UU hace unos años, el sistema financiero puede ser mucho más vulnerable de lo que revelan los datos sobre la banca convencional.

Ahora es evidente que la burbuja está pinchándose. ¿Cuánto daño hará a la economía china y al mundo?

Algunos analistas dicen que no nos preocupemos, que China tiene líderes fuertes e inteligentes que harán lo que sea necesario para hacer frente a una recesión. La idea implícita, aunque no se suela expresar, es que China puede hacer lo que haga falta, porque no tiene que preocuparse de exquisiteces democráticas.

Sin embargo, a mí me parece que del dicho al hecho hay mucho trecho. Después de todo, recuerdo muy bien haber oído declaraciones similares sobre Japón en la década de los ochenta, cuando los brillantes burócratas del Ministerio de Finanzas, supuestamente, tenían todo bajo control. Y más tarde oímos afirmaciones de que EE UU no repetiría jamás los errores que llevaron a la década perdida de Japón, cuando, en realidad, estamos haciéndolo incluso peor que Japón.

Por si sirve de algo, las declaraciones sobre la política económica de las autoridades chinas no me parecen especialmente lúcidas. En concreto, la forma en que China ha estado agrediendo a los extranjeros -entre otras cosas, imponiendo una tarifa punitiva a las importaciones de automóviles fabricados en EE UU que no va a hacer nada para ayudar a su economía, pero que servirá para envenenar las relaciones comerciales- no es propia de un Gobierno maduro que sabe lo que hace.

Y los casos de los que se tiene conocimiento dan a entender que aunque el Gobierno de China no esté constreñido por el Estado de derecho, sí lo está por la omnipresente corrupción, que significa que lo que sucede de hecho en el plano local puede tener poco que ver con lo que se ordena en Pekín.

Ojalá esté siendo innecesariamente alarmista. Pero es imposible no preocuparse: la historia de China se parece demasiado a las crisis que ya hemos visto en otros sitios. Y una economía mundial que ya padece el desastre en Europa, verdaderamente no necesita un nuevo epicentro de crisis.






Fuente: ElPais.com
Autor: Paul Krugman (EEUU, 1953-) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía. Actualmente profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times.
Traducción: News Clips






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