lunes, 27 de septiembre de 2010

Objetivos de Desarrollo del Milenio / opiniones

1. La pobreza y los Objetivos del Milenio

Los líderes del mundo se reúnen en Nueva York para evaluar el grado de cumplimiento de los "Objetivos de desarrollo del Milenio'' (ODM). Así es conocida la fastuosa campaña lanzada por Naciones Unidas para erradicar la pobreza. Es la moderna versión del antiguo pero no menos famoso "Cero Siete''.

Vamos a asistir a una catarata de declaraciones y buenas intenciones y también a datos que intentarán demostrar cuanto de beneficioso ha sido el ingente esfuerzo y cuán importante es lo que resta por hacer. Aldabonazos y llamadas a la responsabilidad y el compromiso en esa retórica tan vacía y sensiblera no faltarán.

No son pocos los que ya han determinado que eso de los "Objetivos del Milenio'' es un monumental fiasco, como el relator especial de la ONU para el derecho a la alimentación, Olivier de Schutter, que piensa que sólo han servido para afrontar los "síntomas de la pobreza'' y han ignorado "las causas profundas del subdesarrollo y del hambre''.

Olivier De Schutter, que aceptó su actual cargo en Naciones Unidas en mayo de 2008, es un profesor de la Universidad Católica de Lovaina y del Colegio de Europa. Es miembro de la Global Law School perteneciente a la Universidad de Nueva York. Presidió la Red UE de expertos independientes en materia de derechos fundamentales y fue Secretario General de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH).

De Schutter ha puesto al descubierto que si bien "los Objetivos del Milenio han sido útiles para movilizar dinero y energías sólo atacan los síntomas de la pobreza, como la malnutrición infantil, la mortalidad materna o las enfermedades, e ignoran las causas más profundas del subdesarrollo y del hambre''.

Por ejemplo, "actualmente en el mundo hay cien millones de hambrientos más que hace diez años, cuando se adoptaron los Objetivos del Milenio'', ha afirmado rotundo Schutter. Piensa que la comunidad internacional, y en particular los países más ricos, deben modificar su enfoque y atender los obstáculos estructurales que impiden el desarrollo. El apunta a la deuda, a la desigualdad comercial, a los paraísos fiscales. Pero hay más. Todos sabemos que hay más y profundas causas de la pobreza, pero pone el dedo en la llaga cuando afirma que, "se debe pasar de un enfoque meramente caritativo a otro enfoque que tenga en cuenta a las poblaciones, a la sociedad civil y, sobre todo, que esté basado en los derechos humanos''.

De Schutter es, decididamente, un experto en derechos humanos. Sus publicaciones, trabajos e investigaciones apuntan a ello y especialmente a las relaciones entre los derechos humanos y las políticas públicas. Su obra más reciente, editada por la Universidad de Cambridge este mismo año, se titula International Human Rights Law.

No le cito como argumento de autoridad pues realmente no conozco en profundidad su trabajo. Sus opiniones y declaraciones recientes me han llevado a rebuscar entre los informes de la oficina que dirige y he leído un papel sobre el hambre en el Africa Subsahariana.

Constatan que allí el principal problema estructural, la verdadera razón de las pavorosas hambrunas, es el de la propiedad de la tierra. Certifican también que, mayoritariamente, el dueño de la tierra, el señor de la tierra, es el Estado. Piden reformas estructurales urgentes para que las personas, los campesinos, puedan acceder a la propiedad de la tierra.

Hace diez años que Naciones Unidas lanzó su pomposa campaña internacional sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Burócratas, políticos de todo nivel, reyes y príncipes han abrazado con emoción y decisión esa bandera. Papeles, programas y declaraciones se envuelven para ser correctos en las buenas intenciones de los ODM.

Pues todo es un fiasco. He ido siguiendo los argumentos de De Schutter, con urgencia a repasar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por Naciones Unidas en el ya lejano 1948 y ahora, en que no pasa el año en que se descubren y proclamen "nuevos'' derechos del hombre, he vuelto a leer en ese viejo papel:

"Artículo 17. 1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. 2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad''.

No digo nada más. Seguiremos hablando del hambre en el mundo. Por mucho tiempo, me temo.*



2. Objetivos del milenio: ¿quién le pone el cascabel al gato?


¿DE QUÉ MILENIO hablamos? ¿De que la gente se muera ahora mismo de hambre y miseria por muchas zonas del planeta, mientras que a los mayores porcentajes de los que se supone estamos en el mundo rico (o en desarrollo) nos hagan pringar y pringar casi obligadamente con mejor o peor perspectiva pero siempre enganchados: 1.- a un consumismo desorbitado que en caso de reprimirse produce todavía más desgracia; 2.- a unos sistemas fiscales que hacen caer todo el peso sobre los tejidos productivos; 3.- a unas hipotecas, o cargas por tratar de trabajar, que esclavizan vidas?

Los cambios que se tendrían que producir a nivel global en principio no tienen por qué afectarnos egoístamente a la mayoría. Que los ricos (más ricos) a cuenta de sus beneficios por lo menos cubran a los más pobres (más pobres). A nosotros, que nos dejen espacios para trabajar sin sangrarnos demasiado. ¿Esto es de izquierda o de derecha?

La actuación implicaría una muy pequeña carga relativa para las grandes fortunas y aglomeraciones de capital y su aceptación depende de la decisión personal de no mucho más que una docena de personas y del poder de un par de cientos. Nada más. Son esos grupos los que manejan el meollo del cotarro. Hace unos días se ha celebrado en el edificio de las Naciones Unidas, en New York, una llamada Cumbre del Milenio que parece haber servido sólo para emitir palabras y no acciones.

Hipócritas, no tienen interés en eliminar los paraísos fiscales ni facilitar la creación de una fiscalidad mundial que intente controlar algo el flujo de blanqueos basados en la corrupción, instalada como lacra institucional en muchas economías.

Por ejemplo, la Tasa Tobin es una propuesta concreta de impuesto sobre el flujo de capitales en el mundo sugerido a iniciativa del economista estadounidense James Tobin en el año 1971, quien recibió el Premio Nobel de Economía en 1981, cuya instauración a nivel internacional ha sido propuesta e impulsada por el movimiento ATTAC -movimiento internacional altermundialista que promueve el control democrático de los mercados financieros y las instituciones encargadas de su control-, personalidades o especialistas de primer nivel y cuya implantación ha sido muchas veces considerada con motivo de la crisis económica de 2008-2010.

Los movimientos por una globalización alternativa opinan que los ingresos que este impuesto produciría podrían ser una importante fuente de financiación para combatir e incluso erradicar la pobreza extrema en el mundo. Pero otros, en especial los liberales de la escuela austriaca, lo consideran una medida intervencionista especialmente perniciosa al obstaculizar el libre comercio, perjudicando, según ellos, a los países más pobres y presentando enormes dificultades de recaudación, gestión y utilización de los fondos.

A lo peor son acertadas las inconveniencias de la Tasa Tobin, pero entonces hay que buscar algo parecido. Y si no, dejen de hacer esos discursos voluntaristas (Obama, Sarkozy, Zapatero?) que proponen conjurarse en todos los foros para buscar las nuevas fuentes de financiación.

La cumbre para revisar los Objetivos de Desarrollo del Milenio se clausuró después de tres días de inútiles debates entre los líderes mundiales, que mostraron buenos propósitos pero escasos resultados. La clave parece que tiene que ver con que muchos países, como denunció el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño, se consideran "convidados de piedra".

Aunque todos los participantes reiteraron una estupenda voluntad política para cumplir con el compromiso adoptado hace diez años para acabar con la miseria en el mundo y hacer más eficaces las ayudas al desarrollo, ideas innovadoras como crear un nuevo impuesto sobre las transacciones financieras -Tasa Tobin, defendida por los presidentes Zapatero y Sarkozy- levantaron la oposición de muchos otros estados.

Es decir, todo muy bien, cojonudo, menos ponerle el cascabel al gato, que es un dicho antiguo procedente de un cuento anónimo del siglo XIV, "De los mures con el gato", que popularizó Félix María de Samaniego en la fábula "El congreso de los ratones", y del que se deduce la audacia que se necesita para acometer determinadas tareas consideradas fundamentales pero que implican riesgo para el que las ejecuta.

Si de cien personas, cuarenta son pobres que se mueren, 59 escapamos mal que bien y una va sobradísima sin control a kilómetros de distancia por encima, pues que esta última haga el favor de poner un fisquito más, que con eso ya no se mueren.**




* Fuente: ElNuevoHerald.com
Autor: Pablo Izquierdo, Presidente de la Fundación Iberoamérica-Europa. Ex diputado del Partido Popular de España
**Fuente: ElDia.es
Autor: Jose A. Infante Burgos

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viernes, 24 de septiembre de 2010

Persisten las tensiones entre el Papa y los anglicanos. Por Rachel Donadio

El Papa y el arzobispo rezaron juntos el fin de semana pasado, un acontecimiento raro en la Abadía de Westminster, pero destinado a mostrar la cercanía fundamental de católicos y anglicanos, cuyas iglesias se encuentran separadas por pocos grados y cada una ha sido golpeada por el secularismo y la división. La señal que se envió fue que, algún día, una unión más formal podría fortalecerlas. Pero más allá de las sonrisas, las oraciones y el foco concientemente puesto en las cosas que los dos líderes espirituales comparten, la visita de cuatro días de Benedicto XVI a Gran Bretaña fue más que un momento de reconciliación y puso de manifiesto que ambas iglesias, separadas durante la Reforma por temas de autoridad papal, sí están más divididas que nunca.

Todos fueron corteses, incluido el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, quien no permitió que la disidencia de mostrara públicamente. Aún así, no pasó inadvertido que Benedicto rompió sus propias normas y presidió personalmente, el 19 de septiembre, la misa de beatificación del cardenal John Henry Newman, un pensador y escritor del siglo XIX que abandonó la Iglesia de Inglaterra para convertirse al catolicismo. Había dicho antes, en su papado, que celebraría la misa sólo para una canonización, el último paso hacia la santidad. La beatificación se produjo un año después de que el Vaticano irritó a muchos anglicanos, y no menos al arzobispo Williams, cuando anunció que facilitaría la conversión de grupos de anglicanos tradicionalistas.

Esto puso de relieve las diferencias y las acusaciones de que la Iglesia Católica aspiraba a atraer a quienes están incómodos en una iglesia que ordena sacerdotes a mujeres y a homosexuales, algo que el Vaticano no permite, y además ha dicho que creó el nuevo rito que permitiría a los anglicanos preservar algunas liturgias y tradiciones, incluyendo clérigos casados, tras unirse al catolicismo, en respuesta a reiteradas peticiones de algunos grupos tradicionalistas anglicanos.

Intercambio de mensajes

Benedicto hizo un inusual reconocimiento de las tensiones al decirle a Williams que no había venido a visitar la sede de la Iglesia de Inglaterra (siendo el primer Papa que lo hace) “para hablar de las dificultades que la vía ecuménica ha encontrado y sigue encontrando”. El 17 de septiembre, en el servicio religioso en Westminster, Benedicto sonrió cuando Williams dijo que “los cristianos tienen visiones muy diversas sobre la naturaleza de la vocación que pertenece a la sede de Roma”. El Papa volvió a agitar las aguas dos días después, diciéndoles a los obispos católicos de Inglaterra, Gales y Escocia que debieran considerar la oferta de conversión como “un gesto profético que puede contribuir positivamente al desarrollo de las relaciones entre anglicanos y católicos”. Agregó que “nos ayuda poner nuestras miradas en el objetivo final de toda actividad ecuménica: la restauración de la plena comunión eclesial”.

Sin embargo, la realidad podría no estar del lado del Papa. Tanto anglicanos como católicos dicen que el diálogo hacia una plena comunión (ambas iglesias trabajan para reparar las grietas de la Reforma) se ha hecho casi imposible desde que la Iglesia de Inglaterra abrió el camino a las mujeres obispos. Ordenó primero a sacerdotisas en 1994. “La plena comunión fue y sigue siendo el objetivo”, dijo Christopher Hill, obispo anglicano de Guildford, que ha participado en el diálogo. “Cuán distante está el objetivo es otro tema”. La plena comunión significaría que los miembros de los cleros anglicano y católico podrían administrar los sacramentos (como la eucaristía, el matrimonio y el bautismo) en las iglesias de los otros sin ser reordenados, y los feligreses podrían recibirlos en cada iglesia sin convertirse formalmente.

Para los años que vienen, la Iglesia de Inglaterra se dispone a ordenar obispos mujeres, iniciativa que según se espera dividirá aún más a la comunidad anglicana y enfrentará a las más liberales de Inglaterra con las más tradicionales de África. Se supone que una vez que las mujeres se conviertan en obispos, los anglicanos más tradicionalistas se irán, pese a que queda por verse si se unirán a los católicos, donde hace poco se dictaminó que ordenar mujeres como sacerdotes es un crimen contra la fe, que se castiga con la excomunión.

Ofertas

Hasta ahora, funcionarios anglicanos y católicos dicen que han sido pocos los interesados en la oferta de conversión del Vaticano, que parece haber generado más tensiones que conversos. Entre quienes la han aceptado están la Comunión Anglicana Tradicional de Australia y la Iglesia Anglicana de América, grupos tradicionalistas que han roto con el anglicanismo o nunca han formado parte de éste, lo que significa que adhieren a las tradiciones sin tener una relación formal con la Sede de Canterbury. A algunos tradicionalistas les atrae el modelo vertical de la Iglesia Católica.

“El problema con la Iglesia Anglicana es que ha adoptado un modelo parlamentario que presupone cambios y supone que todos pueden tener voz”, dijo el reverendo John Broadhurst, un anglicano tradicionalista. “Pienso que se ha convertido en una especie de democracia fascista”. Dijo que no confirmaría ni negaría las informaciones de que él y otros tres obispos han estado en conversaciones con el Vaticano para convertirse.

El reverendo Geoffrey Kirk, de la iglesia londinense de Saint Stephen dijo que él y su parroquia esperaban pasar a la Iglesia Católica por razones “relacionadas con la ordenación de mujeres al sacerdocio y al episcopado”, y también debido a “una sensación de que la Iglesia de Inglaterra se está moviendo en una dirección de teología liberal en toda clase de áreas, lo que pensamos que no es fiel básicamente al Evangelio”. Agregó que “estamos esperando con ansias los detalles del anuncio y esperamos aprovechar la generosidad del Papa”.

Persisten muchas preguntas sobre el nuevo rito y no es menor aquella respecto de qué pasa con los miembros de parroquias anglicanas que no quieren unirse a Roma, y del rol de los laicos en la nueva estructura. Debido a las preguntas abiertas, “incluso aquellos que lo están tomando seriamente también se están tomando su tiempo”, señaló el obispo Hill.

El padre Kirk dijo que la oferta del Vaticano se conversaciones aceleradas había revelado el “sentimiento anti-católico latente” entre algunos anglicanos distinguidos. “Somos un país de ateos protestantes”, agregó. “La mayoría de las personas no toman muy en serio la religión. Lo único que toman seriamente es lo horrible que es la iglesia católica”.




Fuente: The New York Times / Tensions Linger Between Pope and Anglicans
Autor: Rachel Donadio, escritora y editor del New York Times Book Review. Tambien ha escrito sobre cultura y política como un reportera en el New York Observer, The New York Sun, International Herald Tribune, Italian Daily, The New York Times Magazine, Lingua Franca, ArtNews y Nextbook. Graduada -con honores- en Humanidades, en 1996, en la Universidad de Yale
Fotografía: The archbishop of Canterbury, the Most Rev. Rowan Williams, left, with Pope Benedict XVI in Westminster Abbey on Friday / nytimes.com
Traducción: LaNacion.cl

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lunes, 13 de septiembre de 2010

El nuevo conservadurismo americano. Por Antonio Caño

El movimiento conservador en desarrollo en los últimos meses en Estados Unidos rompe los moldes del republicanismo tradicional y evoca el carácter racista, nacionalista y fanático del fascismoSi alguien cree que el tándem Bush-Cheney es la versión más extrema del conservadurismo norteamericano, es posible que pronto compruebe que está en un error. El movimiento conservador en desarrollo en los últimos meses en Estados Unidos, alimentado por el rencor de una clase media empobrecida y por la ambición de una nueva clase política post-partidista, rompe los moldes del republicanismo tradicional y evoca el carácter racista, nacionalista y fanático del fascismo. Por ahora, sólo le falta el ingrediente de la violencia.

La última señal de alarma ha sido la reciente reunión de los Tea Party en Nashville (Tennessee) y el discurso de su líder más visible, Sarah Palin, que llevó el populismo hasta el grado de elogiar la ignorancia como muestra de autenticidad y de destacar como la mayor cualidad política de Scott Brown, el recientemente elegido senador por Massachusetts, el hecho de ser "simplemente un hombre con una camioneta".

Palin es aclamada por sus seguidores por la sencillez de su expediente académico, una simple graduación de periodismo por la modesta Universidad de Wyoming, frente a los títulos de Ivy League que acumula Barack Obama en Columbia y Harvard. El propio Brown ganó adeptos por la virilidad abiertamente exhibida en la revista Cosmopolitan, frente al refinamiento pudoroso de los políticos tradicionales.

La nación de los Tea Party se presenta, en efecto, convencida de haber puesto en marcha una revolución contra la oligarquía de Washington, similar a la que en el siglo XVIII expulsó a los colonialistas británicos. De repente, los republicanos con más pedigrí están en peligro ante esta oleada. El gobernador de Florida, Charlie Crist, un moderado que el año pasado gozaba de un 70% de popularidad, se ve hoy superado en las encuestas por un desconocido joven ultra religioso llamado Marco Rubio. Hasta John McCain, el indiscutible virrey de Arizona, está hoy seriamente amenazado por J. D. Hayworth, un charlatán de una radio local que, en definición de The New York Times, "cada día ataca, y no siempre por este orden, la inmigración ilegal, la pérdida de patriotismo en el país y todo lo que hace Obama".

Todas las mañanas surge entre las filas del Tea Party algún desconocido que en media hora de la demagogia más radical gana diez puntos en las encuestas. "El movimiento está madurando", afirma Judson Phillips, uno de los fundadores de este fenómeno, "las manifestaciones estaban bien para el año pasado, este año hay que cambiar las cosas, este año tenemos que ganar".
¿Ganar qué? ¿Para conducir al país hacia donde? Algunos conservadores moderados y cultos, como Peggy Noonan o David Brooks, aseguran que no hay nada que temer, que estos son grupos enraizados en las tradiciones libertarias de Estados Unidos y que su contribución servirá para dinamizar la vida política del país.

Es posible. Ciertamente, la hostilidad que este movimiento manifiesta hacia Obama no se aleja mucho de la que izquierda exhibió contra Bush -hay que recordar las menciones a su adicción al alcohol o su supuesta indigencia intelectual- y tiene cabida perfectamente, por tanto, en el juego de la democracia. Además, se trata aún de un movimiento muy incipiente. Una encuesta publicada hoy muestra que un 34% de los norteamericanos no ha oído hablar de los Tea Party y que sólo el 18% los apoya.

Pero, desde la óptica europea, ese 18% es mucho y lo que defienden suena peligrosamente excéntrico. Uno de los oradores en Nashville sostuvo con convicción que "está mejor documentado el nacimiento de Cristo que el de Obama". "Es africano", gritó una mujer entre la audiencia. Detrás de esta campaña que le niega a Obama su ciudadanía norteamericana se esconde el rechazo a su legitimidad como presidente.

Nadie habla en EE UU del ingrediente racista de esa campaña. Para los que apoyan a Obama puede parecer ventajista acudir al grito de ¡racismo! cada vez que se le critica. Sus enemigos, por supuesto, no reconocen ese pecado, por mucho que en la reunión de Nashville se escuchara sólo una voz negra, obviamente exhibida para ocultar el carácter puramente blanco del movimiento.

Este nuevo conservadurismo recoge mucha de la frustración del hombre blanco acumulada desde la liberación femenina, los derechos civiles, de todas las leyes para la igualdad que le han ido restando poder al sector de la sociedad eternamente dominante. Ese hombre blanco que tampoco se ha visto favorecido por los buenos contactos, las amistades útiles, el dinero fácil, y que ha ido engrosando durante las últimas décadas una clase media, que fue orgullo de la nación en los años cincuenta, pero que ha sido despiadadamente maltratada por la última revolución tecnológica y la reciente crisis económica.

Esa clase media blanca herida dispara contra lo que tiene más cerca: los inmigrantes, las minorías raciales, los dirigentes políticos. Intenta reducir la competencia, que considera injusta, y pretende que Estados Unidos sea sólo para los verdaderos americanos. Busca la salvación en nuevas doctrinas, y atiende la voz maternal de Palin y los alaridos patriotas de los locutores radiofónicos. Glenn Beck o Rush Limbaugh se convierten, así, en los Walter Cronkite de los nuevos tiempos.

Los conservadores norteamericanos no creen que haya ningún peligro. Confían ciegamente en la fuerza integradora de esta democracia y en su indestructible capacidad de contener cualquier amenaza. Pero desde una óptica europea, esa combinación de demagogia, racismo, nacionalismo y xenofobia, enarbolada por una clase media herida y agitada, es una receta muy conocida y todavía temida. Es verdad que el nuevo movimiento conservador norteamericano hace gala de su defensa de la libertad y no parece aún compatible con un Gobierno que no garantizase el respeto al individuo. Pero el aroma de Nashville siembra dudas, trae malas sensaciones, asusta.




Fuente: ElPais.com
Autor: Antonio Caño, periodista, analista de EE.UU., América Latina y la actualidad internacional, corresponsal en Washington de El País de España.

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